Samuel R. G. / uzkediam@gmail.com
Hace unos días en el que llaman aún Congreso de la Unión se dio una de las más grandes cátedras de política. Si pensáramos en un nombre, la lección debería ser llamada, “El A, B, C del cómo no hacer política”. Hasta cierto punto debemos agradecer las sandeces y estupideces que dijeron la mayoría de supuestos legisladores en San Lázaro, pero también hay que ocuparnos de las consecuencias que estos hechos traerán.
La violencia intrafamiliar que se suscitó el pasado 10 de marzo en la “máxima tribuna” de México no es otra cosa sino la manifestación de desgaste de un sistema que por muchos años ha dominado a la nación, pero que ahora encuentra un punto de quiebre como la mayoría de procesos y acontecimientos a lo largo de la historia humana. Con anterioridad he denunciado, concretamente desde 2006, que toda una serie de sucesos se han venido dando para tratar de seguir sometiendo a la mayoría de mexicanos y permitir que las riquezas del país se sigan concentrando en unas cuantas familias de políticos y empresarios que se creen amos y señores, no nada más del país, sino también de otras regiones del mundo.
El caso de México me permite exponer con claridad que existe un poder detrás del poder que mueve las cosas de tal forma que a nosotros nos presentan una cara cuando en realidad en el fondo las cosas son diferentes. No me trago el cuento del pleito entre el PRI y el PAN, mucho menos creo que las cosas se le compliquen a Peña Nieto o al mismo Felipe Calderón por todo lo que se dijo y lo que se pueda seguir diciendo respecto a los eventos recientes en la política nacional. Lo que sí creo y me causa cierto temor es que la ambición de ciertos personajes y sus grupos están llegando al extremo, y como alguna vez también ya lo dije, cada día los potentados quieren ser menos para que la rebanada que les toca del pastel sea más grande y no se vea reducida. Si Peña Nieto sale del juego, no importa, hay otro que juegue su rol, lo mismo si se va Calderón, no pasa nada, hay otro que cumpla su función, la forma no afecta el fondo del asunto.
Bajo esa dinámica es obvio que en escena veremos conflictos y situaciones vergonzosas, escándalos, poca argumentación pero sí muchos señalamientos, poca política pero si abundante grilla. Después de todo en México por lo regular las cosas siempre se han manejado así, pero desde mi punto de vista, nunca se habían visto tantas repercusiones que afectaran directamente a la población como ahora se ha venido presentando. Y es que la calidad de vida del mexicano convencional va en picada, es más, dudo mucho que podamos afirmar que un mexicano vive dignamente, quizás el término “sobrevivimos” aplique mejor para tratar de entender lo que quiero trasmitir a usted amable lector.
Ya no hay garantía alguna de que al salir de nuestro hogar para ir a trabajar, estudiar o a realizar otras actividades, regresemos sanos y salvos. La ingobernabilidad en el país es evidente y peor tantito no se ve quien ni por donde pueda agarrar el toro por los cuernos e intentar reorganizar el país. Así como no me trago las maniobras PANPRIanistas, tampoco me trago el discurso de consuelo de la denominada oposición. Aunque cuento con amigos y conocidos que en tribuna defienden y gritan lo que el pueblo quiere escuchar, la izquierda ordinaria está ausente en San Lázaro lo cual hace que el panorama no pinte nada bien para el grueso de la población. No es que pida a gritos un servidor medidas radicales ante tiempos extremos, pero si me parece que la movilización y otros recursos de resistencia no han sido puestos en marcha, principalmente porque la misma izquierda formal entra al juego de la prostitución en el seno del Poder Legislativo.
Como diría el alguna vez famoso Peje “hay sus honrosas excepciones”, pero hoy la excepción tampoco es ya opción y por esa misma ausencia o tibieza al querer actuar, es que los potentados se dan el lujo de permitir que “el gallinero” se alborote y aún con todo saquen más ventaja para continuar con la manipulación y control de millones de mexicanos.
A la vista de millones de personas alrededor del mundo, en gran parte gracias a las nuevas tecnologías, especialmente por el Youtube, están almacenadas las escenas del 10 de marzo y quizás verlo a muchos ya ni nos produce asombro, pero insisto tales eventos desnudan la actual condición del sistema político mexicano y la pasividad de la denominada sociedad civil. ¿Qué debe suceder para que actuemos?, ¿tienen que venir más fraudes electorales, más violencia y muertes para que paralicemos al país?, ¿dependemos forzosamente de un caudillo o líder político para movilizarnos y hacer lo que otras generaciones no quisieron o no les permitieron hacer?
Tenemos una enorme deuda como ciudadanos, primero que nada con nosotros mismos, inmediatamente después con la historia misma. Elementos sobran para entender que la clase política actual está podrida, caducada y putrefacta, pero ¿qué condición guarda también el mexicano común y corriente?
En México la ambición de unos cuantos es la desgracia de todo el pueblo, cuando me refiero a “unos cuantos” no nada más pienso en el PAN y en el PRI, pienso también en aquellas personas que sin importar su condición social viven una vida de mentira y engaño, que no pueden ver de frente a su pareja, a sus hijos, a su familia y a sus amigos. Me refiero a ese puñado de mexicanos que políticos o no, están dedicando sus vidas a darle continuidad al sistema de dominación, sumergidos en el mundo de la pendejes y del conformismo, abrazados de ciertos lujos y ventajas materiales, pero que por dentro no pueden encontrar felicidad y satisfacción por lo que hacen y tienen.
Cuando se habla de cambiar las cosas, de renovar la nación y de luchar para que no sigan saqueando a México no se debe pensar en señalar nada más a los actores del circo de San Lázaro, sino también debemos mirarnos al espejo y meditar un poco por aquello que estamos haciendo o dejando de hacer para contribuir al desarrollo del país. Quizás mi discurso les incomode a muchos, algunos pensaran y con cierta razón, que estos asuntos le competen principalmente a los políticos, a los gobernantes, a los que tienen el “poder”, pero se nos olvida que el poder somos nosotros, los millones de mexicanos que conformamos la población en nuestro territorio somos los que tenemos en las manos nuestro destino y no podemos seguírselo dejando a unos cuantos vulgares y ambiciosos.
Debemos de ir definiendo acciones para detonar un proceso de cambio, pero que sea de raíz y no solamente algo superficial o temporal. La experiencia de la revolución mexicana nos debe servir, ya que no ganó el grueso de la población sino unos cuantos grupos y desde esa etapa de nuestra historia se sentaron las bases de un modelo que hasta ahora venía funcionando sin tanta bronca.
Las condiciones en la actualidad son distintas, ya están pintados de cuerpo entero los diputados y senadores, también los gobiernos tanto municipios, como los estados y la misma federación. Sabemos que entre ellos y los empresarios dueños del dinero tejen acuerdos, tanto a espaldas del pueblo como también de frente, pues si ven con frecuencia el canal del Congreso, ellos transmiten en vivo y en directo la aprobación de un saqueo tras otro, uno tras otro y el pueblo no dice nada. Ante todos estos acontecimientos no queda de otra, el que se siga agachando y sometiendo que después no se queje de que lo advertimos a tiempo, pero el que lea y entienda lo que estoy tratando de decir que se sume a las acciones próximas a presentarse, será una lucha intensa, de años quizás y que costará vidas, pero tal sacrificio debe servir para que nosotros o las futuras generaciones podamos decir que México es una nación de verdad, que nos pertenece y con ella todas las riquezas tanto materiales como aquellas que muchas veces no se pueden explicar con la sola razón.