EPN: reformar, no cambiar
Mancera desleído
El infiltrado Cossío
Julio Hernández López / Astillero
Enrique Peña Nieto ha cumplido su primer semestre de gobierno sin despeinarse el copete que muchos auguraban maltrecho a las primeras de cambio. Ha impuesto una agenda reformista que tuvo su primera prueba a la hora de encarcelar a una lideresa sindical cuyas garras acabaron siendo de papel, siguió con un nuevo diseño de reparto de pastel en materia de telecomunicaciones que no se le ha desbordado y se alista a intentar las suertes más riesgosas, las relacionadas con lo fiscal y, sobre todo, con lo energético.
Su llave maestra ha sido el Pacto por México, un mecanismo de concertación entre los dirigentes de los tres principales partidos del país mediante el cual el propio EPN ha podido impulsar sus proyectos de segundo salinismo sin que las raspaduras le alcancen directamente; un pacto utilizado para que ahonde las divisiones internas en el PAN y el PRD, supla el jaloneo en las cámaras por los arreglos en las cúpulas partidistas y reduzca corporativamente los márgenes de la oposición política (al darle viabilidad solamente a la que se expresa en los entretelones palaciegos, condenando a la marginalidad toda disidencia no pactista).