domingo, febrero 12, 2012

Sumando fuerzas

Antonio Gershenson

El acto conjunto y el documento con los que Cuauhtémoc Cárdenas apoya la candidatura de López Obrador son un paso más en un proceso en el que se están sumando fuerzas. En este caso, son fuerzas de izquierda. Entre los puntos de programa hay varios que son al mismo tiempo demandas populares, y varios otros que la izquierda tiene en común.

No son, sin embargo, la única forma de sumar fuerzas. Ya antes se había iniciado un proceso que ha seguido creciendo, en el que empresarios se suman a la misma candidatura. Tal vez un acto llamativo fue el celebrado con una multitud en Monterrey. Pero este proceso se ha dado ya en varias localidades.

También se han sumado afectados por minas altamente destructivas, sindicalistas, choferes que deben pagar diésel carísimo, agricultores, desde estudiantes hasta intelectuales y muchos otros. Incluso escritores que en el pasado se opusieron a López Obrador, ahora dicen lo contrario.

Esto ha dado lugar a una serie de puntos programáticos muy variados. También hay movimientos populares que no han tomado partido en el proceso electoral, pero tienen adversarios muy bien definidos, como las empresas extranjeras que han despojado a localidades para hacer negocio con generadores de viento, en La Ventosa.

Estos últimos, lo mismo que las mineras depredadoras y otros más, tienen el apoyo de las autoridades. Esto puede ir apuntando a que las luchas populares puedan ir derivando hacia el cambio de régimen, y en especial a un cambio electoral de fondo. En algunos casos eso ya sucedió.

En el petróleo, un paso clave es la integración en una sola entidad. No sólo se sustituyen varias estructuras burocráticas en una sola, sino que se suprimen los precios de transferencia, con los que se venden bienes y servicios de una entidad a otra de las que ahora forman a Pemex.

El petróleo crudo se debe dejar de exportar gradualmente, y debe procesarse en el país. Para eso, se debe aumentar de manera importante la capacidad de refinación. Se deben bajar los precios de los energéticos. Es preciso llegar a la eliminación de la importación de la gasolina, de otros refinados y reducir la de los petroquímicos. Con eso, además, llegaremos a una gasolina, y otros combustibles como el diésel, más baratos.

En el sector eléctrico se suman varios problemas. El despido masivo de los miembros del SME, el cual sigue en lucha. Las tarifas locas y además las muy caras por diferentes razones. Por ejemplo, se establecieron tarifas de verano para lugares con mucho calor en el norte. Pero en el sur, no llegan a tanta temperatura pero la mayor humedad hace mayor la necesidad de aire condicionado, y se acaba cobrando carísimo. Esto ha llevado a huelgas de pagos en poblaciones enteras. Y a una guerra permanente contra los que quieren llegar a cortar el servicio. También está el pésimo estado de las instalaciones en varios lugares, resultando el daño a aparatos eléctricos y también apagones, a veces tan largos que se echa a perder la comida en el refrigerador o en el congelador. Es evidente la necesidad de energía más barata y de un servicio de mejor calidad.

En el mismo sector eléctrico, se ha visto que se quedan las mismas autoridades con el PRI y luego con el PAN, lo cual hace más claro para los afectados que ambos partidos causan los mismos problemas, por lo que sólo queda como alternativa la izquierda.

Hay un aspecto de solución que abarca diferentes fases. Es la inversión y la superación de los monopolios. La inversión en la industria, en la agricultura, etcétera, crea empleos y también producción. Al superarse los monopolios, los productos y servicios van a ser más baratos. La inversión pública en las áreas estratégicas impulsa también a la otra inversión. Hay que procurar que esta inversión sea cada vez más nacional.

La autonomía alimentaria, además, nos permite tener más fuentes de trabajo y al mismo tiempo alimentos, en especial, más económicos. Podemos, además, orientar esta última producción en un sentido favorable a la salud.

La contienda interna del PAN

Arnaldo Córdova

Muchos se han sorprendido del resultado que tuvo la lucha por la candidatura presidencial del PAN entre Ernesto Cordero, Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel. Objetivamente, se trató de un final que muy pocos, fuera de los partidarios de Vázquez Mota, se esperaban y, menos, del modo apabullante en que se dio su triunfo. Sin embargo, se trató sólo de una apariencia, pues es verdad que la dirigencia panista se encontraba en una situación tan extremadamente delicada, dada la reiterada y dominante ventaja que ella mostraba siempre en las encuestas y pese al favoritismo exacerbado que Calderón exhibía por su ex secretario de Hacienda, como para lanzarse a la aventura de descalificarla y negarle el triunfo.

De hecho, eso último fue lo que todo mundo vislumbraba. Como la puja quedaba circunscrita a los miembros y adherentes del blanquiazul, era fácil imaginar que, desde el poder y, en especial, desde Los Pinos, se echaría mano de todos los recursos para hacer triunfar a Cordero. Algo debió ocurrir en alguna etapa del proceso que hizo imposible esa posibilidad, si bien no del todo, pues la votación obtenida por el llamado delfín fue, de verdad, totalmente extraña a las tendencias que las encuestas revelaban. Del mismo modo en que lo fue, al revés, la que obtuvo Creel, que siempre estuvo por encima de Cordero.

Ciertamente, alguien o algo debió haberle roto a Calderón su frente interno en el gobierno y en el partido, de modo de impedir una cargada en apoyo de su favorito. Muy pronto, la dirigencia panista comenzó a dividirse entre partidarios de Cordero y de Vázquez Mota y, lo más notorio, los mismos exponentes del gobierno y hasta del círculo más íntimo de Calderón comenzaron a dividirse en sus preferencias sin que nadie pudiera evitarlo o se atreviese a parar la diáspora. Cuando Roberto Gil, tan allegado al ocupante de Los Pinos, anunció que se decidía por Vázquez Mota la suerte pareció echada. Por lo visto, había ya vía libre para que todos se expresaran como lo decidieran en lo particular, sin presiones.

Todo ello pudo haber salvado al PAN y a su gobierno de una tormenta interna que nadie puede imaginar en qué habría acabado. Calderón, simplemente, no pudo hacer nada para parar a la precandidata o, tal vez, no lo quiso, lo que avalaría la idea muy generalizada de que su intención era, desde luego, sacar adelante a Cordero, pero, ante todo, parar a Creel, su antiguo contendiente, gran contradictor dentro del panismo y, lo más importante, un claro prospecto de Vicente Fox al que no se le iba a permitir meter las manos en el proceso.

Muchos han disertado sobre la naturaleza consustancialmente democrática del PAN que, al parecer, acabó imponiéndose al autoritarismo calderonista. El desmentido a tal hipótesis tradicionalista lo dan los mismos hechos de la lucha interna. Nunca, antes de llegar a ser un partido gobernante (como lo definió Luis H. Álvarez a principios de los noventa), se había visto que los panistas, para dirimir sus conflictos internos, recurrieran a las prácticas sucias, desleales y prepotentes de sus adversarios priístas (manipulación de votantes, acarreos, corruptelas electorales a más no poder y uso abusivo de los recursos del poder público y de los poderosos que sumaban a sus filas).

Después de su ascenso sostenido desde mediados de los años ochenta, los panistas fueron aprendiendo las malas artes de sus antiguos enemigos y aplicándolas, primero, con cierto disimulo y hasta con vergüenza democrática, y después, plenamente y sin ningún rubor, cuando se acostumbraron al poder, con todos los recursos que podían tener a la mano, por más sucios que antes les parecieran. Eso se pudo ver en la contienda interna para elegir candidato a los comicios presidenciales de 2006, cuando Calderón apabulló a Creel con sus marrullerías y sus truculencias. Tal parece que Creel no aprendió para nada la lección.

En esta contienda todo mundo ha podido testimoniar la ferocidad de que los panistas han hecho gala en su lucha por el poder. Vázquez Mota no se limitó a ofrecer su condición de mujer como la novedad política que podría revitalizar las aspiraciones panistas a seguir siendo un partido gobernante. Desde luego que hizo uso de esa carta todas las veces que pudo, pero su batalla fue de lo más rudo y sin miramientos. Con tal de lograr su preeminencia en las encuestas (que, después de todo, sólo iban a servir como un referente para los electores panistas) ella también abusó de todos los instrumentos que el mismo poder puso de su lado, a veces, en contra de su mismo jefe.

Más sorprendentes todavía que los mismos resultados de la elección interna y no obstante lo sanguinario de la pugna, fueron ciertos comentarios de un arrobamiento desembozado por la proeza de la precandidata panista. Resulta increíble que alguien crea que su triunfo no se lo debe ni a los gobernadores, ni a la mayoría de los secretarios, ni a la casa presidencial y todavía piense que su mejor cualidad es su talante tolerante, incluyente, conciliador y con capacidad de convocatoria (María Amparo Casar, en Reforma, 07.02.2012). Por el tipo de asesores que ha conjuntado, se puede saber de la calidad democrática de su desempeño. Bastará recordar a ese innombrable que se llama Solá.

Los precandidatos derrotados han hecho lujo de contrición en su debacle. Es probable que Creel todavía no pueda entender cómo fue que sacó en la contienda un miserable seis por ciento de la votación interna. Él, que sólo pedía que le pusieran el suelo parejo, de seguro ahora no podrá ni distinguir lo que es parejo de lo que es chipotudo. Cuando en el PRI se dan estos casos y alguien sale derrotado, lo primero que busca, como suele decirse, es vender cara su derrota. Eso sucede, evidentemente, porque se trata de personajes que siempre tienen una fuerza de regular tamaño detrás de ellos. Cordero, al parecer, anda buscando un lugarcito nadie sabe en dónde. En todo caso, no parece justificar que haya obtenido nada menos que un 38 por ciento de la votación, cosa que, ésa sí, nadie se esperaba, menos él, por supuesto.

El problema no son los precandidatos, sino los grupos panistas que fueron protagonistas en la misma contienda, muchos de los cuales deben estar resumando rencor y deseos de venganza. Ésos son los que, sin duda alguna, van a vender cara su derrota. Calderón, por lo pronto, está en un brete. Por un rato, al menos, todos han puesto a dormir sus anuncios triunfalistas (si es que alguien creyó en ellos) para recalcar el hecho, que no necesita demostración, de que él es el verdadero perdedor y, lo que es lo peor, derrotado por sus propios correligionarios. Puede ser, claro está, una exageración, pero esa es la percepción generalizada.

Vázquez Mota, en el paroxismo del entusiasmo por la victoria, de inmediato se propuso enfrentar a sus adversarios y lo hizo del modo más ingenuo y prepotente, calificando a Peña Nieto como su enemigo a vencer e ignorando al ya seguro candidato de las izquierdas, dando a entender que éste no es para ella un contendiente de cuidado, lo que a López Obrador no le hizo ni cosquillas. Todos saben que del plato a la boca se cae la sopa: a esta señora no sólo se le puede caer, sino que la puede quemar.

“Expedientes negros”, la apuesta de Calderón contra el PRI

Jesusa Cervantes

En este mismo espacio, desde abril de 2011, luego en la revista Proceso en diversos ediciones, se dio cuenta de cómo el gobierno estaba preparando los expedientes negros para usarlos en contra del PRI.

Se dijo que de ellos daría cuenta el tiempo, y así fue. Los embates en contra de exgobernadores priistas y sus presuntas ligas con el narcotráfico, lavado de dinero o por presunto enriquecimiento ilícito, se cumplieron.

Felipe Calderón empezó a utilizar como método el chantaje en contra del PRI. Primero, en abril de 2011 mandó con un grupo de generales el aviso de que se estaban confeccionando los expedientes negros en contra de exgobernadores.

La petición fue que el PRI aprobara la Ley de Seguridad Nacional a cambio de guardar en el cajón –para otra mejor ocasión– los expedientes comprometedores.

El priista coahuilense Humberto Moreira tomó dato del encuentro que tuvo con los generales, quienes le dijeron que la Defensa Nacional (Sedena) ofrece datos que tiene sobre el tema, la Procuraduría General de la República (PGR) elabora los documentos, y algunos funcionarios del Poder Judicial ayudan a sustentarlos.

La contundencia del mensaje llevó al PRI a palomear una semana más tarde los cambios a la Ley de Seguridad, e incluso impulsarla, pero finalmente ésta no prosperó en la Cámara de Diputados gracias al movimiento del poeta Javier Sicilia.

Aquí mismo se informó, al igual que en Proceso, que los expedientes alcanzarían al perredista Pablo Salazar Mendiguchía, a la administración de Humberto Moreira, al tamaulipeco Eugenio Hernández y al mexiquense Arturo Montiel, aunque este último acudió a Los Pinos y pidió tregua.

Hoy el exgobernador chiapaneco Salazar Mendiguchía está en la cárcel bajo el presunto delito de enriquecimiento ilícito; detenidos algunos colaboradores de Moreira, y también se espera que, en un par de meses, se formalice una denuncia en contra del propio exmandatario de Coahuila.

Además, ya se dieron a conocer las alertas en contra de los exgobernadores de Tamaulipas Eugenio Hernández, Manuel Cavazos Lerma y Tomás Yarrington.

De este último recientemente se dijo que protegía a Los Zetas y, aunque todos han negado las acusaciones, lo cierto es que en la PGR los expedientes se siguen formando para salir a la luz pública.

La apuesta de Calderón es seguir con los expedientes negros.

Ya demostró al PRI y a su virtual candidato presidencial Enrique Peña Nieto que nada lo detendrá para impedir que el
partido tricolor recupere la Presidencia, por eso el exgobernador mexiquense insiste en que todo es parte de una “guerra sucia”, pero el dirigente nacional priista, Pedro Joaquín Coldwell, hace la distinción de que, su partido, no defenderá a quien haya cometido algún ilícito.

Hasta donde se ha podido verificar, hay expedientes que podrían seguir saliendo y ya no serán de exgobernadores, sino de mandatarios en activo. Esto también, al tiempo…

Y no se trata aquí de defender a los priistas. No. El punto es denunciar el uso faccioso de quien está en la Presidencia, de quien tiene el poder político, para corromper, intimidar o mantener la impunidad sobre determinados actos.

El PAN en el poder no ha sido menos sucio que las administraciones priistas; también ha sido corrupto, abusivo, genocida, cínico y ratero. Ha usado el poder para presionar, abusar o cubrirse de sus propios errores. Y mientras la ciudadanía se mantenga impávida ante este tipo de actuaciones, los actos así continuarán.

¡Qué bueno que salgan los expedientes!, ¡qué bueno que se juzgue a quienes cometen ilícitos, a quienes incitan a la mediocridad, a quienes mantienen monopolios, a quienes matan o roban, a quien provoca la pobreza o la impunidad!
Lo que no se vale es que esto sólo se observe en tiempos electorales, y menos que sea parte del discurso de la virtual candidata panista a la Presidencia, de Josefina Vázquez Mota, quien acusa al priismo de corrupto cuando en los doce años de gobierno su partido, el PAN, ha demostrado que sabe muy bien cómo hacer lo mismo que los priistas.

Es momento de que la ciudadanía lea bien el discurso de los candidatos presidenciales y observe que aquello que dicen algunos atacar, es parte de lo que han vivido y bebido desde que gozan del poder. Hayan sido más de 70 o 12 años en el poder presidencial.

Alguien venía preguntando desde abril dónde estaban los expedientes negros. Y la PGR los sacó. Pero ese no es el punto, el tema es que en 2006 se pensó en que el enemigo a vencer era Andrés Manuel López Obrador, y primero se le intentó desaforar; luego se le denostó por ser “un peligro para México.

Seis años después, los mismos panistas consideran que el enemigo a vencer es el PRI, y pues al PRI había que sacarle los expedientes negros. Y, conforme se acerque el mes de julio, el embate irá tomando otras formas y otras direcciones. Al tiempo.

Pacto de la Alameda

Eduardo Ibarra Aguirre

Entre el “¿Ya para qué?” -atribuido a Federico Arreola- y la naturaleza “histórica” -al decir de Marcelo Ebrard y de otros- del encuentro entre Andrés Manuel López y Cuauhtémoc Cárdenas, giraron las reacciones extremas a la hora de valorar el contenido y los alcances del que ya se conoce como Pacto de la Alameda, porque el Hilton donde se llevó a cabo el reencuentro está ubicado frente a la más que centenaria plaza capitalina.

Del contenido del pacto lo que más se conoce es la adhesión de López Obrador a la propuesta programática de Cárdenas Solórzano, Un México para todos, la que para el cronista Arturo Cano sólo es “una versión actualizada del documento que con sus más cercanos presentara en el ya lejano febrero de 2004 y con el cual ya no pudo ir a una cuarta candidatura presidencial”. (Todavía en abril del 2011 coqueteaba, en privado, con tal despropósito).

Pero no crea usted que por falta de voluntad y decisión del ingeniero no se produjo la cuarta tentativa, sino porque su alumno más destacado, para bien y para mal, lo superó. Y a diferencia de un gran maestro político que disfruta la hazaña del pupilo, a Cárdenas le generó severísimos conflictos conductuales, acaso porque no acaba de entender y, sobre todo, de asumir que los liderazgos sociales y políticos no son eternos, además de que se construyen día a día y coexisten con otros del mismo perfil; también que llegan los tiempos del repliegue, del ejercicio de eso que llaman autoridad moral, por encima de la operación política. “Líder moral”, le dicen y a él no le gusta porque percibe el afán de apartarlo del quehacer público.

Mientras hasta hoy nadie pone en duda el apoyo del tabasqueño a la propuesta programática del michoacano y su reducido equipo de asesores y compañeros, todo es especulación sobre el ofrecimiento de una candidatura al Senado. No faltó alguien del séquito cardenista que explicara que con la propuesta de la desaparición de los senadores plurinominales “ya le respondimos” a AMLO.

Con ese tono muy poco contribuirán los que rodean al presidente de la Fundación para la Democracia a que el pacto trascienda la fotografía, lo mediático -como no lo lograron ni López ni Cárdenas en la campaña de Alejandro Encinas para gobernador mexiquense-, e incida más en la contienda a la que el ingeniero ya regatea participación, y sobre todo en la construcción de una indispensable mayoría política. Es sugerente al respecto la rapidez con que el presunto defraudado en 1988 por Carlos Salinas, se deslinda de cualesquiera responsabilidades políticas en la derrota electoral propinada a las izquierdas en julio de 2006, “haiga sido como haiga sido”.

La derrota es huérfana y de la victoria todos se disputan la autoría. Si bien está clarísimo que para las izquierdas llegó la hora de sumar, mal harían sus dirigentes en aplicar la política del borrón y cuenta nueva, que simboliza el más que efusivo abrazo que Marco Rascón le dio al de Macuspana, tras criticarlo sin límites durante más de seis años.

Reiteradamente Cárdenas dice que sus diferencias con AMLO “no son de carácter personal”, que “en privado somos amigos”, como si a la ciudadanía le interesara tal cosa, que las divergencias estriban en “la forma de hacer y entender la política”. Con tales juegos retóricos que llegó a colocar negro sobre blanco, no satisface ni a los suyos. Otros le solicitan más claridad y sólo llega a explicar su conducta de hacerle el vacío a su compañero de partido, pero no de sector ni de clase social, porque Obrador persiguió ministerialmente “a mis colaboradores en el Gobierno del Distrito Federal”. Y de esa manera “no había condiciones para apoyarlo”.

La vivencia de una revolución silenciosa

José Agustín Ortiz Pinchetti / El despertar

Hace unos días me entrevistaron desde una estación radiofónica que opera en Los Ángeles sobre AMLO. Les interesó mi referencia a una revolución cultural silenciosa en México. Me queda claro que empezamos a despertar cuando el régimen priísta no fue capaz de mantener el crecimiento económico. Resistieron con trampas y fraudes, pero se inició la transición a la democracia. Proceso lento e inacabado, pero no pueden negarse los cambios profundos en la cultura política. Tarde o temprano el impulso de un pueblo más exigente va a imponerse.

¿Qué factores están provocando el fenómeno? El más poderoso es el deterioro de las condiciones de vida de la mayoría, acompañado por la corrupción y el desprestigio de los gobiernos. El cambio es respuesta a una incitación: los sufrimientos y frustraciones de las últimas tres décadas. Pero no sólo es una reacción, la gente está más informada. Cierto, la televisión intenta controlar la opinión, pero las redes informales, muchas estaciones de radio y periódicos están abriendo espacios. La sociedad se ha vuelto laica, desobediente y retobona. Como sea, existen partidos políticos, debates, candidaturas. Todo el mundo habla de política. El IFE puede ser imperfecto, pero hay un árbitro a quién reclamarle; cada día son más los inconformes. Y tenemos también la influencia exterior. A partir de 1989 han caído todas las dictaduras y han sido sustituidas por regímenes democráticos. A veces el tránsito ha sido cruento, a veces suave, pero la democracia es ya un paradigma mundial.

La revolución silenciosa no ha despertado mucho interés en la academia; en cambio, los grandes jerarcas de la política la observan, vigilan y espían.

Mi propia fuente de información sobre estos cambios profundos es el Morena. Cada vez que me acerco a los grupos que están creciendo constato en qué consiste el fenómeno. Me asombra cómo los grupos populares que se adhieren son cada vez más entusiastas y puntuales. En las reuniones, la gente está alerta. Opina con gran libertad y claridad política. Entiende todos los mecanismos de control y los impugna. Sus acciones son cada vez más efectivas. Por lo menos para ellos, la pesada costra que sometía a la población se está resquebrajando.

Cuando converso con mis amigos en la capital sobre estas experiencias me oyen incrédulos. Creen que toda esta estructura se va a desplomar cuando el PRI reparta regalos y/o cuando el PAN amenace con quitarles los subsidios que otorga a la gente pobre. Lo que pasa en el fondo es que mis amigos no tienen fe en la gente común. Para mí, la verdadera esperanza no está en la clase política y sus amarres, sino en el despertar multitudinario de la gente común y corriente, que tendrá su prueba de fuego en la próxima elección presidencial.