viernes, noviembre 26, 2010

Hacia un gobierno fallido

Chantal López y Omar Cortés / Antorcha Biblioteca Virtual

El ocaso del maderismo

Ya sentado en la silla presidencial, el señor Madero prácticamente perderá el sentido de la orientación, y sin tomar las prudentes y necesarias medidas de autoprotección caminará derechito a su inmolación.

La guardia presidencial destinada a su protección continuará integrada con los mismos elementos castrenses que había servido al general Porfirio Díaz y al señor Francisco León de la Barra, sin que ello aparentemente molestara al señor Madero, lo que indicaba su total descuido en aspectos fundamentales de seguridad.

En el mismo mes que asume el cargo, en el Estado de Morelos se expediría el Plan de Ayala, mediante el cual recibiría su primer bofetón al ser desconocido como presidente de la República.

Tres meses más tarde, en Chihuahua, expediríase el no tan conocido Plan de Santa Rosa, mediante el que, para variar, volvíasele a desconocer, insultando al movimiento que encabeza al llamársele maderismo científico. Y, un mes después, también en Chihuahua, se le asestaría otro devastador golpe cuando su antiguo general, vencedor de mil batallas, el señor Pascual Orozco, expide el Plan de la Empacadora, en el que, nuevamente, se le desconoce como presidente de la República.

La reacción del señor Madero ante estos movimientos insurreccionales es confusa, tardía y contradictoria. Ordenando la represión militar de esos movimientos, pone en manos de los generales Angeles, para mantener a raya a los levantados zapatistas, y Victoriano Huerta, para aplastar la rebelión orozquista. Políticamente, en Chihuahua, el señor Abraham González realiza esfuerzos sobrehumanos buscando tender puentes de diálogo con Orozco, fracasando por desgracia en sus intentos. Finalmente Orozco sería derrotado por las fuerzas federales comandadas por Victoriano Huerta y el general Angeles lograría mantener a raya al zapatismo, pero nuevamente el señor Madero enseñaría el cobre de sus pésimas tomas de decisión, al no remover de su puesto al general Victoriano Huerta confiriéndole alguna misión en una lejana nación, con el fin de frenar su súbito engrandecimiento al presentarse como el vencedor, ni más ni menos, que del más importante general maderista, el señor Pascual Orozco.

El año de 1912 transcurriría bajo un ambiente de inestabilidad y confusión que predecía una mayúscula catástrofe, pero el señor Francisco I. Madero parecía no percatarse de la gravedad de los hechos y actuaba como si todo estuviese estable y bajo control. Su propia imagen, que tan sólo dos años atrás era motivo de veneración y respeto, se encontraba por los suelos, pues, era objeto de los más mórbidos y crueles chistes, por ejemplo en torno a su estatura y a sus creencias espiritistas pero el señor Madero continuaba, inmutable, como si no pasase nada... sin querer ver que su índice de popularidad había bajado como se diría en la actualidad.

A principios de 1913, la mayoría de los sectores pensantes de México estaban plenamente seguros que de un momento a otro produciríase un golpe de Estado cuyo objetivo sería el remover al señor Madero del cargo presidencial. Y tal predicción termina produciéndose, teniendo su inicio en el cuartelazo de la Ciudadela conocido como la Decena Trágica.

Lo más sorprendente de todo esto es la despreocupada actitud del señor Madero, quien no obstante contar con todos los elementos para entender lo peligroso de la situación, continuaba actuando como si nada. Caso omiso hacía a las públicas declaraciones del embajador norteamericano, señor Henry L. Wilson, quien a los cuatro vientos y sin cuidar tan siquiera las apariencias, abiertamente declaraba que el señor Madero era un loco de remate al que debía recluírsele en un manicomio.

Finalmente el salvaje y cruel acto de traición del dipsómano general Victoriano Huerta, quien en confabulación con Aureliano Blanquet y Félix Díaz llevó a cabo el más degradante acto que imaginarse pueda, al obedecer como perrillo faldero las órdenes y consignas del embajador norteamericano, plasmadas en el lamentable documento conocido con el nombre de El Pacto de la Embajada. No libre de culpa de este escarnio quedó la XXVI Legislatura federal y el autonombrado grupo parlamentario de los renovadores, al aceptar las renuncias presentadas ante su soberanía por los señores Madero y Pino Suárez a sus cargos de presidente y vicepresidente de la República, plenamente conscientes que las dichas renuncias fueron obtenidas, por medio de la mentira y la traición, al encontrarse los señores