Alexander, confirmado
Agustín, en Chiapas
Erika Kassandra y Liliana
Julio Hernández López / Astillero
Llegada la hora del cierre, el Teletón no había conseguido la suma de millones de pesos que se había propuesto. En estricto sentido, fue un fracaso. O, cuando menos, un notable incumplimiento de la meta establecida. Pero al estilo del Congreso federal, que a sus conveniencias se concede el establecer improbables relojes legislativos para alargar sesiones conflictivas más allá del calendario oficial restrictivo, el Teletón se habilitó una hora y media de recaudación más allá de lo originalmente considerado. Y así, 90 minutos después, se pudo decir, en un ambiente notablemente menos festivo que en todas las ocasiones anteriores, que en tiempos extras se había logrado empatar el marcador monetario deseado.
La edición 2014 del citado Teletón ha sido la más impugnada y descuadrada. Le faltó su emblemática figura lacrimal, Lucero, ahora distanciada de las estrellas del canal. Y, ante la pregunta emilista de ¿ahora quién podrá salvarnos?, apareció Eugenio Derbez como una especie de filósofo social de peluche que quiso confrontar (presuntamente en serio, queriendo querer) las múltiples y fundadas objeciones al ejercicio televisivo de filantropía fiscal constructora y operadora de centros de atención a discapacitados. Apenas unas semanas atrás había dicho el exitoso cómico de ligerezas que le avergonzaba tener un país donde ni siquiera tu presidente es capaz de poner orden, (lo que) duele y duele mucho. Pero, lanzado al rescate del Teletitánic, hizo segunda a los aires regañones de una esposa recientemente puesta en pantalla para explicar sus cuentas inmobiliarias alegres y pretendió enfrentar a críticos del sistema, de la televisora regente y del Teletón limpiador de imagen.