En memoria de los 43 normalistas. ¡Ni perdón, ni olvido!
Zósimo Camacho / Contralínea
La militarización de la sociedad mexicana es un hecho. La realidad que vive el país desde 2006 quedó retratada también en la más reciente tragedia: el terremoto del pasado 19 de septiembre.
El pueblo reaccionó de inmediato. Algunos minutos apenas habían transcurrido cuando miles de personas se acercaron a retirar escombros, buscar vivos entre los derrumbes y rescatar los cuerpos de los fallecidos. Conforme pasaron las horas otras decenas de miles tomaron la Ciudad de México no sólo para ayudar en los lugares con edificios desmoronados, sino para dirigir el tráfico en las vialidades colapsadas, instaurar centros de acopio, formar brigadas de revisión de inmuebles y de atención a heridos, comprar y donar palas, carretillas, picos, cascos, guantes…
Cuando llegaron los cuerpos oficiales generalmente todos trabajaron hombro con hombro. Lo que siguió después fue una disputa, casi siempre silenciosa y algunas veces con discusiones ríspidas, entre civiles y militares por el control de los escenarios de los derrumbes.
Para la noche del día 20, todos los edificios derrumbados en la Ciudad de México estaban bajo control militar, incluso con efectivos armados. Se montaron entonces escenografías para el lucimiento de las Fuerzas Armadas.