lunes, mayo 06, 2013

PRD solitario


Cumpleaños desairado
Mancera, ¿se afilia?
Todas las muertes

Julio Hernández López / Astillero

Alejados de los intereses de la sociedad (particularmente en momentos como los actuales, cuando tanto se necesita una vía organizada de lucha popular), enredados en los entretelones palaciegos del Pacto por México (que les ha dado vida artificial pero también les ha resaltado el estigma de colaboracionistas) y alegremente dedicados al reparto de cargos y canonjías entre ellos, los dirigentes del Partido de la Revolución Democrática celebraron ayer de manera casi privada los 24 años de existencia de la organización de izquierdas surgida después de las elecciones presidenciales de 1988.

No estuvo el padre fundador, Cuauhtémoc Cárdenas, ni el otro personaje con el que comparte el casillero de las candidaturas presidenciales perredistas, Andrés Manuel López Obrador. Tampoco los gobernadores que teóricamente le deben su llegada al poder al sol azteca (Distrito Federal, Morelos, Tabasco y Guerrero, aunque formalmente también Oaxaca, Sinaloa y Puebla, éstas en alianzas con el PAN y otros partidos menores) ni los ex presidentes nacionales (salvo Pablo Gómez, quien cubrió un interinato, a la salida de AMLO, para conducir los comicios internos que llevaron al liderazgo a Amalia García). Solamente los Chuchos y los representantes de las corrientes que continúan participando en el juego aparentemente infinito de las rupturas, las reconciliaciones, los repartos y la vuelta a empezar.


La soledad de la élite perredista evidencia el agotamiento del esquema de representación de la izquierda bajo las condiciones impuestas por los Chuchos y las corrientes que les son aliadas en cuanto a mantener el estatus partidista. Hoy, esa cúpula de negro y amarillo vive una peculiar luna de miel con quien compró los pasados comicios y así logró instalarse en Los Pinos. Como nunca, los dirigentes perredistas, particularmente Jesús Zambrano y Jesús Ortega, tienen presencia y reflectores en la mesa del poder, a título de un pacto tripartidista que ha dado grandes ganancias políticas a Peña Nieto y al PRI, pero que va dejando al perredismo en el casillero de la oposición domesticada, útil a los intereses del sistema, contestataria nada más en el discurso y disidente solamente cuando el comprador se atrasa en los pagos convenidos o pretende cambiar alguna parte del clausulado.

El personaje de mayor arrastre electoral, Andrés Manuel López Obrador, está dedicado a la construcción de su corriente particular, Morena, con la idea de contar con un instrumento que permita proponer sus propias listas de candidatos y, convalidado ya su registro en el primer asomo en solitario a las urnas, participar en los siguientes comicios en mejores condiciones en los arreglos con los demás partidos progresistas a la hora en que sean necesarios frentes unitarios contra el priísmo, desde ahora ya tan desbordado.

En la capital del país, mientras tanto, Miguel Ángel Mancera ha logrado instalar al ex delegado en Coyoacán Raúl Flores en la presidencia de un partido al que ese jefe del gobierno capitalino no pertenece y al que se resiste a afiliarse. A pesar de la oposición del bejaranismo, que sigue teniendo una importante base clientelar construida en el Distrito Federal, Mancera sacó adelante a su favorito, entre demandas a coro de que se registre como militante del sol azteca, pues hasta ahora el sucesor de Marcelo Ebrard se mantiene en condición de ciudadano, aunque es evidente que al imponer a Flores en el PRD-DF está adquiriendo compromisos políticos que le exigen correspondencia en términos del padrón partidista. A la distancia, Marcelo Ebrard también observa los movimientos de la cúpula perredista, convencido de que la dirigencia nacional del PRD está demasiado cercana a Peña Nieto y que, de mantenerse en los términos actuales, el sol azteca no tendrá viabilidad electoral en 2018.

Por lo pronto, el famoso Pacto por México continúa, a pesar de los amagos rupturistas del panista Gustavo Madero y del perredista Zambrano. Con el pacto o sin él, continuarán las reformas peñistas, ha dicho el coordinador de los senadores priístas, Emilio Gamboa. Pero el chuchismo sabe que vienen días turbulentos cuando se presente la propuesta de reforma energética, contra la que está dispuesta a pelear de frente López Obrador, así que el dirigente perredista va acomodándose a las necesidades escenográficas del futuro inmediato, en el que podrían aparecer Cárdenas, AMLO y Ebrard a la cabeza de cierta resistencia al entreguismo en materia petrolera.

Astillas

El asesinato de dos jóvenes en Chihuahua es absolutamente lamentable, como lo es el de decenas de mexicanos al día en este México que ha pasado de la buscada condición tétrica del calderonismo a la tramposa apariencia peñista de disminución de la violencia. Las instituciones públicas deben atender el doloroso caso de los hijos del periodista David Páramo pero también, con diligencia y eficacia, los de tantos mexicanos sin relevancia mediática que viven cotidianamente el infierno del abandono institucional, la etiquetación simplista, la inacción judicial y la convicción del triunfo de la impunidad. Una de las desgracias impuestas a partir de 2006 ha sido la de la división social mediante el uso faccioso de los medios de comunicación y de la clasificación como indeseables, revoltosos o nacos de aquellos que protestan contra un sistema injusto (no solamente en lo electoral). Como consecuencia de ese envenenamiento de la vida comunal, suele agredirse al adversario político o ideológico y se mantiene una constante guerra de opinión contra quien piensa o actúa diferente. La tragedia de los Páramo, como la de tantos mexicanos, merece condolencia, solidaridad y reflexión, más allá de las circunstancias específicas de los asesinatos (que el gobierno de César Duarte rápidamente dijo que estaban fuera del ámbito estricto del periodismo).

Y, mientras el gobernador de Veracruz se deshace de su secretario de finanzas, como si éste hubiera actuado por su propia decisión en el Chayogate jarocho, ¡hasta mañana!

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