miércoles, noviembre 14, 2012

Cine mudo


Diez días después
IMSS: llanto de un niño
Matar de lejos

Julio Hernández López / Astillero

Sería injusto tratar de asignar culpa directa a una empresa de exhibición de películas por un infortunado suceso que causó la muerte a un menor de edad y que en principio, según las propias declaraciones del padre del fallecido, no se sabía que había tenido como origen un disparo de arma de fuego. Los extraños hechos acontecidos en una sala cinematográfica de Iztapalapa pueden ser entendidos, en cambio, como parte de la creciente inseguridad pública nacional y específicamente como un derivado de la impune soltura criminal con que hoy pueden ser portadas y disparadas las armas de fuego incluso por gusto o sin objetivo preciso (la procuraduría capitalina informó ayer que una bala de calibre nueve milímetros habría sido detonada fuera de la plaza comercial donde está el cine en cuestión y que atravesó el techo de fibra de vidrio).

Pero la reacción inmediata y la conducta posterior de Cinépolis sí merecen atención especial. A pesar de las enormes ganancias que recibe la firma, cuyo presidente es el michoacano Alejandro Ramírez, no hubo la atención ni la supervisión suficientes para enfrentar el crítico cuadro de un niño herido durante una función, el que posteriormente fallecería. Con todo el poderío económico y jurídico que tiene esa empresa, y la vocación filantrópica que tanto publicita, Cinépolis cumplió con la tarea elemental de habilitar la parte trasera del auto del gerente de la sala para llevar al menor a una clínica y sanseacabó. Si no hubiera sido porque un diario capitalino dio a conocer la noticia del caso, la cadena de cines seguiría tan tranquila.

No era, sin embargo, el único caso de violencia sangrienta habida en esa sala, según posteriores testimonios. Es decir, al dejar pasar 10 días para fijar postura oficial respecto al peculiar caso de un pequeño herido dentro de un recinto donde ya había antecedentes criminales, Cinépolis pareció indispuesta a actuar con inmediata responsabilidad social y más bien decidida a dejar que pasara el tiempo y confiar en que nada se supiera. También abre rendijas para la especulación negativa el hecho de que las autoridades capitalinas se hubiesen comportado con ánimos de no hacer más ruido ni involucrar a la poderosa firma respecto de la muerte de ese menor. Cinépolis, como es público y conocido, mantiene especial vinculación con quienes ejercen el poder público en distintas latitudes y con distintos partidos.


Otras empresas han tomado parecidas decisiones de preferencia por el silencio y la opacidad. Por ejemplo: líneas camioneras que nunca reportaron desaparición de vehículos enteros con decenas de pasajeros a bordo; hoteles que rehuyen informar de levantones y asaltos en sus habitaciones.

En otro asunto, Mayté Muñiz de la Mora reporta desde Colima una de las muchas escenas cotidianas que definen la realidad de los servicios públicos de salud, poniendo en su verdadera dimensión trágica la publicidad gubernamental de presuntos avances supremos en esa materia. Durante cuatro horas vio llorar de dolor a un niño tirado en el suelo (no había suficientes sillas en la sala de espera, apenas nueve para más de 50 personas) del área de urgencias de una clínica del Seguro Social en la avenida de los Maestros de la mencionada ciudad capital. No era el único niño que lloraba sin ser atendido. Se quejaba de un fuerte dolor de estómago y tenía temperatura (http://twitpic.com/bczrro). El padre, desesperado, consiguió que le dijeran en cuál consultorio atenderían al menor. Lo mandaron al tres, y allí pasó largas horas: ya vámonos, papá, los doctores no quieren abrir la puerta, decía el pequeño.

Ante las circunstancias, una pareja decidió ceder su turno, a pesar de que había llegado a las tres de la tarde y eran las ocho de la noche. Al final, pasadas las ocho fue atendida la pareja y el niño al mismo tiempo. Una historia similar era la de una pequeñita de apenas un mes de nacida que tenía mucha diarrea y vomitó; su mamá, una joven de unos 23 o 24 años, estaba esperando a que la atendieran desde las cuatro de la tarde; a ella la atendieron casi a las 10 de la noche.

Muñiz de la Mora relata: “Yo no corrí con mucha suerte, se hicieron las 10 de la noche y en mi desesperación por el dolor, que ya no sólo era de la infección en las vías urinarias, sino gástrico, debido a un medicamento que me inyectaron casi al llegar, me fui a poner mi queja a Trabajo Social, donde ya estaba una madre de familia que pedía de favor le atendieran a su hija, quien también había llegado a las cinco; la trabajadora social lo único que hizo fue contestar ‘yo no puedo hacer nada; mi turno empezó a las 8:30 pm. En ese caso, díganle a los del turno de la tarde’. Salí sin ser atendida y con una rabia inmensa. Ojalá todo esto salga en Astillero, ya que es la única manera de decirle a Calderón que es un mentiroso, ¿esto es lo que presume?”

A propósito de la catarsis presidencial que se despide, y que jura y perjura que hizo todo cuanto sus fuerzas, entendimiento y capacidad le permitieron, pero que, en realidad, deja un país asolado, destrozado, ingobernable, doliente y lloroso, Israel Velasco comparte un pasaje de El sol de Breda, que es una de las novelas de Las aventuras del capitán Alatriste que ha escrito Arturo Pérez Reverte: Quien mata de lejos lo ignora todo sobre el acto de matar. Quien mata de lejos ninguna lección extrae de la vida ni de la muerte: ni arriesga, ni se mancha las manos de sangre, ni escucha la respiración del adversario, ni lee el espanto, el valor o la indiferencia en los ojos. Quien mata de lejos no prueba su brazo ni su corazón ni su conciencia, ni crea fantasmas que luego acudirán de noche, puntuales a la cita, durante el resto de su vida. Quien mata de lejos es un bellaco que encomienda a otros la tarea sucia y terrible que le es propia. Quien mata de lejos es peor que los otros hombres, porque ignora la cólera, y el odio, y la venganza, y la pasión terrible de la carne y de la sangre en contacto con el acero; pero también ignora la piedad y el remordimiento. Por eso, quien mata de lejos no sabe lo que se pierde. ¡Hasta mañana!

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