miércoles, octubre 17, 2012

Ejecutivo de Wall Street gana $12 millones/hora; obrero mexicano $7/hora: 1.7 millones veces más


Alfredo Jalife-Rahme / Bajo la Lupa

En su estrujante ensayo Chris Hedges, premio Pulitzer, sobre el Colapso de la globalización (ver Bajo la Lupa; 10/10/12), apunta que la finalidad de las trasnacionales no es alimentar, vestir o dar vivienda a las masas, sino desviar todo (sic) el poder económico, social y político y la riqueza en manos de una diminuta élite plutocrática. Es crear un mundo en el que los jerarcas ganen 900 mil dólares la hora (¡súper-sic!), mientras una familia trabajadora de 4 miembros luchen para sobrevivir. La élite plutocrática alcanza sus metas de cada vez mayores ganancias al debilitar y desmantelar las agencias de gobierno y al capturar o destruir las instituciones públicas¡Irrefutable!

El contraste aplastante (¡1.7 millones de veces!) entre los 900 mil dólares por hora (equivalentes a 12 millones de pesos) –que subsume el dominante mundo financierista anglosajón– y los siete pesos por hora de la reforma laboral neoliberal de Felipe Calderón y Jorge Lozano, en colusión con el sector tecnocrático entreguista del PRIAN –que epitomiza la esclavitud económico-mercantil-social de un mundo de neoesclavos de la semiperiferia/periferia sojuzgada por las finanzas globales de la bancocracia de Wall Street y la City– fue motivo de mi ponencia en la conferencia internacional tri-regional –Latinoamérica, Asia y África– de la Copppal (youtube.com/watch?v=JgX u3Yxz87I) para advertir las ominosas vulnerabilidades financieristas de Latinoamérica que pueden descarrilar su impresionante desempeño convencional.

El mundo virtual del ciberespacio financierista controla por lo menos el equivalente de 20 veces toda la economía real de bienes y servicios –sin sus finanzas apalancadas mediante los ominosos derivados financieristas: las bombas financieras de destrucción masiva según Warren Buffett, el Sabio de Omaha. Así las cosas, resulta que el mundo real de bienes y servicios (sin las finanzas apalancadas) representan, con su corolario mercantilista y su explotación masiva laboral cada vez más pauperizada debido a la tripleta deslocalización (outsourcing-automatización-robótica), la plataforma de la vieja economía que sirve a multiplicar las finanzas en forma estratosférica en Wall Street: lo cual se subsume en última instancia en el abismo diferencial entre el salario de un banquero de New York y la miseria laboral del obrero mexicano que invita e incita a la catástrofe de una revuelta global.


Un teclazo financierista de un solo nanosegundo en una súper computadora que posea uno de los grandes bancos de inversiones de Wall Street es susceptible de arrasar con todo el PIB de una economía real de un país con todo y su subyugado mercado laboral.

En un aleccionador ensayo en el New York Times (13/10/12), Chrystia Freeland –editora de Thomson Reuters Digital y autora de Plutócratas. Ascenso de los nuevos súper ricos globales y la caída de los demás– expone impecablemente La auto-destrucción del uno por ciento, en alusión a la vilipendiada plutocracia global que ha expuesto Ocupa Wall Street: Somos 99 por ciento del planeta.

Chrystia Freeland narra la experiencia de Venecia en el siglo XIV, una de las ciudades más prósperas de la Europa de entonces, en “cuyo corazón de sus economía se encontraba la colleganza, una forma de conjunta compañía bursátil creada para financiar una sola expedición comercial”.

Aduce que su brillantez (sic) provenía en que abrió su economía a nuevos entrantes, permitiendo que los emprendedores tomadores de riesgos (sic) compartieran el lado financiero (sic) con los comerciantes establecidos, quienes financiaban sus viajes mercantes de lo que se beneficiaban las élites de Venecia que como toda economía abierta (sic) solía ser turbulenta (sic).

Cuando en 1315, la Ciudad-Estado Venecia se encontraba en su pináculo, “la clase alta operó para cerrar sus privilegios poniendo una cerrazón formal a la movilidad social mediante la publicación del Libro D’Oro, registro oficial de la nobleza de la reinante oligarquía”.

Mismo axioma de secuencia transecular: apertura económico-financiera, cerrazón social (con murallas tecnificadas y drones).

La cerrazón (la serrata) política se volvió también económica (sic) “bajo control de los oligarcas. Venecia cortó gradualmente sus oportunidades comerciales a los nuevos entrantes con la abolición de la colleganza” (su bolsa), cuando las élites reinantes actuaban en su inmediato interés personal”. Teorema clásico muy estudiado: las élites son más ciegas cuando más lucran.

Se puede criticar a Chrystia Freeland su ultrarreduccionismo binario unidimensional entre apertura económica y la serrata (cerrazón). Juzga que la serrata fue el inicio del fin de la oligarquía mercantilista-financierista de Venecia y su prosperidad cuando en 1500 su población fue menor a la de 1330. Incluso –en una narrativa casi fílmica de Luchino Visconti– en los siglos XVII y XVIII, el resto de Europa crecía mientras la Ciudad-Estado continuaba su retraimiento. Su otra unidimensionalidad demográfica, parámetro incontorneable, es muy debatible como reflejo de la decadencia.

Chrystia Freeland cita el libro Por qué los países fracasan. Orígenes del poder, prosperidad y pobreza, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, quienes arguyen, también en forma muy discutible, que el binomio del éxito y el fracaso depende de la dicotomía de las instituciones gubernamentales entre incluyentes–brindan acceso a cada uno con oportunidades económicas y extractivas–control de las élites reinantes cuyo objetivo es extraer el máximo de riqueza del resto de la sociedad. Aducen que seguido (sic), una mayor inclusión crea mayor prosperidad, lo cual crea incentivos para una mayor inclusión ¡Si todo fuera tan sencillamente binario! ¿Y las guerras?

Ahora está de moda la ciclicidad marxista, como anticipó el genial historiador Eric Hobsbawm, y Chrystia Freeland se pliega a su destino inexorable: el futuro predicho por Karl Marx, quien escribió que el capitalismo contiene las semillas de su propia destrucción. Y es el peligro que enfrenta hoy Estados Unidos, conforme el uno por ciento extrae de los demás y persigue una agenda económica, política y social que ahondará la brecha todavía más.

A su juicio, la serrata estadunidense es más aterradora a escala del abismo educativo entre pudientes y desposeídos. Cita que los economistas (sic) señalan que el malestar de la clase media es en gran medida consecuencia de la globalización y del cambio tecnológico”.

Recuerdo aquel vibrante artículo de Der Spiegel que demostró como la globalización había destruido a la clase media de Estados Unidos (y del mundo).

Aquí Chrystia Freeland se enreda con su obsesión mercantilista de la apertura y su Estado incluyente –que salpica con una teología cultural de la raza blanca trabajadora y sus tradicionales valores conservadores de antaño, según el Evangelio de Charles Murray– con los resultados cataclísmicos de la globalización cuyo aspecto deletéreo especulativo evade desde la Venecia del siglo XIV hasta el financierismo anglosajón de Wall Street y la City del siglo XXI más desregulado que nunca: el cáncer incurable de la seudo-civilización occidental.

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