lunes, julio 23, 2012

La partícula del fraude

Axel Didraksson

Con el descubrimiento de Higgs y otros de una partícula que permite la articulación y la condensación de los elementos del universo físico y humano conocidos, y que se ha comparado con la hélice del DNA, con la teoría de Albert Einstein de la conversión de la energía (E=MC2) o con el denominado Modelo Estándar Universal, la comunidad científica está eufórica por lo que se considera uno de los principales avances de este nuevo siglo, al que algunas revistas de divulgación de la ciencia han cometido el abuso de identificar como la “partícula de Dios”.

En México, guardando las proporciones, se ha podido conocer otro procedimiento que da forma a una partícula muy distinta, que socialmente hace posible voltear la realidad y hacer creer que las cosas son de otra manera. Se trata de un componente de la vida política nacional que se ha divulgado por todos los medios de comunicación (particularmente por el duopolio televisivo), a raíz de las elecciones federales del pasado 1 de julio, y que ha alcanzado signos verdaderamente alarmantes.

Los componentes del algoritmo de este descubrimiento, que se ubica en el área de la física política de ficción, podría llevar a su más insigne representante, al que se ostenta como su promotor principal, el licenciado Enrique Peña Nieto (un personaje que se caracteriza más bien por su ignorancia pero que ha logrado desarrollar una imagen de marketing de ganador), a la obtención de algún premio internacional y hasta a ser el próximo presidente de la república.

El efecto de este componente de política ficción, caracterizado como “la partícula del fraude”, es que provoca la reproducción anti-histórica de una nueva categoría política de Estado de Imbecilidad. Con ello, se ha superado la idea de un Estado Mexicano Fallido, o de un Estado que se organiza por y para la violencia, para el escarnio internacional y la corrupción autoritaria, porque ahora nos encontramos con una imagen paradigmática a través de la cual la imbecilidad o la ignorancia pueden explicar casi todo lo que ocurre, desde una perspectiva universal.

Para comprender esta tesis se pueden leer o escuchar muchos de los editoriales, crónicas o noticias de las cadenas televisivas y de sus personeros en donde se machaca que, a pesar de la existencia de miles de irregularidades que ocurrieron en la pasada elección federal, en aras de darle el lugar al supuesto ganador, toda la oposición tiene que aceptar que perdió, porque la inversión de la realidad así lo demuestra. Se trata por ello de un descubrimiento irrebatible que puede pasar cualquier prueba, ya sea por parte del IFE o del Trife, y superar toda norma legal, estadística o de cualquier racionalidad o lógica política.

Sus principios teórico-pragmáticos se sustentan en que aun frente a las evidencias de compra de votos, de inversión de dinero a raudales para demostrar la coacción o el rebasamiento de los topes de campaña permitidos, la alteración de actas, el uso de tarjetas para el consumo en un centro comercial con el fin de manipular votantes, o el manejo de dinero ilícito, no hay prueba que valga, porque “la partícula del fraude” ya está presente como componente de condensación de un consenso mediático irracional: el procedimiento que se ha puesto en marcha no tiene revés, y lo que debe prevalecer es lo efímero, la volatilidad de los valores de lo desechable y lo instantáneo, y la imagen condensada ha de prevalecer sobre la opinión de la ciudadanía.

Así, lo que tenemos enfrente es como un acto de magia en el acontecer político del país: “ahora está, ahora no está, ahora no está y ahora sí está”. Y desde esa visión de viejos y nuevos trucos, un día alguien, digamos Felipe Calderón, considera inaceptable la compra de votos y otro día reconoce que Peña Nieto ganó la elección; un día el presidente del PAN dice que la coacción en la votación fue infame, y otro día expresa que, sin embargo, ese partido acepta el resultado de la elección; después, alguien escribe que el candidato de la izquierda está en todo su derecho de inconformarse, y otro día lo califica de intransigente; y, luego, un locutor de TV asevera que las encuestas siempre fueron semi-aceptables, y más tarde no dice nada al respecto. Así hasta la ignominia.

La partícula de condensación del fraude está, pues, en operación como una extensión de lo políticamente correcto, de lo vendible, a favor de la tranquilidad (como si en ella viviéramos) frente a la adversidad. Lo terrible, como en la novela El señor de las moscas, de William Golding, es que la degradación y la humillación del otro se vuelve lo más importante, hacer el sojuzgamiento del adversario hasta llegar a lo inverosímil, a pesar de que pudiera comprobarse una ventaja ficticia, y aunque quien se presente como ganador no tenga poder real, porque todo ocurre en un mundo de fantasía que se maneja, aquí, desde la República Mediática Avanzada, con una sola divisa: evitar el desafío al statu quo, y dejar que la irracionalidad se expanda y se imponga a pesar de cualquier resultado. Ya veremos si esta ficción embauca a todos.

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