lunes, junio 18, 2012

La sospecha del fraude

Miguel Ángel Ferrer

En 1910, Francisco I. Madero se presentó como candidato del Partido Antirreeleccionista a la Presidencia de la República. Frente a la gran popularidad del coahuilense, el dictador Porfirio Díaz lo encarceló. Así Díaz pudo reelegirse nuevamente. Madero llamó a la insurrección armada. Así comenzó la Revolución Mexicana.

Ya en el marco de la institucionalidad posrevolucionaria, hubo nuevos comicios presidenciales. En 1928, se presentó a la reelección el ex presidente Álvaro Obregón. Ganó, por supuesto. Pero fue asesinado para evitar su retoma del poder. No fue un golpe de Estado ni un fraude electoral propiamente dichos o en un sentido clásico, pero mucho de fraudulento hubo en ese episodio criminal.

Un año después, en 1929, se realizaron nuevas elecciones presidenciales. Se presentaron dos contendientes: Uno, Pascual Ortiz Rubio, candidato oficial, del poder o de Plutarco Elías Calles; el otro: José Vasconcelos. Un militar e ingeniero exitoso frente a un genio reaccionario. En medio de una tormenta por las denuncias de fraude, el candidato oficial, del poder o de Elías Calles fue declarado vencedor.

Once años más tarde, en 1940, hubo otras elecciones presidenciales signadas por las denuncias de fraude y en medio de una enorme violencia. Eran dos los candidatos: el del poder, Manuel Ávila Camacho, y el de la oposición, Juan Andreu Almazán, ambos bastante reaccionarios, aunque los dos igualmente se decían revolucionarios. Nunca, desde luego, se conocieron los resultados reales, pero el gobierno siguió en manos del grupo hegemónico.

Otra vez, en 1952, se realizaron comicios presidenciales. Y otra vez hubo denuncias de fraude. Los contendientes fueron Adolfo Ruiz Cortines, por el partido en el poder, ahora llamado Partido Revolucionario Institucional; y Miguel Enríquez Guzmán, por una heterogénea coalición de grupos y organizaciones sociales y populares. De nuevo, por supuesto, llegó a la residencia presidencial el representante del poder. Era clara, ya desde entonces, la validez de la sentencia que terminó por hacerse clásica: “Las puertas de Los Pinos se abren desde adentro”.

Luego de treinta y seis años de dominio electoral priista sin disputa, nuevamente en 1988 una coalición de partidos y organizaciones populares, con Cuauhtémoc Cárdenas al frente, desafió exitosamente al poder hegemónico. Hoy, a casi un cuarto de siglo de aquellos hechos, hay suficientes evidencias históricas y documentales para afirmar que aquel conglomerado de organizaciones se alzó con la victoria, la que le fue groseramente escamoteada.

La historia se repitió dieciocho años después. En 2006 la sombra del fraude en la elección presidencial volvió a presentarse. Esta vez, mucho más que en 1988, abundan las evidencias del falseamiento de la voluntad ciudadana. Solo que esta vez, a las modalidades tradicionales del fraude se sumó la modernísima figura del fraude cibernético. Pero esto, finalmente, es anecdótico. El hecho concreto es que el candidato del grupo en el poder fue declarado vencedor en medio de un escándalo nacional e internacional sin precedentes en la historia moderna de México. Nuevamente mostró su vigencia la expresión ya más que clásica: “Las puertas de Los Pinos se abren desde adentro”.

Ahora, en 2012, otra vez una coalición de partidos y organizaciones sociales y populares desafía a un sistema presidencial de designación más que eleccionario. Y nuevamente se pone en disputa la vigencia de la metáfora sobre las puertas de Los Pinos. ¿Se aferrará el poder a ese perverso y cuasi centenario aforismo? ¿Decidirán los sufragios o lo hará la voluntad omnímoda del jefe en turno del grupo en el poder, ya nacional-revolucionario, ya tricolor, ya blanquiazul?

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