viernes, junio 22, 2012

Colosio, el film

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Para quienes tienen entre 18 y 25 años el asesinato de Luis Donaldo Colosio sólo es referencia, que puede o no estar enmarcada en un contexto histórico y bajo la perspectiva de lo que significa el ejercicio del poder, totalmente ajeno a la teoría política, incluso a la conceptuada por Nicolás Maquiavelo.

Para comprender la dimensión de lo que los políticos y quienes los respaldan o les sirven son capaces de hacer, recomiendo Politique et crime, de Hans Magnus Enzensberger; L’État criminel. Les Génocides au XX siécle, de Yves Ternon; Stalin y los verdugos, de Donald Rayfield; Sin esperanza no pueden plantarse olivos, de Leonardo Sciascia, y Apología de Sócrates, donde Platón defiende de la democracia ateniense a uno de sus hijos.

Suponer, entonces, que la película dirigida por Carlos Bolado -escribió el guión con Hugo Rodríguez- es una denuncia contra el PRI, es simplificar su propuesta, significa eludir el verdadero problema que, de principio a fin, es denunciado por el drama histórico: el modelo político no da para más.

Apuestan, quienes financiaron y dirigieron la película, a renovar el interés por la transición, porque de haberla iniciado Vicente Fox y cumplido con su mandato constitucional, el actual presidente de México hubiera tenido el respaldo político y social necesarios para imponer la voluntad soberana de la nación sobre la intromisión del gobierno de Estados Unidos.

El planteamiento de la película es sencillo: Colosio quiso iniciar la transición, reformar al sistema, el modelo político. Los grupos de poder, todos: partidos, empresariales, sindicales, no pudieron permitirlo.

Leonardo Sciascia lo describe bien: “El poder es violencia, bajo cualquier forma es violencia. Es necesario que sea ejercido, como también son necesarios los sepultureros, pero es preciso alejarse… Ciertamente, se trata de una estrategia de supervivencia, pero ésta es una cosa terrible de nuestra época, el no ver ya posible hacer la revolución. De aquí nace la desesperación, el gesto revolucionario es restituido, multiplicado, por el gesto contrarrevolucionario. Es difícil comprender por nosotros mismos, y creo que es revolucionario establecer que hay cosas que no van 'nunca' bien…

“Nos estamos dando cuenta, como Clemenceau con los generales, que la política es algo demasiado serio para dejarla a los políticos”.

México es cruento, como lo es el poder. Por idénticas razones a las que la imaginación de los guionistas determina asesinarlo, quienes hoy deciden qué sí y qué no puede hacerse en este país, iniciaron una guerra sin cuartel contra la delincuencia organizada, porque así les conviene a todos, menos a los mexicanos que pagan la cuota de sangre.

Escribió Javier Marías: “… El asesinato es algo que sucede y de lo que cualquiera es capaz, lleva sucediendo desde la noche de los tiempos y continuará hasta que tras el último día ya no haya noche ni quede más tiempo para albergarlos; el asesinato es cosa de a diario, anodina y vulgar, cosa del tiempo; los periódicos y las televisiones del mundo están llenos de ellos, a qué viene tanto grito en el cielo, tanto horror, tanto aspaviento. Sí, un asesinato. No más”.

Es la frivolización de la tragedia, del drama. Lo vulgar deja de llamar la atención. A Colosio lo pasaron de la mitología al santoral.

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