lunes, mayo 07, 2012

Paz, tv y debate

Jacobo Zabludovsky / Bucareli

¿Quién es el dueño de la televisión? Esa es la pregunta de inaplazable respuesta y no la mañosa discusión sobre si el debate de candidatos presidenciales podía o no ser televisado al mismo tiempo que un partido de futbol, exagerada hasta el escándalo y lo grotesco para distraer a los mexicanos del verdadero problema: ¿quién es dueño de la televisión en México? La respuesta evadida para no abordar un tema fundamental de la democracia mexicana, es que el dueño de la televisión, como el de la radio, el de un periódico o cualquier otro medio de información, es quien tiene el poder de ordenar su contenido, autorizar, rechazar o modificar el mensaje a transmitirse o imprimirse.

En este caso los dueños de la televisión abierta nacional ejercieron el derecho que les garantiza la ley vigente, redactada por políticos serviciales, complacientes y temerosos de caer en ese limbo sádico de no aparecer en las pantallas, los mismos que hoy se rasgan las vestiduras ayudados por plañideras y bufones, socios o paniaguados de los propietarios a quienes protegen mediante un ataque aparente para ocultar el problema de fondo: la entrega a intereses mercantiles de un derecho exclusivo e inajenable del pueblo, tomado el concepto “pueblo”, tan manoseado, como unidad titular de la soberanía y elemento constitutivo del Estado: el derecho a la información plena, oportuna y objetiva.

“El mercado lo mueve el lucro y así es fuente de injusticias y desigualdades… la antigua esclavitud fue hija del mercado y hoy lo son también la pobreza y el desempleo”, afirmó Octavio Paz (Miscelánea III, Obras Completas, pág. 369). En el mismo texto explica Paz cómo llegó a la televisión “…en el noticiero de Zabludovsky, con un comentario semanal sobre asuntos de actualidad. En aquellos años, aunque parezca increíble, se había vuelto difícil para mí publicar en la prensa diaria. Colaboré en ese programa como antes y después lo he hecho en periódicos y revistas. Gocé de libertad plena y no reniego de una sola palabra de lo que dije. Varios de esos comentarios han sido recogidos en mis ensayos”. Octavio Paz, obra citada.

Es válido pensar si en estos tiempos democráticos a ese hombre, una de las inteligencias más luminosas del siglo 20, poeta inspirado y profundo, analista universal, merecedor por mucho de su Premio Nobel, se le abrirían las puertas de la televisión, quiero decir, por supuesto, de la televisión actual mexicana, como entonces se abrieron sin condiciones a su pensamiento disidente. En un ejercicio de objetividad, el testimonio agradecido de Octavio obliga a revaluar los conceptos de censura y, a la sombra del sainete de la semana pasada, repensar a quien pertenece el dominio de los contenidos en la televisión, medio de influencia masiva, herramienta política de fuerza incomparable.

Durante 7 décadas el poder hegemónico de un partido político decidía qué se publicaba y qué no, pero aún así Octavio Paz encontraba un lugar donde decir su verdad. Cambiaron las leyes y cuando las oscuras golondrinas volvieron sus nidos a colgar venían tejidos con otras varitas, para bien o para mal. El poder político sintetizado en la frase “soy soldado del PRI”, haya sido dicha o no, ha cambiado por: “sólo soy soldado de mis caprichos y lo único que no me paso por el arco del triunfo es el rating”. Viva la democracia.

El marco jurídico de la propaganda política en la televisión (en general todo el sistema informativo puesto al servicio de los accionistas y de la ley de la oferta y la demanda) adolece de fallas que el dueño del Canal Azteca hizo palpables, estilo personal aparte.

Se ha dicho que la política es asunto tan importante que no puede dejarse en manos de los políticos. De acuerdo. Sólo falta aclarar si está mejor en manos traviesas, ávidas e insaciables, movidas por fuerzas distintas a las requeridas para la solución de los grandes problemas de México, como la corrupción, la ignorancia y la contrastante desigualdad económica.

Termino con otra cita de Paz tomada del mismo libro: “Es indispensable fortalecer a la sociedad civil: sólo la crítica pública y libre puede frenar a los faraones tecnocráticos… sin democracia, ningún experimento social, en la época moderna, puede ser válido… respeto a la voluntad de las mayorías y también respeto a la autonomía de las minorías y la libertad de los individuos… “.

Otra, que no está de más: “La función del escritor consiste en limpiar la atmósfera, abrir las ventanas, barrer las telarañas intelectuales y tratar de pensar con modestia y con verdad”.

Está claro quiénes son los dueños de la televisión. Y que quien les hacen la ley les preparan la trampa.

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