miércoles, mayo 16, 2012

Fuentes el prodigioso

Ricardo Rocha

Escribo estas líneas desde el dolor de una pérdida fraterna y con el desorden de la desmemoria por el impacto de su partida.

Lo vi de cerca por vez primera hace tal vez 25 años, luego de haber recibido una de tantas distinciones trascendentes que lo distinguirían a lo largo de su vida. Lo acompañaba un séquito de obsecuentes que hicieron malos chistes sobre la entrevista televisiva que, según ellos, jamás se transmitiría y que yo intentaba con mi camarógrafo. ¿De verdad tú crees que va a pasar? Me preguntó con amabilidad espontánea. Yo creo que sí, le respondí no tan seguro. ¿Apostamos una cena? ¡Va! La entrevista se transmitió a pesar de algún chismoso que le anticipó mi intención a Emilio Azcárraga Milmo, quien me mandó llamar para comentarme el lío de faldas que años atrás los había distanciado. Ya en nuestra cena –que él pagó– a Carlos le hizo mucha gracia el recado de Emilio de que lo invitaba a una copa para saldar de una buena vez el pasado.

Se inició así una amistad tan entrañable como respetuosa de las visiones de cada quien. Compartimos muchas veces el pan, el vino y conversaciones deliciosas. Como los amigos de verdad, jamás nos reclamamos el tiempo transcurrido desde nuestro encuentro anterior. También concelebramos una docena de entrevistas casi siempre sobre la aparición de sus nuevos libros; muchas veces en la intimidad de su casa en San Jerónimo.

La vida nos acercó todavía más cuando Carlos hijo se incorporó a trabajar conmigo unos años antes de su partida tan dolorosa y temprana como la de su hermana Natasha.

También la casualidad habría de juntarnos en diversas ocasiones, como cuando encontré a Silvia en una sala de espera en el aeropuerto de París, muy paciente “Aquí esperando a Fuentes que viene de Estocolmo porque nos vamos juntos a nuestro departamento en Londres”. Con todo y sorpresa habríamos de brindar los tres por el destino de nuestros vuelos.

He de decir, sin embargo, que a pesar de la cercanía que nos dio la vida, siempre hubo una suerte de respeto que no estaba reñido con la calidez de nuestros abrazos. Y es que Carlos significaba y todavía significa una influencia enorme para mí y todos los de mi generación. De tal suerte que, a pesar del amigo fraterno, ahí estuvo siempre el icono viviente que nos había marcado con obras indispensables para descifrarnos a nosotros mismos: “La región más transparente”; “La muerte de Artemio Cruz”; “Aura”; “Cantar de Ciegos”; “Zona Sagrada”; “Terra nostra” y “La cabeza de la hidra”. Más acá, las claves para el entendimiento cabal del México contemporáneo: “La Campaña”; “La frontera de cristal”; “Los años con Laura Díaz”; “Instinto de Inez”; “Todas las familias felices”; por supuesto que su clásico “La silla del Águila” y recientemente “La voluntad y la fortuna”.

A propósito de Ésta última, Fuentes me dio uno de esos grandes regalos que se quedan para siempre. Y es que le pedí como era habitual una entrevista. Con una condición. La que quieras. Que te quedes a comer. Por supuesto. Pero hete aquí que en terminando de grabar me soltó: ¿no te importa que venga alguien más? Claro que no ¿puedo preguntar quién? Es el “Gabo” me dijo tan tranquilo..

Eso y mucho más tengo yo que agradecerle a Carlos Fuentes. Y mantenerlo vivo así, con su herencia literaria formidable, su incansable apostura de ciudadano del mundo, su ánima itinerante y su inagotable amor por México.

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