martes, abril 17, 2012

¿Presidencia con mayoría?

Pascal Beltrán del Río

Hace 24 años que ningún candidato presidencial en México gana la elección con la mitad o más de los votos.

El último en lograrlo fue Carlos Salinas de Gortari, quien obtuvo oficialmente 50.70% de los sufragios, en unos comicios cuya legalidad sigue siendo cuestionada hasta el día de hoy.

En las tres elecciones presidenciales siguientes, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón obtuvieron 48.69%, 42.52% y 35.89%, respectivamente.

La pregunta es si seguiremos teniendo en México un Presidente al que la mayoría de los electores no apoyó en las urnas. Es decir, un Presidente que asume el cargo en condición minoritaria frente al conjunto de fuerzas de la oposición.

En otros sistemas políticos, ese problema no existe. Por ejemplo, en Estados Unidos y Francia, países que también elegirán Presidente este año.

Estados Unidos tiene un sistema político dominado por dos grandes partidos, el Demócrata y el Republicano, ambos fundados durante el siglo XIX.

Las llamadas terceras fuerzas han tenido participaciones casi siempre testimoniales en las elecciones estadunidenses.

Y aunque el candidato presidencial independiente Ross Perot ganó casi 19% del voto nacional en 1992, ningún partido político alternativo hace sombra a los dos principales. El más grande de los que existen en actualidad, el derechista Partido de la Constitución, obtuvo apenas 300 mil votos, en un universo de 88 millones, en los comicios legislativos intermedios de 2010.

Por si fuera poco, el sistema electoral estadunidense prevé que el ganador de la elección presidencial sea designado de forma indirecta, por parte de un Colegio Electoral. Esto complica aún más la posibilidad de que alguna tercera fuerza pueda poner en peligro la dominancia de republicanos y demócratas.

Desde 1964, el Colegio Electoral estadunidense se integra por 538 delegados. Para que un candidato sea declarado ganador, requiere de al menos 270 votos electorales. En caso de empate, lo cual nunca ha ocurrido, la Cámara de Representantes decidiría quién es el Presidente, y el Senado, quién es el Vicepresidente.

Es decir, por todo este conjunto de reglas y circunstancias, nunca ha llegado a la Casa Blanca un candidato que tenga menos de la mitad de los votos. Todo está construido para impedir que eso ocurra. La elección presidencial más cerrada en la historia de Estados Unidos, la de 2000, entre George W. Bush y Al Gore, terminó con una victoria del primero en el Colegio Electoral por cinco votos (271 a 266 y una abstención).

Otros países, como Francia, tienen un sistema de segunda vuelta electoral (o balotaje) que asegura que el ganador de la elección presidencial tenga la mayoría absoluta de votos. Califican a la segunda vuelta los dos candidatos que hayan obtenido el mayor número de sufragios, en caso de que ninguno de los aspirantes inscritos consiga 50% más uno de los votos en la primera vuelta.

Este sistema se instauró, a propuesta del primer Presidente de la Quinta República, el general Charles de Gaulle, en 1962. Hasta ese año, los mandatarios franceses eran elegidos de manera indirecta, por el Parlamento o un colegio electoral.

Desde entonces, ningún candidato presidencial en Francia ha llegado al Elíseo sin pasar por una segunda vuelta electoral.

La primera elección directa del Presidente de Francia —que comparte el poder con el primer ministro, jefe del gobierno— fue en 1965. Para la primera vuelta había seis candidatos inscritos. El ganador fue De Gaulle, quien no obtuvo la mayoría absoluta. En la segunda vuelta participaron él mismo y el socialista François Mitterrand. Triunfó De Gaulle, con 55.2% de los votos.

Una de las críticas que ha recibido este sistema es que pueda ganar la elección presidencial un candidato que califica en segundo lugar, incluso de panzazo, a la segunda vuelta.

De las ocho elecciones que se han celebrado bajo este sistema, en tres ocasiones el triunfo ha sido para quien quedó segundo en la primera vuelta. Incluso, en 1995 Jacques Chirac se convirtió en Presidente tras de haber obtenido sólo 20% de los votos en la primera vuelta.

Sin embargo, la segunda vuelta siempre otorga a uno de los candidatos una mayoría absoluta de votos, a veces tan amplia como la que consiguió en propio Chirac en 2002 (82 por ciento).

Este año, hay diez candidatos inscritos para la elección presidencial francesa, que se celebrará el 22 de abril.

Todo parece indicar que ninguno de los aspirantes alcanzará la mayoría absoluta de votos en esa fecha, así que será necesario ir a una segunda vuelta —por novena ocasión consecutiva—, que se llevará a cabo dos semanas después, el 6 de mayo.

De acuerdo con la última encuesta publicada por el diario Le Monde, el presidente Nicolas Sarkozy encabeza las intenciones de voto con 29%, seguido muy de cerca por el socialista François Hollande, con 28.5 por ciento. También dice que si estos dos candidatos pasaran a la segunda vuelta, Hollande se convertiría en el próximo Presidente de Francia, pues ganaría con 55% de los votos.

En los sistemas parlamentarios no existe la misma preocupación sobre la necesidad de que un partido obtenga una mayoría clara en las urnas, porque generalmente el gobierno se forma mediante una alianza entre distintas fuerzas en el Parlamento con posterioridad a las elecciones.

Sin embargo, en los sistemas presidencialistas éste ha sido un tema de gran debate y ha dado lugar a que se instaure el balotaje en muchos países. Entre los que han realizado cambios legales para requerir un porcentaje mínimo de votos para ganar la Presidencia están Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Ecuador y Perú.

En México ha habido intentos de implantar la segunda vuelta en elecciones presidenciales. La más reciente, la propuesta de reforma política que el presidente Calderón envió al Congreso, en diciembre de 2009, que no fue aprobada por los legisladores.

La iniciativa de la segunda vuelta no ha sido planteada sin suscitar críticas. Hay quienes sostienen que no ayuda a la gobernabilidad porque tiende a fracturar a los partidos y a atomizar el voto, y porque suele minimizar el contingente legislativo del Presidente (estos argumentos han sido expuestos, entre otros, por los politólogos estadunidenses John M. Carey y Mark P. Jones en su ensayo de 1997 Institutional Design and Party Systems).

También se aduce un mayor costo de las elecciones y prolongación de las campañas y que el ganador del balotaje tiene una menor preocupación por tomar en cuenta a la oposición.

Asumidos como válidos esos argumentos, también es posible sostener que la elección de los últimos tres Presidentes en México, quienes han ganado los comicios con menos de la mayoría absoluta de los votos, no ha derivado en una mayor gobernabilidad.

Lo interesante será ver si el electorado decide poner en pausa la discusión sobre la segunda vuelta y otorga a un candidato presidencial la mayoría absoluta en la única vuelta que existe, cosa que no sucede desde el final de la etapa de partido único.

La tendencia en las encuestas indica que el priista Enrique Peña Nieto puede aspirar a ganar con más de 50% de los votos. Eso seguramente sucederá si logra hacerse de 20 millones de sufragios, una meta que el PRI se ha fijado explícitamente para el 1 de julio.

Valdrá la pena ver con detenimiento las encuestas que se publicarán esta semana (busque la de BGC/Excélsior en la edición de mañana). Mi impresión es que está prevaleciendo en el electorado el deseo de un cambio de partido en el gobierno y que la candidatura de Peña está encarnando esa voluntad.

Sin embargo, falta ver qué tanta respuesta puede generar Andrés Manuel López Obrador, quien representa la misma opción. Y si Josefina Vázquez Mota puede cambiar la tendencia mediante una argumentación contundente a favor de mantener al PAN en Los Pinos por seis años más.

En esa lucha entre cambio y continuidad que son las elecciones presidenciales, el primero lleva una ventaja que parece ampliarse cada vez más, cuando sólo faltan 77 días para que los mexicanos vayamos a las urnas.

Cinco años

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