jueves, abril 12, 2012

La Habana, seis años tarde

Salvador García Soto

Con una buena voluntad más de forma que de fondo, el presidente Felipe Calderón arribó ayer a La Habana para intentar recomponer la relación bilateral entre México y Cuba que lleva destrozada los 11 años de panismo. Una visita largamente esperada y que se produce en el ocaso de su administración, cuando ya muy poco se podrá hacer para restablecer un trato diplomático y político que en 6 años de calderonismo fue prácticamente ignorado.

Aun así “nunca es tarde y es una buena actitud del gobierno de México y del de Cuba, pero esa actitud debió asumirse desde el principio de la administración”, comenta un ex embajador mexicano en la isla. “Por ahora –dice el diplomático que pasó varios años representando a México ante el gobierno de Fidel Castro– ya no hay mucho que hacer porque Calderón ya se va”.

En el radar de la política exterior del gobierno calderonista, Cuba prácticamente no existió a lo largo del sexenio que agoniza. Calderón heredó una relación dañada y maltrecha, en su peor nivel de la historia, tras los seis años de la política bélica y anticastrista practicada por el canciller del gobierno foxista, Jorge Castañeda Gutman.

Valiéndose de la ignorancia de Fox, reflejada en el torpe y bochornoso “comes y te vas”, Castañeda llevó la relación con Cuba a niveles de ruptura. Apegado completamente a los dictados de Washington, quiso quedar bien con sus amigos Jesse Helms y Collin Powell. Todo el pasado castrista de Jorge Castañeda, quien en sus juventudes vivió en Cuba, fue amigo de Fidel Castro y hasta fue entrenado como guerrillero en instalaciones cubanas, se convirtió un odio furibundo y personal que arrastró a la política exterior de todo un país.

Llegó luego Luis Ernesto Derbez pero nada pudo hacer para reconstruir las ruinas dejadas por Castañeda. Los últimos 11 años, los gobiernos de Cuba y México se distanciaron tanto y enfriaron sus relaciones que por momentos parecían inexistentes. Heriberto Galindo fue el último embajador de la era priista, donde la relación con la isla era considerada estratégica; Ricardo Pascoe, un izquierdista de formación troskista fue enviado como el primer embajador de la era Fox ante el estalinista Castro; llegaron después Roberta Lajous e Ignacio Piña, quien llegó a La Habana tras la suspensión de negocios entre los dos países decretada en 2004.

Cuando Felipe Calderón llegó al poder en 2006 fue una incógnita si buscaría recomponer la desastrosa relación que dejó Fox y si cambiaría la política belicista de Castañeda. La primer señal calderonista fue un guiño que despertó expectativas: el presidente y su canciller Patricia Espinosa sacaron de España a Gabriel Jiménez Remus, un connotado político del PAN, y lo madaron a La Habana. Se pensó entonces que Calderón, que retomaba la tradición de enviar a Cuba a políticos de primer nivel como señal de la importancia que se daba a la relación, iba por un reencuentro con el régimen de los Castro.

Pero pasaron los meses y nada ocurrió. La relación siguió tan fría como en los años del foxismo. Calderón hizo de la guerra al narcotráfico la prioridad de su gobierno y se acercó tanto a Washington con acuerdos y tratados de cooperación que Cuba simplemente nunca figuró en la política exterior de este sexenio.

Ese es el contexto en el que Felipe Calderón llegó ayer a La Habana hablando de “mejorar la relación entre dos pueblos hermanos”. Una intención que llegó seis años tarde y que más bien parece un distractor o una ocurrencia de fin de sexenio. De cualquier modo el gesto es importante, más vale dejar planchadas las relaciones con Cuba que dejarlas en el desastre de los últimos años; ya será tarea del que venga, como muchos otras herencias que dejara Calderón.

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