lunes, abril 30, 2012

La civilización del espectáculo

Fausto Pretelín

La incultura suele cubrirse el rostro con un disfraz, el de la cultura popular. Por la dinamita que contiene cada una de las palabras de la frase anterior, lo mejor es regresar y leerla de manera textual, es decir, tal como aparece escrita en La civilización del espectáculo: “Incultura disfrazada de cultura popular”. Si la cultura popular es un disfraz, entonces una parte dominante de la población mundial que sigue cotidianamente a las luminarias del mainstream, mantiene el rostro cubierto.

Ensayo fulminante por la ausencia de esperanza pero también por el asomo de incomprensión del propio autor hacia los jóvenes y sus circunstancias. No tendría que existir asombro por los frecuentes y lógicos desencuentros entre polos generacionales, y si embargo, Vargas Llosa se indigna por los gustos juveniles.

Lo light como dosis perfecta de cultura popular pero también como una especie de pasaporte que utiliza la tribu inculta para generar empatía entre sus integrantes. Al concepto de cultura, escribe Vargas Llosa, se le ha estirado tanto, que ha terminado por desaparecer. “La literatura light, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector y al espectador de ser culto, revolucionario, moderno, y de estar a la vanguardia, con un mínimo de esfuerzo intelectual”, pero en realidad se encuentra muy lejos de la ciencia, de las artes y de la filosofía.

Imposible estar en desacuerdo con un importante número de argumentos de La civilización del espectáculo.

Simplemente hay que concatenar el análisis de Vargas Llosa con escenas de la vida cotidiana: El turista que simula las emociones provocadas por las góndolas venecianas…en Las Vegas, donde el ornamento esteticista eclipsa a la naturaleza propia del arte; el consumidor de arte que se maravilla por el tiburón sumergido en una cubeta casera bañada por formol (Damien Hirst), donde el rasgo naïve es extrapolado por quien se considera sapiente artístico; cantantes diseñados por ingenieros del marketing (por ejemplo a Shakira le recomendaron teñirse el pelo de rubio para facilitar su globalización); ¿Periodismo? El mejor referente de Vargas Llosa en La civilización del espectáculo es la revista Hola. El periodismo rosa como fuente del morbo; periodismo dirigido a una tribu desanimada proclive a ser vivida.

Vargas Llosa coincide con Guy Debord al señalar que reemplazar el vivir por el representar, hacer la vida una espectadora de sí misma, implica un empobrecimiento de lo humano.

Imposible no viajar, a través de La civilización del espectáculo, al situacionismo de Guy Debord y su Sociedad del espectáculo. Vargas Llosa se ve obligado a realizar el referente (simplemente por el título de su ensayo) sin embargo le resta valor comparativo: “Los temas culturales, referidos a las artes y las letras, sólo tiene cabida en su ensayo de manera tangencial”. La idea es imprecisa por dos motivos. Debord se adelantó cuarenta años para señalarnos que en la sociedad un cómico hace las veces de un politólogo; un cantante las de un filósofo; un periodista de espectáculos las de un creador de programas ideológicos (de partidos políticos). Es decir, Debord sí asimiló en su ensayo el desmoronamiento del arte por la simple omnipresencia del espectáculo. Da la impresión de que Vargas Llosa no quiere ser cuestionado por el parecido título de su ensayo con el de Guy Debord.

Algo más, el premio nobel escribe éste ensayo después de haber desdoblado la posmodernidad de Gilles Lipovetsky. No se trata de restarle valor a La civilización del espectáculo, pero lo que ha sucedido durante la era de la globalización, le sirve a Vargas Llosa como condimento toral a lo largo de su libro. El propio escritor peruano cita a Lipovetsky (La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada), Vargas Llosa explica que “el mundo-pantalla ha deslocalizado, desincronizado y desregulado el espacio-tiempo”; ingredientes de la globalización que ayudan a expandir la cultura popular.

El jueves pasado, precisamente, Vargas Llosa y Gilles Lipovetsky sostuvieron un diálogo en La Casa de América en Madrid. En él, Lipovetsky comentó: “la sociedad del espectáculo ha masificado los comportamientos, pero también ha dado un grado mayor de autonomía para desmontar el pensamiento hegemónico de los grandes intelectuales”. Y puso como ejemplo de esa paradójica libertad a la televisión: “Tumba de la alta cultura, pero también escenario de opciones para la gente”. Vargas Llosa, piensa lo contrario. Y para ello hace referencia al libro de Frédéric Martel, Cultura Mainstream. Colocar en la misma ecuación a una ópera de Verdi con los Rolling Stone o el Cirque du Soleil es una clara muestra del despropósito que nace y se desarrolla gracias a la cultura popular.

Decepcionado, sí, por la desaparición de la cultural, y en ocasiones intolerante con los rasgos del mundo juvenil, Vargas Llosa mantiene la mirada hacia abajo en cada una de las páginas de su ensayo La civilización del espectáculo. No es creíble que un premio nobel recurra a generalizaciones porque con ellas se integra a los lugares comunes de la cultura popular.

Es innegable que, estéticamente, son repulsivas las manifestaciones de los artistas escatológicos en tiempos donde la frontera entre la provocación y la banalidad se difumina. Vargas Llosa no quita el dedo del renglón sobre éste tema. Sin embargo, el arte contemporáneo no es exclusivamente Hirst. Lo trasciende la creatividad de cientos de artistas que no logran ingresar al mercado del arte porque no forman parte del mainstream.

No es fácil incluir a Vargas Llosa en la lista de autores que han analizado las mutaciones sociales como Debord, Lipovetsky y Baudrillard. El conservadurismo de Vargas Llosa le coloca muros estéticos a su radio visual. Después de los muros, no hay nada. La cultura hecha polvo.

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