viernes, abril 27, 2012

Evaluar a evaluadores

Francisco Rodriguez / Índice Político

“Las instrucciones que tenemos de la SEP –ahora a cargo de un médico, ignaro en cuestiones educativas– es que debemos aprobar a todos los alumnos, no importa si adquirieron o no los conocimientos que les impartimos”, me dice un maestro de educación media que se desempeña en una escuela oficial del sur de la ciudad de México.

Mi hermana Graciela, ingeniera geóloga, quien ya casi cumple 30 años impartiendo clases de física y química en una secundaria del Ecatepec “de las promesas cumplidas” va más allá:

– ¿Cómo nos exigen a los maestros el buen rendimiento de los alumnos, si éstos llegan sin desayunar a la escuela, y en su mayoría padeciendo severos problemas de desintegración familiar, por si fuera poco? –me interroga.

Y me comenta que sus educandos, en un 90 por ciento, no llevan ni un café de olla en el estómago.

– ¿Qué desayunaste? –ahora les pregunta a ellos, cuando se le quedan viendo “con cara de what?” ante un problema que les plantea.

– Nada, maestra –le responden.

Y ahí ella entiende el porqué no la entiende. El porqué pareciera que les habla en ruso o en japonés.

Evaluar a la enseñanza que se imparte en México es, apenas, un distractor. Desde mi punto de vista significa evaluar a una de las muchas partes y no a todo el sistema.

Toda proporción guardada, me parece que las críticas al magisterio –por ejemplo, los reportajes cinematográficos al estilo de Michael Moore, “pero región IV” y los sesudos artículos de personajes graduados en Harvard, con becas pagadas por los contribuyentes– son muy similares a las que se vuelcan en contra de los atletas que participan, y fracasan, en Juegos Olímpicos o Mundiales de Futbol. Se les exigen desempeños similares a los de los competidores provenientes de democracias consolidadas, sin problemas de pobreza, desnutrición, violencia y alta corrupción cual, lamentablemente, es el caso de México.

Evaluemos primero a la Administración Pública de la que los maestros de México son -–campañas de desprestigio de por medio– el eslabón más débil.

Quieren resultados del examen PISA –que se practica en los países miembros del Club de Ricos que es la OCDE– similares a los que los muchachos obtienen en Finlandia, sin considerar que allá en el país nórdico las familias tienen ingresos que les permiten dar desayuno a los hijos y aquí, la mayoría de los padres, ni siquiera tienen empleo.

¿Evaluar a los maestros? Sí, claro. Pero tomando en cuenta consideraciones que hoy se soslayan: el enorme deterioro social, agravado desde que los panistas manejan a su arbitrio y personal provecho los recursos del erario nacional… el clima de inseguridad jurídica, económica, personal que ha propiciado la fallida gestión del señor Felipe Calderón desde que, para dizque legitimarse– declaró su estúpida –sin inteligencia– guerra en contra de la delincuencia… la creciente pobreza, mal disfrazada por los programas asistencialistas impuestos por el Banco Mundial, a los que aquí se les da, además, el carácter de electoreros… la corrupción, por acción y omisión, que en los dos últimos sexenios supera con creces –excepción hecha de los que correspondieron a Miguel Alemán y a Carlos Salinas– a los de los priístas…

¿Evaluar a la Administración calderonista?

Ya lo ha hecho, apenas, la Auditoría Superior de la Federación dependiente de la Cámara de Diputados, al poner al descubierto la desastrosa y corrupta gestión de Calderón en el 2008. Los resultados presentados en la revisión de la Cuenta Pública de ese año son como paa demandar que cuelguen en el Zócalo a tanto panista bribón y ratero.

Empecemos por el todo. Evaluemos al sistema.

Evaluemos, después, a la enseñanza que se imparte en el país.

Esto, en pocas palabras, quiere decir que hay que evaluar a los evaluadores, ¿no cree usted?

Índice Flamígero: Hay quienes, cercanos a su entorno, dicen ya saber el destino de Felipe Calderón tras que el primero de diciembre — ¡dentro de 218 días!– se mude de Los Pinos. “Irá a vivir a Houston”, comentan. Que por tal fue que se entrevistó hace dos días con la alcaldesa de esa ciudad texana, lo que definitiva y efectivamente no está a su nivel. Pero, ¿Houston? ¿Qué hará después de que se canse del shopping en The Gallería? ¿Comerá a diario en el Buddha Bar sobre Sage Road? ¿Pasará las tardes en el Bar Annie, el Post Oak Grill o en The Belvedere? Cuenta, por lo que se ve, con la protección de la Casa Blanca. Pudiera escoger, entonces, un mejor destino. ¿Por qué Houston?, entonces. En sus mismas condiciones, Ernesto Zedillo vive en New Haven, la capital del cosmopolita Connecticut, pero ¿Houston? ¿Algún “bisnes” por ahí?

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