jueves, abril 12, 2012

EPN ¿social demócrata? II

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

La administración pública, hacer de lo deseable algo posible y además probable, también es cuestión de oportunidades. El proyecto de la Revolución está muerto y enterrado, pero no sucede así con esa identidad nacional que se vivirá en una República que trasciende a la globalización, puesto que la vida de las naciones se norma por la cuenta larga.

Enrique Peña Nieto se esfuerza por asentar su presencia entre la oposición y la vieja guardia del PRI, lo que no logrará mientras sus propuestas de campaña se limiten al truco electoral del notario, carezcan de ese contacto con la realidad, únicamente obtenido cuando la oferta se aterriza como un proyecto nacional, cuando la transición sea acordada.

Por ejemplo, expone la necesidad de conservar y fortalecer la lucha contra la inseguridad, la delincuencia organizada y los barones de la droga; advierte que se necesita cambiar de estrategia, pero no dice cómo.

Ofrece abrir Pemex, cuando no es eso lo que importa, sino evitar la exportación de crudo barato y la importación de gasolinas caras, o de otros derivados del petróleo. No explica que de los 152 mil millones de dólares de reservas, muy bien pudo usarse el diez por ciento de esa cantidad para construir refinerías.

Esas ofertas no lo convierten en un social demócrata. La postración de la democracia social, según Olaf Cramme y Patrick Diamond, se explica así: “Si la crisis financiera de 2008-2009 marca la defunción del neoliberalismo de los ochenta, en cambio es muy poco probable que conduzca a la aceptación del Estado en detrimento del mercado. El auténtico predominio del neoliberalismo durante los últimos 30 años se ha fundado no solo en los remedios que imponía a los Gobiernos nacionales, sino en su cantilena de que no hay alternativa al libre mercado en la era del capitalismo global. Haciéndose eco de la tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama, se sostenía que los Estados no tienen otra opción que la de someterse al neoliberalismo. Se insistía con optimismo que la época de los altibajos por fin había terminado: la economía global era tan dinámica y flexible que era impensable una crisis”.

El mundo está inmerso en problemas sin fin, pero está ya fuera del alcance de los Estados su solución, porque las corredurías bursátiles, los neo banqueros descritos en Too big to fail son quienes ponen y disponen, mientras los funcionarios públicos carentes de imaginación y de poder no se animan a plantear el principio de la solución: un reordenamiento internacional.

Aseveran los autores citados: “La cuestión central de la crisis no es la de si va a rejuvenecer la tradicional socialdemocracia del Estado-nación, sino la de si puede estimular nuevas estrategias y programas sobre los que construir una renacida plataforma de prosperidad igualitaria y de bienestar social”.

No puede regresarse a discutir el pasado. Lo que se requiere, lo que necesita Enrique Peña Nieto, es aterrizar sus propuestas de futuro, con la idea de que la función del notario todavía sobreviva.

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