viernes, abril 20, 2012

El hombre más rico del mundo

Francisco Garfias

No es muy común que a Carlos Slim le digan de frente que hay una “contradicción” en el hecho de que México tenga 46 millones de pobres, pero también al hombre más rico del mundo. Es una observación que nos deja mal parados en materia de igualdad. El padre José Agustín Solalinde, defensor de migrantes, se aventó el tiro, la noche del miércoles, durante la entrega de los premios Pagés, en el breve discurso que pronunció en el repleto salón Terraza Virreyes del hotel Camino Real, donde se realizó la ceremonia.

Esa fue la nota del concurrido evento. A unos les incomodó. A otros les gustó. Los comentarios se cruzaban después de la ceremonia en la que Beatriz Pagés, directora de la Fundación que lleva su nombre, volvió a mostrar poder de convocatoria.

El poseedor de la fortuna valuada en 72,634 millones de dólares, al cierre de marzo, nada dijo sobre la alusión a su persona. Parecía inmerso en la filosofía salinista de “ni los veo ni los oigo”.

En su discurso, el poderoso empresario sí ponderó, reiteradamente, las bondades de la inversión en el combate a la pobreza en México. Hay que invertir una cantidad sustancial. Quizás 250 mil millones de dólares al año, para aliviar el problema.

El monto tendrá que venir mayoritariamente de empresas mexicanas del sector púbico y privado. La inversión extranjera siempre es menor a 15% del total cuantificado, recordó el dueño de Grupo Carso.

Los dos fueron galardonados por la Fundación que preside Beatriz Pagés: Slim recibió el premio Paz y Democracia por Inversión y Desarrollo. A Solalinde se lo dieron por Derechos Humanos.

Este reportero tuvo el honor de recibir el Premio Pagés por trayectoria, y de compartir ese honor con gente como Víctor Trujillo, Rafael Cardona, Enrique Jackson, Juan José Rodríguez Prats, Óscar Mario Beteta, Catón, Carlos González, Enrique Rodríguez, Eduardo Andrade, Leticia Salas, Jorge Witker, Julio Iván López y Rufina Jasso, entre otros.

Diego Fernández de Cevallos extrajo del bolsillo de su saco un pedazo de papel con un párrafo escrito a mano. Se trataba de una muy pequeña parte del discurso que el famoso Jefe pronunció en enero de 1994, durante el arranque de su campaña presidencial. Eran los tiempos del alzamiento zapatista en Chiapas. Lo llevaba consigo, nos dijo, por el doloroso significado que esas palabras, pronunciadas hace más de 18 años, pueden tener hoy en día.

El panista desdobló el papel, se puso sus lentes y leyó con parsimonia: “Tienen que empezar a sangrar dolorosamente las montañas lacandonas para que los mexicanos nos preguntemos, horrorizados, cuál es la cuota de muerte que habremos de pagar por tantas claudicaciones…”

Hasta allí la cita.

Nos brincó el término “claudicaciones.” El discurso oficial dice que las decenas de miles de muertos que hemos contado en lo que va del sexenio —unos hablan de 50 mil, otros de 60 mil— es precisamente por no haber claudicado en la lucha contra el crimen organizado.

El Jefe se vio obligado a señalar: “Me refiero a la claudicación de toda una sociedad, cada quien en sus responsabilidades. Si hubiéramos sido un pueblo verdaderamente comprometido con lo social, verdaderamente luchador por las causas que México nos reclama, no estaríamos aquí”.

Aclaró: “Las cuota de sangre que estamos pagando no es por una política pública que en materia de criminalidad ha emprendido valientemente el presidente Calderón.”

“Esa cuota está soportada en un flagelo de violencia que comienza con millones de seres humanos sumidos en la ignorancia, abatidos en la pobreza, sin posibilidades de ganarse un futuro con la dignidad que reclama su condición humana.

“Allí está el problema, y no en la política pública del gobierno.

“Se ha combatido a los violentos con la violencia del Estado, pero no es justo imputarle al gobierno lo que es causa de toda una sociedad que no ha sabido estar a la altura de sus responsabilidades”.

Diego es de los convencidos de que la pesadilla tiene salida. No se puede imaginar que para siempre estemos en este baño de sangre.

“No es fácil. No es con un simple cambio de personas y de gobiernos como vamos a encontrar la solución. Tiene que cambiar el alma, la conciencia, el corazón, la mente de los mexicanos, para empezar por hablar con la verdad, por respetar el marco jurídico, por apostar a la justicia, por construir día a día la paz”, remató.

Otra vez Peña Nieto rehusó definir su postura frente al aborto, los matrimonios gay, y la adopción por personas del mismo sexo. Al reunirse, ayer, con los obispos, optó por la comodidad de dejar en manos de los estados la decisión de legalizarlos. Lo dicho. No asume riesgos.

Gabriel Quadri, de Nueva Alianza, cierra esta mañana la pasarela de candidatos presidenciales ante los obispos.

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