viernes, marzo 16, 2012

Traición de los virreyes

Ricardo Alemán

Una de las armas secretas del PAN y del gobierno de Calderón en la titánica batalla por la carrera presidencial, va enfocada no al debilitamiento de su principal adversario; Enrique Peña Nieto, sino al fortalecimiento de uno de los más cuestionables resultados del nuevo PRI.

En efecto, los estrategas del PAN parecen convencidos de que no será difícil vencer las resistencias de algunos gobernadores priístas para que, ya en el fragor de la contienda, prefieran apoyar por lo bajo a la candidata del PAN, en lugar de continuar con el apoyo del aspirante del PRI.

¿Que tendría que ocurrir para que un gobernador del PRI, de reciente arribo al poder, decida apoyar a la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, en lugar de Enrique Peña Nieto?

Las razones son muchas, y la mayoría de ellas están en la lógica del autoritarismo y la preservación de modelos de gobierno al más puro estilo de los virreyes en que se han convertid, tanto gobernadores del PRI, del PAN, como del PRD. En otras palabras, resulta que a muy pocos mandatarios de extracción priísta les beneficia directamente el regreso del PRI, al poder presidencial. ¿Por qué?

Porque hoy, un gobernador es dueño, amo y señor de todo lo que pasa en su estado. En el fondo, a muy pocos les convendría -y menos les debía interesar-, perder su parcela exclusiva y de impunidad, a cambio de que otro priísta llegue al poder presidencial.

Y menos cuando los estrategas de Enrique Peña Nieto han dado señales de que el futuro de los gobernadores ya no es una prioridad, como lo fue durante décadas. ¿Que va a pasar con un gobernador que salió mal calificado, si ya no puede disponer del “manto protector” que le da la impunidad del Congreso –sea como diputado o senador–, y menos un cargo público en el gobierno federal.

CASIQUES DE HORCA Y CUCHILLO

En realidad, no es ninguna novedad, para nadie, que ante un gobierno federal débil, un partido desarticulado y un candidato presidencial sin la fuerza necesaria para encabezar un movimiento nacional, los grandes ganadores son los gobernadores de los distintos estados, sean gobiernos surgidos del PRI, del PAN y del PRD. ¿Por qué?

Porque en realidad los gobernadores estatales han vivido en el mejor de los mundos, a lo largo de la última década, debido a que no le rinden cuentas a nadie, luego de la salida del PRI del poder presidencial. ¿Cuándo un gobernador del PRI -por ejemplo-, había hecho por la libre y sin la mirada del gobierno central-, lo que en el más reciente sexenio hizo, por ejemplo, Humberto Moreira, en Coahuila?

Está claro que en los tiempos de gobernadores como Gonzalo N. Santos -verdaderos caciques, dueños de tierras, vidas y destinos-, los gobernantes hacían lo que les daba la gana, sin más límite que congraciarse con el presidente en turno.

Sin embargo, en tiempos de democracia, alternancia, transparencia, rendición de cuentas y de activas redes sociales, resulta impensable que se hayan producido gobiernos como el de Humberto Moreira -en Coahuila-, y que se haya dado el lujo de heredar el gobierno a su hermano. ¿Por qué son posibles gobiernos como ese?

Todos conocen la razón, porque esos gobiernos son feudos intocables por nada y por nadie, en donde el mandatario en turno es un virrey déspota, autoritario, depredador, que premia y castiga a los ciudadanos a su antojo, y que no le rinde cuentas a nadie.

¿Por qué habrán de querer los gobernadores del PRI, las nuevas generaciones del partido tricolor, dejar un paraíso como el que significa ser gobernador en los tiempos de la democracia, la alternancia, las elecciones creíbles, la rendición de cuentas..?

UNA VIEJA HISTORIA

Pero la existencia de gobiernos estatales del PRI, que movilizaron todos sus recursos y estimularon el voto a favor del PAN, no es ninguna novedad. Resulta que en la elección presidencial de 2006, la grosera imposición de la candidatura presidencial de Roberto Madrazo, no sólo fracturó al PRI, sino que lanzó a no pocos gobiernos a los brazos del PAN.

No pocos mandatarios estatales de origen tricolor, pactaron con el PAN de Felipe Calderón, y movieron todos sus recursos a favor de la candidatura del pansita. De hecho, una buena porción de los votos que permitieron que Calderón alcanzara y derrotara a AMLO, salieron de los gobiernos del PRI.

Por eso la pregunta. ¿Es posible que hoy se reproduzca ese fenómeno? ¿Qué tiene que ocurrir para que gobernadores que llegaron a cargo por el PRI, prefieran impedir el triunfo de Enrique Peña Nieto?

Lo cierto es que no se requiere mucho. ¿Por qué?

Porque tanto gobernadores del PRI, como del PAN y del PRD, ya probaron las miles del poder absoluto, de la impunidad absoluta; de la absoluta falta de respeto a los ciudadanos y las instituciones. El tiempos no dirá quienes de la veintena de gobernadores del PRI se rajan y dejan tirado a Peña Nieto. Por lo pronto, el PAN hace su luchita. Cara o Cruz.

¿SE ACUERDAN?

Entre el 10 y el 16 de marzo de 2006, los candidatos presidenciales ya estaban en plena campaña presidencial. Felipe Calderón echó a andar lo que se conoció como la estrategia de las “tres erres”. Y no es que el Partido Verde tomara el control de su campaña, más bien “Reempezó”, “Replanteó” y “Redefinió” su candidatura presidencial.

Calderón reempezó al echar a andar la que motejó como la segunda fase de su estrategia; replanteó su mensaje y se autonombró el “Presidente del empleo”; y finalmente redefinió a su enemigo, a partir de ese momento, el único candidato a vencer sería Andrés Manuel López Obrador.

Y para muestra, un botón. Por esos días –el 15 de marzo de 2006 –, el entonces candidato Felipe Calderón se refirió por primera vez a Obrador como “un peligro para el país”. Hoy todos conocen el resultado de esa guerra de lodo.

Por su parte, en esa misma semana, Andrés Manuel nos regaló una de sus frases más célebres. El 16 de marzo de 2006, en Ocotlán, Oaxaca, por primera ocasión, Obrador mandó a callar a Vicente Fox con el célebre “Cállese, ciudadano Presidente, con todo respeto le digo”. Evidentemente, en ese entonces, el de Tabasco todavía no conocía el amor.

Y luego refinó el grito, que todos conocieron, y que le costó no pocos votos: el típico “Cállate chachalaca”.

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