lunes, marzo 05, 2012

Tengo un sueño (guajiro)

Pascal Beltrán del Río

El año entrante se cumplirá medio siglo desde que Martin Luther King pronunció, en las escalinatas del Lincoln Memorial, en Washington, su famoso discurso I have a dream (Tengo un sueño), en el que convocó a la igualdad racial y el fin de la discriminación.

Inspirado por el grito que una cantante de góspel le había lanzado en Detroit, un par de meses antes, King produjo un discurso que apelaba a la imaginación como fuerza transformadora.

Acaso eso es lo que necesitamos en México, en esta coyuntura electoral: imaginar el país que tendríamos si no estuviese maniatado por los privilegios que defienden muchos grupos de interés —que incluso llegan a envolverse en la bandera para ello—, cuyos representantes, por desgracia, habrán de volver al Congreso en la próxima Legislatura.

Con todo lo difícil que resulta figurarse al país liberado de ese yugo, y concebir la súbita aparición de generosidad y altura de miras en la clase política mexicana, opto por hacer el mismo ejercicio de King sobre lo que pudiera pasar en los 271 días que faltan para el próximo 1 de diciembre.

Quizá usted le llame guajiro, pero yo sí tengo un sueño: Que en los 90 días de campaña que arranca el próximo 30 de marzo y, en especial, el día de las votaciones, el Consejo General del Instituto Federal Electoral no pretenda otro protagonismo que el que le toca y realice el mejor arbitraje que existe: aquel que no se nota. Y que logre que el PREP funcione a la perfección, sin retraso ni excusa.

Tengo un sueño: Que la noche del 1 de julio, con base en datos propios y/o oficiales, los candidatos que no ganen la Presidencia de la República —especialmente aquél o aquélla que haya quedado en segundo lugar— no dejen que los mexicanos se vayan a dormir sin reconocer que perdieron y sin felicitar a quien haya conseguido la mayoría de los votos.

Tengo un sueño: Que esa misma noche, o en los días siguientes, el candidato que haya ganado la Presidencia se dirija al país para aceptar que con treinta y tantos, o cuarenta y tantos por ciento del voto popular no le alcanza para pensar solamente en su propia agenda, y que escuchará a la oposición y a los ciudadanos para definir las prioridades de su gobierno.

Tengo un sueño: Que una vez que las instituciones electorales hayan oficializado el triunfo del candidato ganador (o candidata ganadora, se entiende), el actual Presidente lo reciba para que ambos envíen un mensaje de apoyo a la democracia y de voluntad de colaborar en la transición.

Tengo un sueño: Que una vez que haya quedado atrás la contienda electoral, dos o más fuerzas políticas anuncien la formación de una coalición parlamentaria mayoritaria para impulsar un programa de cambio desde el Congreso. Y que esa coalición haga suyas las reformas que se tienen que hacer: mejor educación, más competencia, un piso común de derechos, más empleo, fortalecimiento del Estado de derecho, más seguridad y menos corrupción.

Tengo un sueño: Que el 1 de septiembre, con la inauguración de la próxima Legislatura, el Presidente saliente pueda —otra vez, por fin— rendir su informe ante el Congreso de la Unión y lo utilice para lanzar una serie de iniciativas basadas en los acuerdos de interés general a los que haya podido llegar la coalición, tanto en el terreno político como en el económico. Y que el Presidente electo anuncie su apoyo incondicional a dicha agenda.

Tengo un sueño: Que las iniciativas del Ejecutivo, confeccionadas con base en los acuerdos de la coalición parlamentaria, sean el mayor programa de cambio visto en México desde la época de la Revolución. Que las visiones particulares y los intereses gremiales —empresariales, sindicales, burocráticos o de cualquier grupo— sucumban ante el interés general.

Tengo un sueño: Que exista liderazgo para impulsar las reformas que el país necesita, comenzando por la dupla del Presidente saliente y el Presidente electo. Que exista una estrategia clara, no solamente para explicar a la ciudadanía qué gana el país con esas reformas sino para enfrentar a los grupos privilegiados que seguramente se resistirán a los cambios.

Tengo un sueño: Que los ciudadanos se involucren de manera informada en el debate parlamentario, para que piensen más allá de sus intereses inmediatos y se vuelvan agentes del cambio y garantes de que las reformas no se empantanen en el Congreso. Y que para ello utilicen todos los medios a su alcance, como las redes sociales.

Tengo un sueño: Que la primera reforma que se discuta y apruebe sea la Reforma Política. Que se reduzca el costo de las campañas y los procesos electorales; que se admita la reelección inmediata de legisladores y alcaldes a partir de 2015, así como las candidaturas independientes, y que se echen atrás las absurdas restricciones a la libertad de expresión aprobadas —por muchos de esos mismos legisladores— en 2007.

Tengo un sueño: Que los partidos de la coalición encuentren un consenso para hacer frente a la inseguridad. Que haya soluciones de corto, mediano y largo plazo para devolver la paz a las calles, y que este tema deje de ser motivo de un estéril debate entre las fuerzas políticas. Como resultado de lo anterior, que no haya impunidad y que el mayor freno a la delincuencia sea una alta probabilidad de ser aprehendido en caso de violar la ley.

Tengo un sueño: Que las siguientes reformas en ser aprobadas, entre el 1 de septiembre y el 30 de noviembre de 2012, sean aquellas que derrumben ese mundo de privilegios económicos que nos ha impedido crecer y nos mantiene anclados en el subdesarrollo: la falta de competencia, los subsidios improductivos, el corporativismo sindical, los monopolios estatales, la corrupción sistematizada… En lugar de esos factores de atraso, las reformas promoverían los derechos universales y el imperio de la ley.

Tengo un sueño: Que los legisladores aprueben un nuevo marco legal para la educación en México. Que la enseñanza sea laica y científica, que tenga el presupuesto suficiente y se utilice bien, que ese gasto se audite, que todos los profesores sean evaluados, que los mejores maestros reciban incentivos, que los mejores alumnos tengan apoyos, que los planes de estudio estén específicamente vinculados con las necesidades del país.

Tengo un sueño: Que las reformas fortalezcan al Estado sin hacerlo más pesado. Que el Estado se vuelva protector del interés general sobre los intereses particulares que constantemente tratan de imponerse. Y que el Estado cumpla eficazmente su parte del pacto democrático: proteger a los ciudadanos contras las amenazas a su seguridad.

Tengo un sueño: Que para fortalecer al Estado los legisladores aprueben una reforma fiscal digna de llamarse así, no una serie de parches con base en intereses u ocurrencias. Que se encuentre la manera de recaudar más, con una mayor base de contribuyentes y de manera más sencilla y equitativa. Que se acabe la idea irresponsable de que podemos depender para siempre de la exportación de hidrocarburos para llenar las arcas del erario.

Tengo un sueño: Que se permita la inversión privada en Petróleos Mexicanos sin perder la rectoría del Estado sobre la política energética. Que se otorguen a Pemex incentivos de mercado y se le libere del yugo que representa su hoy poderoso sindicato. Que se cambie la Constitución para que haya una sola clasificación de petroquímicos, a fin de que puedan ser adecuadamente explotados los enormes yacimientos de gas shale localizados en Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Veracruz.

Tengo un sueño: Que nos propongamos luchar contra la pobreza y la desigualdad mediante la creación de empleos y no la perpetuación de subsidios que mantiene a los pobres apenas a flote y a merced de los partidos, que sólo los quieren como base electoral. Que las reformas que permitan la libre competencia generen fuentes de trabajo, y que las reformas a favor de una mejor educación den lugar a la creación de una fuerza laboral preparada, productiva y, por tanto, mejor remunerada.

Tengo un sueño: Que todas esas reformas hayan sido aprobadas antes de la toma de posesión del próximo Presidente. Que el 1 de diciembre podamos inaugurar una nueva etapa en la historia del país y no un capítulo más de una historia caracterizada por el bajo crecimiento y la pérdida de oportunidades en el contexto global.

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