martes, marzo 27, 2012

¿Quién creó la pobreza?

Pascal Beltrán del Río

El debate suscitado el viernes entre el PRI y el PAN sobre política social tiene el signo característico de las discusiones circulares —comentadas ya varias veces en este espacio— que poco sirven a la ciudadanía y mucho, a la partidocracia:

El simple señalamiento de culpas sustituye la necesidad de buscar soluciones y construir los consensos necesarios para ello, y genera la percepción de que la única alternativa posible es quitar poder al partido percibido como ineficiente y otorgárselo a otro.

¿Quién creó la pobreza en México? Si no queremos remontarnos a la época colonial y su sociedad de castas, o al Porfiriato, habría que decir que las más recientes generaciones de mexicanos pobres vieron la luz en los gobiernos de la Revolución y han subsistido en su miseria durante los gobiernos de la Alternancia.

Una inspección más detallada del panorama de la pobreza en México permite ver que cuando el PRI entregó el poder, en 2000, había 53.6 millones de personas viviendo bajo la línea de la pobreza y que, una década después, había 51.3 millones de mexicanos en la misma situación, de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

El jueves pasado, al conmemorarse el 18 aniversario del asesinato de Luis Donaldo Colosio, quien fuera el primer titular de la Secretaría de Desarrollo Social, el PRI lanzó una ofensiva contra la política social del gobierno.

En sendos discursos, el dirigente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, afirmó que el presidente Felipe Calderón entregará el 1 de diciembre un país al borde del “colapso social”, mientras que el candidato presidencial Enrique Peña Nieto aseveró que el saldo de la gestión de este gobierno es “un país más empobrecido y con mayor desigualdad”.

El PAN no tardó en responder, mediante su vocero, Juan Marcos Gutiérrez, quien sostuvo que las acusaciones de los priistas están fundadas sobre mentiras y que, “con cifras y números verificados, con expertos y con la sociedad civil, (se puede) dar cuenta de lo que hemos mejorado, a pesar de las condiciones en que nos dejaron el país”.

Insisto, si nos atenemos a las cifras que el Coneval tiene hasta ahora, este sexenio difícilmente concluirá con mejores resultados en términos de combate a la pobreza y redistribución del ingreso que el del último presidente de la etapa priista, Ernesto Zedillo (aunque hay que apuntar que durante el gobierno de Vicente Fox el número de pobres bajó a 42.7 millones, según la misma fuente).

Sin embargo, el PRI habla de la pobreza como si en nada hubiera contribuido a crearla. Es tan viejo el problema de la marginación que el presidente Adolfo López Mateos — a quien Peña Nieto ha tomado como modelo— dijo en su discurso de toma de posesión, el 1 de diciembre de 1958, que los principales enemigos del país eran la pobreza y la ignorancia.

¿Pero qué hicieron los presidentes de la era priista para cerrar la brecha de la desigualdad? No olvidemos que crisis sexenales sucesivas, de 1976 a 1994 horadaron los bolsillos de los mexicanos más pobres, y que si bien la gestión de Zedillo terminó sin devaluación, más de la mitad de los habitantes de este país era pobre, igual que sucede en este momento.

Lo que el PRI y el PAN no nos dicen es que la pobreza tiene solución. Y tampoco nos dicen —aunque seguro lo saben— que esa solución no puede ser alcanzada por ninguno de esos partidos de manera aislada. La solución pasa por la aprobación de reformas y la aplicación de políticas públicas que ataquen los diversos factores que dan lugar a su existencia.

No es un arrojo de optimismo el que me lleva a decir que hay una salida a este estado de desigualdad. Países como Corea del Sur han demostrado que existen vías para ello.

El problema es que se ha querido enfrentar la miseria con métodos que han logrado, en el mejor de los casos, mantener a flote a los pobres, pero sin conseguir sacarlos a ellos, e incluso a sus hijos, del círculo vicioso de falta de oportunidades y bajos ingresos.

A fines de los años 50, cuando el presidente López Mateos calificó a la pobreza como uno de los enemigos del país, Corea del Sur era una nación más pobre que México, que venía saliendo de dos conflictos armados: la lucha contra la invasión japonesa, que concluyó en 1945, y una guerra civil, en la que participaron las entonces superpotencias, que finalizó con la partición de la península.

A partir de 1963, el gobierno del presidente Park Chung-hee emprendió una serie de acciones para el desarrollo económico del país. La política de sustitución de importaciones fue cambiada por una orientada hacia las exportaciones, lo cual resultó en un crecimiento económico impresionante y una reducción simultánea de la pobreza.

De acuerdo con el estudio, Economic Development and Poverty Reduction in Korea, escrito en 2008 por los especialistas Huck-ju Kwon, de la Universidad Nacional de Seúl, e Ilcheong Yi, de la universidad japonesa de Kyushu, la reducción de la pobreza en Corea del Sur no fue simple resultado del crecimiento económico sino de políticas de Estado específicas.

Es más, los autores alegan que el crecimiento “no necesariamente reduce la pobreza y la desigualdad en el ingreso”, como creen los adeptos del neoliberalismo que inventaron la frase de que el crecimiento es una marea que levanta todos los botes.

Sin embargo, el éxito coreano en la materia tampoco fue resultado de políticas meramente asistencialistas. Lo primero que hizo en Corea del Sur fue realizar una reforma agraria y la eliminación de la usura en el área rural, que permitió que los campesinos pudieran enviar a sus hijos a la escuela en lugar de mandarlos a trabajar a los arrozales.

En los siguientes años, se abatió el analfabetismo y se creó, a decir de los autores, “una reserva laboral bien educada que jugaría un papel sobresaliente en la industrialización del país”.

Otra parte de la estrategia consistió en crear una burocracia que impulsara y condujera el desarrollo. Las oportunidades para formar parte de ella se abrieron a todos los coreanos, mediante un sistema de méritos, y se rompió el modelo colonial japonés que reservaba los puestos de trabajo en el gobierno a una élite y funcionaba de manera clientelar.

Asimismo, se constituyó un Consejo de Planeación Económica que dio “un sentido de dirección, disciplina y racionalismo a la burocracia… y dirigió la política económica”. El Consejo dio prioridad a la educación, que recibió una de las tajadas presupuestales más importantes.

En lugar de apostar por empresas estatales, el gobierno sudcoreano dirigió el desarrollo de la iniciativa privada. “Impuso estándares de desempeño a las empresas privadas, mediante créditos de interés bajo y el otorgamiento de licencias, para que pudieran entrar en el nuevo mercado”, dice el estudio.

Los programas asistencialistas se mantuvieron al mínimo. De hecho, hasta los años 80, los únicos que podían aspirar a los beneficios eran los trabajadores asalariados con empleos estables y las personas que se ocupaban de cuidar a los ancianos. En una segunda etapa se amplió la ayuda a las personas dispuestas a capacitarse laboralmente para buscar empleo.

¿Qué logró Corea del Sur con estas medidas? Primero, que la población beneficiada por los programas asistencialistas se redujera de 13.66% en 1965 a 5.26% en 1990; que la pobreza bajara de 40.9% de los hogares en 1965 a 7.6% en 1991, y el PIB per cápita subiera de 90 dólares en 1961 a 7 mil 513, en 1993.

¿En México qué se ha logrado? La perpetuación del ciclo de la pobreza, cosa de la que el PRI y el PAN no pueden decirse ajenos.

Soluciones hay —principalmente crear empleos, bien remunerados—, pero estos dos partidos se rehúsan a pagar el costo de aplicarlas. ¿Por qué? Porque es más fácil acusar al de enfrente de ser el responsable de la miseria y porque ambos partidos —y la izquierda también— se aprovechan cínicamente de la miseria de los mexicanos para ganar elecciones.

No hay comentarios: