sábado, marzo 10, 2012

México, según un ex narco gringo

Salvador Camarena

“En 1984 (Rafael Caro) Quintero me dijo que tenía una mejor manera de transportar la cocaína. Había construido un túnel para el tráfico de marihuana que iba de México a Laredo, Texas. (…) Tenía luces, piso parejo y elevadores en ambas salidas. Lo habían construido peones mexicanos a quienes tras terminar de cavarlo, Quintero simplemente les dispararía y aventaría en un hoyo en el desierto, así que solo muy pocos sabrían donde estaban localizados los túneles. Esa era la manera mexicana de lograr una cláusula de confidencialidad. Disparar a los pobres idiotas”.

Lo anterior es parte del relato de Jon Roberts en su libro autobiográfico titulado American Desperado, que fue publicado el año pasado en Estados Unidos. El subtítulo del volumen reza: “Mi Vida, de Soldado de la Mafia a Cowboy de la cocaína y a Informante del Gobierno”. Fue escrito en coautoría con el periodista Evan Wright, autor de otros libros y de reportajes publicados en diversos medios estadounidenses.

El testimonio de Roberts –nacido en 1948 y quien desde joven se ligó a la mafia italiana de Nueva York y Nueva Jersey– pinta un panorama de crímenes. Roberts, cuyo nombre real es Jon Riccobono, es además uno de los protagonistas del documental de 2006 Cocaine Cowboys, “la increíble y verdadera historia que inspiró Scarface y Miami Vice”, según se lee en la carátula del DVD.

De diversas y desaforadas maneras, México aparece en el relato de este personaje que al comenzar Cocaine Cowboys es presentado como el colaborador del cártel de Medellín que ayudó a introducir a Estados Unidos cocaína por 2 mil millones de dólares.

Según Roberts, que vive en Florida, dice que conoció a Rafael Caro Quintero “a principios de los años setenta en mis vacaciones en México con mi novia francesa”. El encuentro habría ocurrido cuando un supuesto alcalde de Guadalajara, cuyo nombre no revela, le presenta en Acapulco a un “tipo flaquito” al que el presunto munícipe tapatío define de la siguiente manera: “Este es como mi hijo, dijo el alcalde. Se llama Rafa Carlo Quintero” (sic). Enseguida agrega que él y el “alcalde” (que según su propio recuerdo no hablaba inglés) viajaron del puerto guerrerense a Guadalajara en un automóvil Ford 500 convertible: “A las fueras de Acapulco fuimos detenidos en un retén militar. El alcalde apuntó a la cajuela del auto y dijo en inglés: Footballs, Footballs. Abrió la cajuela y le mostró a los soldados 10 balones de fútbol que llevaba ahí. Eran paquetes de papel café en forma de balones. El alcalde cortó uno para enseñarle a los soldados que los balones estaban hechos de cocaína, yo miré a los soldados y pensé: Grandioso, voy a ir a parar a una cárcel mexicana.

“Pero el alcalde sonreía. Le dio un ‘balón’ al jefe de los soldados y este le metió su navaja al paquete para sacar un poco de cocaína e inhalar. El jefe de los soldados da al alcalde una palmada en la espalda para felicitarlo por tener tan buena cocaína.

“Ese balón era el soborno para el jefe de los soldados. Después los militares se tomaron fotografías con el alcalde. El alcalde agarró un rifle de uno de los soldados y posó con el como si fuera a disparar a la cabeza del soldado. México estaba completamente loco”.

En otro capítulo, Roberts escribe sobre su sociedad con Caro Quintero para traficar cocaína: “La belleza de México no era solamente que todo mundo era corrupto. Sino que los tipos de los altos niveles guardaban resentimientos frente a Estados Unidos. Cuando comencé a trabajar con Quintero, nos íbamos a beber con los federales que había comprado, quienes se quejaban de que oficiales americanos, como los de la DEA, los veían hacia abajo. Al ayudar a los traficantes, a los policías mexicanos les encantaba hacer pasar a los gringos como tontos”.

Evan Wright, el coautor de este best seller, ha sido galardonado por algunos de sus trabajos periodísticos. Al final de los capítulos de American Desperado, Wright agrega notas sobre lo que pudo o no corroborar de los dichos de Roberts, y aclara que sobre ciertas situaciones muy difíciles de verificar no tiene más opción que tomar por bueno el relato de su coautor.

¿Tiene Roberts credibilidad y por ende sus dichos? La cuestión es que en su país es incluso considerado una celebridad. Al comenzar el libro, Wright abre con una anécdota sobre Roberts: es abril de 2008, y están en el descanso de un encuentro de basquetbol entre los Heat y los Pistons en el American Airlines Arena de Miami. De pronto, el presentador anuncia a los ahí reunidos que una “celebridad muy especial” está presente. “Damas y caballeros, con nosotros esta noche se encuentra Jon Roberts, el genuino Cowboy de la cocaína. Imágenes en vivo de Roberts, en su butaca, aparecen entonces en las pantallas (…) fanáticos sentados junto a él comienza a pararse y preparar las cámaras de sus teléfonos (…) los flashes se activan (…) es la más grande estrella del estadio”.

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