martes, marzo 20, 2012

En el arrancadero

Pascal Beltrán del Río

A 12 días de que termine el fastidioso periodo de intercampañas, la contienda presidencial no se ha movido mucho de donde la dejamos a fines del año pasado: el aspirante del PRI y PVEM, Enrique Peña Nieto, sigue liderando la carrera por una diferencia de dos dígitos sobre su contrincante del PAN, Josefina Vázquez Mota, quien aún tiene una ventaja amplia —aunque menor a la distancia entre el primero y segundo lugares— sobre el candidato de la coalición de izquierda, Andrés Manuel López Obrador.

Asimismo, un porcentaje significativo de los votantes potenciales, hasta una quinta parte del electorado, se mantiene indeciso respecto de su opción.

Una razón evidente de la falta de movimiento brusco en estas cifras es que la etapa más intensa de proselitismo —la campaña real— y el contraste entre candidatos aún no ha comenzado. Sin embargo, también tiene que ver con la dinámica de las elecciones presidenciales, que se convierte, como he comentado aquí en otras ocasiones, en una lucha entre las opciones de cambio y continuidad.

A diferencia de las elecciones de 1994 y 2000 —y, en menor medida, de 1988— la opción de cambio ya ha sido decidida a estas alturas por parte del electorado, y la encarna Peña Nieto. En 94, por ejemplo, se la disputaron el perredista Cuauhtémoc Cárdenas y el panista Diego Fernández de Cevallos, pero no fue hasta el debate de los tres principales aspirantes presidenciales, sostenido el 12 de mayo de ese año, que éste emergió claramente como el retador.

La escena electoral mexicana ha demostrado hasta ahora que no hay lugar para dos candidaturas competitivas que representen el cambio, independientemente del número de aspirantes que aparezcan en la boleta.

Peña Nieto habla insistentemente de la necesidad de un “cambio con resultados”, reflejando así su convicción de que el cambio debe ser su oferta principal para los votantes, por más que ninguna de las propuestas que haya esbozado hasta ahora el ex gobernador mexiquense se aleje sustancialmente de las políticas que ha aplicado el actual gobierno federal.

El otro candidato que disputa dicha etiqueta es López Obrador, cuyo mote de campaña es “ya viene el cambio verdadero”. Sin embargo, pese a un loable esfuerzo de unidad en sus filas y una estrategia exitosa para revertir las opiniones negativas sobre su persona, el aspirante de las izquierdas no ha logrado anclar en la mente de los votantes la idea de que él es la alternativa a la continuidad del PAN.

Aparentemente, los estrategas del Movimiento Progresista están convencidos de que esta elección será “de tercios”, pero no he escuchado hasta ahora de dónde saldrán los apoyos que lleven a López Obrador a ganar diez o 12 puntos, y a alguno de sus adversarios a perderlos. Es posible que una crecimiento eventual del respaldo a su candidatura salga de los hasta ahora indecisos, aunque éstos suelen repartirse entre las diversas opciones disponibles.

De donde dudo mucho que salga es de los simpatizantes de la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, quien representa la opción de la continuidad (por mucho que su condición de mujer y su rebeldía a la línea oficial en la precampaña panista le den un toque distinto a su candidatura).

Sin embargo, a raíz del tropiezo del Estadio Azul, el domingo pasado, algunos personajes del entorno de AMLO han lanzado ataques a Vázquez Mota en un aparente intento de tumbarla al tercer lugar. Sería inusitado que el electorado reaccionara de esa manera y colocara en la punta de la carrera presidencial a dos candidatos de la oposición. Eso, simplemente, nunca ha ocurrido.

Lo he escrito otras veces: yo no creo que esta elección vaya a ser “de tercios”. Será, como en las cuatro contiendas anteriores, una lucha de dos opciones. El tercer lugar, como otras ocasiones, se rezagará porque muchos de quienes originalmente simpatizaban con esa candidatura utilizarán de manera útil su voto y lo depositarán a favor de alguna de las dos primeras opciones.

Como en México no existe la segunda vuelta electoral, un porcentaje de los votantes tiende a evitar el desperdicio de su sufragio en la elección presidencial, aunque mantenga su preferencia partidista original en las elecciones legislativas.

¿Qué tan atrás quedará el tercer lugar? Puede ser mucho, como en 2006, o poco, como en 1994. Y no hay una constante sobre la transferencia del voto de los simpatizantes de esa candidatura. Muchos cardenistas dieron un sentido de utilidad a su voto en 2000 y se fueron con Vicente Fox (cambio), mientras que muchos priistas se fueron con Felipe Calderón (continuidad) en 2006.

Lo cierto es que ni el primero ni el segundo de la carrera presidencial pueden desdeñar el voto de transferencia. Especialmente Vázquez Mota, quien lucha por dar alcance a Peña Nieto. Y, sin embargo, ninguno de los dos ha tenido un solo guiño para el campo de los simpatizantes de López Obrador. El PRI tiene sumamente marginado a su sector de centroizquierda y la candidata del PAN recientemente provocó el rechazo de la izquierda al mofarse de la edad —“suman como mil 500 años”, dijo— de quienes AMLO ha dicho que serían los integrantes de su gabinete en caso de llegar a la Presidencia.

Mala estrategia de Josefina, me parece, porque olvida que hay más de siete millones de electores mayores de 65 años de edad en el listado nominal, pero también porque una parte de quienes votan tradicionalmente por la izquierda podrían inclinarse a transferir su sufragio a favor de ella a fin de impulsar una agenda de género.

De por sí el PAN arranca en esta contienda con un gran obstáculo: en casi cualquier democracia es raro que el electorado premie al partido de gobierno con un tercer periodo consecutivo al frente del país. Más aun cuando ese país atraviesa una situación complicada, como la que vive México en materia de seguridad.

Así que Acción Nacional no puede entrar en esta campaña pensando que no requiere del voto de transferencia para ganar. Y mucho menos puede hacerlo con espectáculos negativos como la desunión en sus filas —derivada de la lucha impúdica por las candidaturas al Congreso— y el uso de recursos públicos en precampaña, como la que se ha visto en la delegación Cuajimalpa del Distrito Federal.

El PAN y su candidata tienen que convencer a los electores por qué vale la pena la continuidad, y no sólo tratar de espantarlos con el espectro del regreso del PRI. Y no lograrán eso si los votantes se convencen de que la corrupción ha sentado sus reales en el partido fundado por Manuel Gómez Morin y lo ha transformado en una mala copia del (viejo) PRI.

XCV

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