miércoles, marzo 21, 2012

El sismo del Twitter y el tráfico

Enrique Campos Suárez

La combinación de profundidad, intensidad, duración y movimiento oscilatorio dieron a la ciudad de México la oportunidad de recordar que es una zona de grandes sismos, pero en esta ocasión sin mayores consecuencias.

Lo más reciente que teníamos en mente de un movimiento telúrico de gran intensidad nos remontaba a 1985, cuando la ciudad mal preparada para lo inevitable de un terremoto sucumbió ante la combinación fatal de variables de un temblor.

En ese momento, la combinación de un buen reportero con uno de los muy pocos teléfonos móviles disponibles en México nos dio una de las crónicas más sentidas de un hecho periodístico, como la que ese 19 de septiembre de 1985 hizo Jacobo Zabludovsky.

El México que se edificaba a finales de los 70 y principios de los 80 era sobre la base de un país en crisis, en donde la carencia combinada con la corrupción permitían la laxitud de los reglamentos de construcción para echarle un piso más al edificio con el mismo costo, aunque con menor calidad, todo para obtener un poco más.

Ese México se vino abajo y sembró varias semillas que hoy son realidades cotidianas, como los movimientos de damnificados que fueron tan bien aprovechados por dirigentes políticos del peso de Marcelo Ebrard o de la calaña de René Bejarano.

Fue la antesala de la rechifla a Miguel de la Madrid en el Azteca y fue también la inevitable necesidad de prepararse para lo que habría de suceder una y otra vez en esta parte de nuestro país.

Mejores reglamentos de construcción, una preparación social para saber la forma de reaccionar ante el evento, una cultura sísmica.

El sismo de ayer no fue similar al de 1985, mucho menos parecido al de 1957. Pueden tener características técnicas similares, pero aun ahí hay diferencias. Cada décima adicional en la escala, cada metro de más profundidad o cada longitud de onda imprime una característica particular.

Pero el sismo de ayer se encontró una ciudad saturada, una ciudad deficiente en sus vías de comunicación, tanto viales como de telecomunicaciones.
El México de los 80 era el de un solo teléfono móvil, la ciudad de la segunda década de este siglo es una de saturación telefónica y de enfrentarse con los cuellos de botella de no avanzar en la expansión de las redes inalámbricas de Internet.

Otra vez, la combinación de oscilación, duración, grados y profundidad no alcanzó, afortunadamente, para causar daños en la infraestructura de la ciudad, salvo contados casos.

Pero la red móvil de las diferentes compañías rápidamente se saturó. Durante muchas horas no hubo acceso a las llamadas de voz. Sólo durante las primeras horas de la crisis se abrían pequeñas avenidas para intercambiar datos.

Las redes sociales, en especial Twitter, tomaron el lugar que de hecho hoy tienen en la sociedad. El Microblogging encontró ayer su lugar indispensable en esta ciudad.

No sólo las familias se reportaron por esta vía, los twitteros daban cuenta de lo que veían, la autoridad informaba por este medio y se daba una solidaridad y una responsabilidad informativa peculiar.

Pero el cuello de botella fue la falta de infraestructura. México tiene la capacidad económica y técnica de desarrollar redes de telecomunicaciones de datos más potentes que las actuales, pero hay muchas trabas para permitir que los que están, más nuevos competidores, brinden el servicio.

Ésa es una lección básica del sismo que debe mover a la liberación de las frecuencias y las concesiones para que las telecomunicaciones estén lo más actualizadas.

En cuanto a la vialidad, al parecer las obras de infraestructura resistieron sin mayores consecuencias, salvo el puente del Eje 5 Norte, segundos pisos y demás siguen en pie tras casi 8 grados de sismo.

Pero el desorden del transporte público, el no saber qué hacer después de evacuar a la gente, la desesperación de querer saber que ha sido de la familia y no averiguarlo por teléfono, colapsó la ciudad.

En fin, terrible susto el de ayer. Pero la experiencia que esto nos ha dejado nos regaló la oportunidad de enfrentar un sismo de grandes magnitudes pero con costos bajos para todos.

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