viernes, marzo 16, 2012

El policía chino

Raymundo Riva Palacio

De la nada, José Cuitláhuac Salinas, jefe de la SIEDO, reveló en una entrevista que Joaquín “El Chapo” Guzmán, un de los tres líderes del Cártel del Pacífico, escapó de agentes federales en febrero. Salinas se pegó un tiro en el pie, o dicho de manera más precisa, se lo dio a la Policía Federal, al Ejército y a la Marina, a quienes en cuatro ocasiones en este sexenio se les ha escabullido Guzmán, la joya que necesita la corona de Felipe Calderón en la lucha contra el narcotráfico. Quitado el ruido mediático que causó, se puede afirmar que Salinas comprometió información de inteligencia, indiscreción que posiblemente ayudará al criminal.

No fue el hecho en sí mismo que el responsable del combate a la delincuencia organizada hablara con candor del escape de Guzmán, sino que ventilara que en la operación para detenerlo fue capturado el piloto de su avión. El ministerio público federal lo debe estar interrogando sobre la bitácora de “El Chapo”, los lugares a donde vuela, la frecuencia, sus lugares preferidos, la duración de sus estadías, con quién viaja y se reúne, para establecer sus coordenadas y dibujar su mapa de acción de los últimos años, lo que puede traer como consecuencia la eliminación de todos los cabos sueltos que pudiera tener ese rastro que quedó al descubierto. O sea, la posibilidad de detenerlo, se volvió a alejar.

Salinas se sumó con este episodio al grupo selecto de personajes públicos que por imprudentes o protagonistas, en el mejor de los casos, han ayudado inopinadamente a que escapen delincuentes. En el caso de “El Chapo”, esta sería la tercer gran fuga de información en la última década. La primera fue cuando el efímero coordinador de Seguridad Nacional del presidente Vicente Fox, Adolfo Aguilar Zínser, afirmó que el gobierno estaba a tres días de atraparlo. La segunda, cuando el procurador Rafael Macedo detuvo a sus agentes que estaban a tres horas de arrestarlo en la sierra de Durango para que la operación la hiciera el Ejército, y un avión militar de reconocimiento alertó –quizás inadvertidamente- a Guzmán, que alcanzó a escapar.

Las imprudencias han sido costosas. En 2008, la urgencia inexplicable de Alejandro Gertz Manero, ex secretario de Seguridad Pública y en ese momento rector del campus ciudad de México de la Universidad de las Américas, de entregar un video de las cámaras seguridad de la institución a la televisión que captaba al grupo que planeaba matar a un jefe policial metropolitano con una bomba –por mal manejo del explosivo les explotó antes de llegar a su objetivo-, provocó que el eslabón entre esos delincuentes y quienes pagaban el crimen, el cártel de los hermanos Beltrán Leyva, escapara y no fuera detenido sino hasta tres años después.

Más similar al caso de Salinas por sus consecuencias, fue cuando un funcionario le dijo al periodista Francisco Garfias en 2005 que Nahum Acosta, coordinador de giras del presidente Fox, era investigado por nexos con el narcotráfico. La infidencia hizo colapsar la investigación. La SIEDO y la DEA tenían grabaciones de Héctor Beltrán Leyva al teléfono de Acosta en Los Pinos, que establecían el vínculo. Acosta, quien llegó a Los Pinos por recomendación del presidente del PAN, Manuel Espino, y los buenos oficios de Alfonso Durazo, secretario particular de Fox, fue arrestado y más tarde liberado por falta de evidencias. También se perdió el rastro que permitiera llegar a Beltrán Leyva, aún prófugo.

Qué motivó a Salinas a revelar la detención del piloto de “El Chapo” es algo desconocido para la opinión pública. Sólo se justificaría una declaración de esa naturaleza ante lo inminente de la detención –entendiendo por esto que de donde lo tienen cercado no tiene salida-, pues de otra forma mucho daño habrá hecho el indiscreto jefe de la SIEDO a la lucha contra la delincuencia organizada y, en lo particular, al presidente Calderón, que necesita a Guzmán para legitimar la guerra a los cárteles.

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