lunes, marzo 12, 2012

El lectoespectador

Fausto Pretelín

Ilana Sod le pidió a Felipe Calderón que rebobinara sus imágenes de vida para detectar alguna de ellas de la que se arrepintiera. Después de una ligera pausa, frente a cámaras, Calderón confesó que en su juventud, le hubiera gustado quitarse la gabardina y guardar el paraguas para afrontarse con alguna tormenta. Ocurrió hace seis años en las instalaciones de MTV de la avenida Reforma de la ciudad de México.

Unos días después se presentó Andrés Manuel López Obrador. En una sala de juntas contigua al estudio, Kiren Miret, Ilana y un par de personas más, recibimos al entonces hipefortalecido candidato de la izquierda con expectación. Desde la cabecera de la mesa, Obrador disminuyó de tamaño. No era su atmósfera. En el lugar no había grillos, había jóvenes. El candidato miró con atención a los ojos de Kiren buscando alguna respuesta que le ayudara a despejar su gran duda: ¿de qué va el programa? Por la mañana de ese día, confesó el candidato, le pidió a uno de sus hijos que lo aleccionara en materia musical. Como si de un curso exprés se tratara. Posteriormente se metió en su retórica. Sobra decir que nadie recuerda lo que dijo.

Seis años después, el concepto original de MTV fue destruido por YouTube y su mercado objetivo disminuyó de edad, al pasar de los fans buscadores de clips a los fans buscadores de storytellings picantes. Calderón y Obrador también fueron rebasados por sus tiempos. Un YouTube político los marginó.

Durante su gobierno, Felipe Calderón nunca articuló un lenguaje dirigido a los jóvenes quienes, curiosamente, se concentran en las cohortes con mayor población. En realidad el presidente optó por un sexenio conceptualmente monotemático, conservador y nada estético.

De Obrador ni hablar. Su cuerpo semiótico hoy, se articula a través de las pantallas de las computadoras como un forever old. Enclaustrado en su monólogo todo lo que toca lo envejece. De él, los hashtag lo ignoran. La semántica de Morena resulta imposible describirla en 140 caracteres.

Vivir para las pantallas es la filosofía de vida en tiempo real. Algo insólito para terrenos tan pausados como puede ser la literatura. Creación en vivo incrustada en twitter a través de aforismos reloaded. De la política ni hablar, irrupción de piedras con forma de palabras se estrellan en las ventanas de las residencias presidenciales, lo mismo en La Casa Blanca como el Palacio del Elíseo; Los Pinos o la Rosada. No hay gabardinas ni paraguas que logren protegerlas.

Obama desdobla su imagen en redes, Sarkozy se enreda, Calderón se enclaustra en un manual de redes tan arcaico como conservador y Cristina Kirchner manipula cifras macroeconómicas. Obama, el ganador.

Gore Vidal sostiene que la actual generación universitaria es la primera educada por completo según la tradición televisiva, lo que la hace notablemente distinta de sus predecesoras. Con su facilidad para aprender a través de la vista y el oído, el estudiante de hoy en día suele tener dificultad para leer y escribir. Por su parte, Vicente Luis Mora, en su libro El lectoespectador (Seix Barral) da un paso adelante de Vidal para sentenciar que nuestro tiempo no es para ciegos. Entre las nuevas discriminaciones del siglo XXI se encuentran las pantallas que conmueven a los eternos habitantes de Pangea, ese pedazo de continente de la era paleozoica aturdido por la globalización. Los globalprimates viven en un eterno jet lag incomodado por la crackberry y/o pasión por las súpermanzanas (tablets). La lectura, bien lo dice Vicente Luis Mora, es una sucesión de acontecimientos cuyo objetivo es conmover al lectoespectador quien lee para ver y no ve para leer.

Lo que diga Google soy. Lo que escriban @misseguidores soy. Las fotografías etiquetadas con mi nombre soy. Soy en función de las herramientas empantalladas. Si me pierdo me encuentro en Google. Si me deprimo me animo en Google es-cri-bien-do mi no nombre. Yo mi me con Google.

“No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo”, escribe Cortázar en tiempos antes de Twitter (a.T.). Los aeropuertos de Marc Augé son los predilectos no-lugares de los globalprimates que ven pasar lo que piensan sin pensar lo que ven.

El enternecimiento que produce la desconexión con las pantallas lo encarna personajes como Vázquez Mota, quien al ser entrevistada al concluir su entrevista con Joseph Biden dijo un tuit extraterrestre: manifestó que le gusta la idea de que una mujer sea presidenta. Alarma. Alarma. Alarma. Personaje identificado no tiene interfaz. Alerta. Alerta.

En una microdistopía aparece Ilana Sod en los estudios de MTV para escuchar, las mismas palabras de Calderón, en boca de quien carece de interfaz. Me arrepiento de no tuitear 580 ocasiones al día dice la mujer sin rasgos faciales.

Por su parte, el señor @AMLO le responde: ¿de qué va aquello de la caída del sistema de @manuelbartlett?

Y sí, Houellebecq tiene razón, el ser humano es materia más información.

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