miércoles, febrero 22, 2012

Mercado en crisis

Raymundo Riva Palacio

Los motines en las cárceles son espectaculares, y más cuando hay una alta cantidad de muertos. Las autoridades de Nuevo León informaron que lo que sucedió el domingo en la cárcel de Apodaca fue primero un motín y luego una fuga. Pero si fue motín y murieron únicamente prisioneros, ¿no es extraño que ningún guardia o carcelero, responsables de sofocar ese tipo de sublevación, haya muerto? Luego, si todos los muertos pertenecían a una banda criminal y todos los fugados a sus rivales, ¿en realidad se trató de un motín?

No hay que hacer caso a las autoridades neoleonesas. Son ignorantes, incompetentes, o esconden la verdad. Lo que sucedió en el penal de Apodaca donde murieron 44 personas y se fugaron 30, es uno de los subproductos más salvajes de lo que la guerra contra el narcotráfico ha provocado entre los cárteles de la droga. El propio vocero para temas de seguridad del gobierno estatal, Jorge Domene, mostró -sin entender quizás-, qué sucedió con su cronología: la fuga comenzó a la una y 13 de la mañana y el motín 40 minutos después; la fuga duró 15 minutos aproximadamente, y luego la riña en las celdas. Si la secuencia racionalmente no tiene sentido, ¿qué sucedió realmente?

Sobre el mismo cronograma se puede deducir que los miembros de Los Zetas iniciaron la fuga con la complicidad de las autoridades carcelarias –todas ya destituidas-, que inclusive modificaron los rondines para evitar cualquier alteración del plan. No se sabe cuánto invirtieron Los Zetas en ello, pero si se toma en cuenta que por despachar patrullas alejadas de las rutas por donde iban a trasladar droga pagaban mil 500 pesos mensuales al responsable de la planta de radio policial en Monterrey, se puede prever que no tuvieron que invertir mucho más en la compra de funcionarios y guardias.

Se puede afirmar, como hipótesis de trabajo, que nunca existió un motín, sino que en su ruta hacia la libertad, Los Zetas se encargaron de eliminar al máximo número de rivales del Cártel del Golfo, sus viejos aliados convertidos en rivales desde hace unos dos años. Este fenómeno, muy poco estudiado todavía, es algo que se ha venido repitiendo en los dos últimos años, como resultado de los golpes a los cárteles de las drogas en las calles.

También se puede argumentar que la edad promedio de los sicarios se ha venido reduciendo porque los cuadros criminales más experimentados han muerto o están presos. Para los cárteles, la sangre fresca ya no es una garantía de poder porque los incentivos para entrar en la delincuencia organizada cambiaron desde el momento en que, por un lado, hay una guerra abierta entre bandas criminales, y por el otro, que las fuerzas federales disparan a matar. La alta violencia en el combate ha hecho que los jóvenes reclutas prefieran entregarse rápidamente a la autoridad y ofrecerse como “testigos protegidos”. Esta nueva realidad de los sicarios bisoños contribuyó a que las fuerzas federales desmantelaran células de pandillas en Ciudad Juárez, que ha sido uno de los factores de la disminución en la tasa de actos delictivos y víctimas.

Para los cárteles, los jóvenes que otrora les eran útiles hoy ya no lo son, y han tenido que ir a las cárceles para rescatar a sus viejos cuadros, probados en las trincheras de los combates para regresarlos al sicariato, al tiempo que van a las mismas prisiones a matar a sus enemigos, para evitar que el cártel rival les haga lo mismo. Las matanzas dentro de las prisiones entre adversarios se explican por la externalidad de la guerra contra las drogas, que ha ido neutralizando a sicarios con experiencia y obligando a las bandas a utilizar a jóvenes sin el aplomo de los viejos cuadros. Apodaca es otra parte de la narrativa contemporánea del México Rojo, que pocas veces se ve, inclusive para los propios gobiernos que viven inmersos en ella.

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