miércoles, febrero 08, 2012

La tregua

Jorge Fernández Menéndez

“Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más”, escribe Mario Benedetti en su célebre novela La Tregua.

Cuando el arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, le pidió una tregua a los narcotraficantes durante la próxima visita del papa Benedicto XVI, que será a fines de marzo, no pude sino recordar aquella novela de Benedetti y también el destino de su entrañable personaje Martín Sontomé, que asumía que estaba condenado a la oscuridad y solamente había recibido la tregua de un amor, que le duró apenas un año, pero que luego lo hundiría en una oscuridad mucho peor que la anterior.

Cuando un arzobispo le pide a los grupos criminales una tregua por la visita del Papa, les está otorgando una oscura forma de legitimidad a esos grupos: los está reconociendo como interlocutores válidos y acepta que la fuerza del Estado y de las instituciones no son suficientes para garantizar la seguridad de Benedicto XVI. Pero el tema es más grave porque, como dicen las mantas del cártel de Los Templarios divulgadas ayer, esa organización aceptará “la tregua” propuesta sólo si sus adversarios también participan de ella. En otras palabras, aceptan una tregua condicionada que pone en mayor peligro la visita papal por la sencilla razón de que, al generar cualquier hecho de violencia se pueda intentar responsabilizar a sus adversarios.

No es la primera vez que algo así sucede: antes de que el cártel de La Familia se dividiera y surgieran de ellos Los Templarios, aparecieron mantas, en Michoacán y otros lugares, que anunciaban la desaparición del cártel y su regreso a otras actividades, para que no los culparan de hechos violentos. Obviamente nunca desaparecieron. También en algún momento se desplegaron mantas para anunciar una suerte de tregua y decir que, si había acciones violentas, no serían de esa organización sino de sus adversarios. La violencia, por supuesto, continuó sin mella. Ahora probablemente ocurrirá lo mismo.

Me llama profundamente la atención, no ahora, sino desde hace años, la incomprensión que tiene la Iglesia católica del fenómeno del narcotráfico. Quizás el hecho de que algunos de los principales narcotraficantes son muy creyentes y contribuyan con generosas limosnas (el caso de los Arellano Félix, uno de cuyos hermanos es incluso sacerdote, resulta paradigmático al respecto) influye en esa visión casi siempre sesgada de un fenómeno que ha dejado miles de muertos en nuestro país.

Hay denuncias, pero nunca son suficientemente terminantes; hay sacerdotes que incluso hablan de pedirle perdón a los delincuentes, no hay sanciones eclesiásticas para quienes reciben narcolimosnas y casi siempre se termina pensando en actuar como vía de comunicación entre distintas partes involucradas en un conflicto, como si la Iglesia no fuera parte del mismo, como si no existiera una confrontación de los grupos criminales contra la sociedad y la gente.

La solicitud de tregua a los narcos es una demostración de todo eso, pero es también una suerte de bumerán que se puede volver en su contra.

Al deslindarse uno de los grupos criminales de la posibilidad de realizar acciones violentas durante la visita de Benedicto XVI, en realidad se está abriendo la posibilidad de que esas acciones se realicen y se las atribuyan a esos rivales que no participaron en “la tregua”.

Porque las treguas, como diría Martín Santomé, terminan dejándonos en una oscuridad aún mayor que antes.

La propuesta de AMLO

Dijo López Obrador que la inseguridad se acabaría si se actuara como lo hizo él en el DF. Y adjunta una larga lista de propuestas. Pero el hecho es que, durante el gobierno de López Obrador, la capital fue la ciudad más insegura del país, cuando se dispararon los secuestros, los asesinatos, los robos, comenzaron las extorsiones y los cobros de piso. Llegó a tal grado la situación que se convocó a aquella famosa (la más numerosa que ha habido en décadas en la Ciudad de México) movilización de blanco, por la paz, que reunió a cientos de miles de personas hartas de la inseguridad. Una movilización que López Obrador despreció e ignoró, diciendo que era de “pirrurris”. Fueron los suyos años negros para la seguridad de la capital, que incluso generaron el éxodo de muchos capitalinos a otros puntos del país, para intentar vivir con mayor tranquilidad. Es verdad que la seguridad en el DF ha mejorado, pero fue durante la administración de Marcelo Ebrard, no en la de López Obrador. Fue Marcelo el que cambió mandos, incorporó tecnologías, profesionalizó el ámbito policial. López Obrador había dejado la ciudad en lo más hondo de la crisis de seguridad.

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