viernes, febrero 17, 2012

Errores y fracasos

Jorge Alejandro Medellín

Una sola frase, un concepto preciso vertido en el momento, en el lugar y ante la persona indicada hacen la diferencia, derrumban mitos, aclaran realidades y exponen las confrontaciones de final de sexenio, los límites para enfrentar un fenómeno como el narcotráfico y el fracaso del intento.

En noviembre de 2009, en el segundo año de gobierno de Felipe Calderon, el coordinador general de Inteligencia para la Prevención del Delito de la Secretaría de Seguridad Pública Federal (SSPF), Luis Cárdenas Palomino, fue contundente cuando señaló que el narcotráfico y los delitos ligados a este fenómeno crecieron en México debido a la ausencia, ineficacia o complicidad de las instituciones del Estado para darle a sus ciudadanos los satisfactores esenciales para vivir y desarrollarse.

El análisis de Cárdenas Palomino fue preciso y dejó fríos a los estrategas civiles y militares del presidente Calderón que en 2009 veían venir la parte más aguda y cruda de la guerra contra el narcotráfico, con la duplicación en la cifra de personas asesinadas en el contexto de la ofensiva gubernamental y la contraofensiva de los cárteles.

En su intervención en el Congreso Nacional “Ciudadanía y Medios: Acción Conjunta”, el funcionario federal reconocía que a aquellos mexicanos que se han sumado a las filas del crimen organizado, los grupos delincuenciales les ofrecen una dignidad que la sociedad y las autoridades no hacen.

“Les han ofrecido trabajo y oportunidades y un sentido de identidad que la sociedad no les ha podido dar; les han ofrecido una dignidad que nosotros al bolero, a la gente tampoco se la dimos, les han ofrecido algo que es lo más delicado: la oportunidad de una revancha social que es verdaderamente algo grave”.

Los diversos grupos delincuenciales como Los Zetas, La Familia o Los Pelones ofrecen mejores ofertas laborales y aprovechan los espacios de impunidad, añadía.

Dos años después de aquella intervención, el secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván, planteó el 9 de febrero, durante la ceremonia de la Macha de la Lealtad, con la autoridad que lo inviste como comandante del ejército y fuerza aérea, que la guerra contra las drogas no ha avanzado y si lo ha hecho ha sido poco, muy poco; que existen estados, regiones en el norte del país en las que “el espacio de la seguridad está totalmente rebasado”, en las que el narco tiene y mantiene el control, en las que ha rebasado todos los niveles de la seguridad pública; que la delincuencia organizada le sigue generando al país “intrincados momentos”.

Dijo Galván que la delincuencia organizada creció a partir de fenómenos como el pandillerismo y se expandió solapada por autoridades, principalmente policiales, hasta convertirse en una rémora enquistada en la sociedad “con la colaboración de la propia autoridad”.

Galván, simple y sencillamente, regresó a la raíz y la esencia de una problemática social, educativa, económica, cultural y de seguridad que debió haber sido revisada por Calderón y su gabinete antes de lanzar una ofensiva contra un enemigo del que, según aceptó en una entrevista concedida al diario español El País en, no conocía sus verdaderas dimensiones.

Las palabras de Galván pueden tomarse también como un último y urgente mensaje para que la Ley de Seguridad Nacional sea aprobada ya, y con ello los militares tengan un mínimo sustento jurídico para seguir encabezando la guerra de Calderón.

Con ello los mandos de Sedena y Marina buscan protegerse ante la posible creación de una fiscalía especializada que juzgue los abusos y crímenes cometidos por militares y navales en el combate al narco.

Tanto Cárdenas Palomino como Galván Galván mostraron por instantes el verdadero rostro de una lucha que deja en el camino los discursos demagógicos y parciales del gobierno mexicano y de sus ares en los Estados Unidos aplaudiendo el esfuerzo, el tesón y compromiso del gobierno mexicano para enfrentar a los cárteles del narco.

“Vamos ganando, aunque no lo parezca”, dijo alguna vez el ex procurador general Eduardo Medina Mora.

Tenía razón.

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