jueves, febrero 09, 2012

Cuauhtémoc, López y la orquesta del ‘Titanic’

Jorge Fernández Menéndez

Para Andrés Manuel López Obrador es un triunfo que Cuauhtémoc Cárdenas le haya levantado la mano y lo haya reconocido como su candidato para la elección presidencial. Nadie puede saber con exactitud cuántos, pero el que López Obrador haya alejado a Cárdenas de su campaña en 2006, le tiene que haber costado votos, y cuando se pierde una elección por apenas 300 mil votos, todos y cada uno de los sufragios despreciados se vuelven retrospectivamente muy valiosos. Para Cuauhtémoc Cárdenas es un triunfo el que López Obrador, seis años después, haya ido a recibir la propuesta de programa que en su momento, en la anterior campaña presidencial, había despreciado, lo que había motivado el alejamiento de Cuauhtémoc de esa campaña.

La jornada del martes, en la que participaron también Marcelo Ebrard y los líderes de Nueva Izquierda, tendría que ser interpretada como una jornada de ganar-ganar para el perredismo… y sin embargo algo no terminó de cuajar en la reconciliación entre López Obrador y el cardenismo. Hasta hace unas pocas semanas, el que Cárdenas encabezara la lista de senadores plurinominales del PRD era mucho más que una posibilidad, así lo escribimos en este espacio. Pero algo ocurrió que hacia fines de la semana pasada Cárdenas decidió que no iría en esa lista, que no aceptaría la propuesta.

Hay varias razones para que el acercamiento de Cárdenas con López Obrador no haya sido tan pronunciado como se preveía, para que Cárdenas no aparezca, por lo menos con la situación que guardan hoy las relaciones internas, en esa lista. Primero la configuración de las mismas: las posiciones se distribuirán entre el PRD, el PT, Morena y Movimiento Ciudadano, y dejan al perredismo con poco espacio en las mismas y muchas de esas posiciones ya están comprometidas para lopezobradoristas, algunos de los cuales, como toda la corriente de René Bejarano, tienen profundas diferencias con Cárdenas. Si eso ocurre en las plurinominales, será más radical el recorte en las de mayoría, ya que el PRD, o mejor dicho la coalición tiene muy pocas entidades en las que podría terminar primera o segunda, como para obtener senadores. Segundo, en relación con lo anterior, y considerando una elección en la que en el mejor de los escenarios posibles, López Obrador y la coalición de izquierda se vaya a tercios con el PRI y el PAN, los espacios plurinominales serán relativamente pocos y divididos por tres (por cada uno de los integrantes de la coalición) serían menos aún.

Tercero, Cárdenas percibió que no tendría un acompañamiento adecuado en ese espacio, no podría tener un equipo básico de senadores suyos que lo acompañaran, y que la mayoría de los que estarían en la bancada perredista de la cámara alta responderían a otros intereses, ya sea de López Obrador o de otras corrientes internas. Y no sería imaginable un Cuauhtémoc Cárdenas en el senado que no fuera, por lo menos, líder de su bancada con control real sobre ésta. Y cuarto, Cárdenas también debe haber comprobado que las divergencias internas entre los suyos y López Obrador, siguen siendo profundas en términos programáticos.

Sigo pensando que, de todas formas, Cárdenas hizo (como lo viene haciendo también Marcelo Ebrard) una inversión a futuro. Hoy los números no favorecen a un López Obrador, que está abandonando gradualmente el discurso de paz y amor (que no le funcionó) para regresar a lo suyo, que es el discurso de confrontación, para no quedarse atrás en unos comicios que podrían tornarse en una competencia Peña Nieto-Josefina. Por supuesto que todo puede ocurrir, pero si López Obrador no crece significativamente de aquí a abril su campaña estará condenada.

En ese contexto, Cárdenas (como también Ebrard) se ve en la obligación política de acompañar a López Obrador, pero al mismo tiempo de ir apostando por el futuro del perredismo. Y en ese futuro se perciben dos nombres: el del propio Ebrard y el de Lázaro Cárdenas, el ex gobernador de Michoacán, hijo de Cuauhtémoc y que en estos años ha optado por irse a estudiar y trabajar a Estados Unidos, de donde regresará casualmente para fines de julio próximo, con una red de contactos construidos a lo largo de los últimos años. Para que ese futuro exista, hoy todos tienen que estar en el barco de López Obrador, pero todos son concientes de que no quieren ser, ni tampoco se les permitirá, ser copilotos. El capitán del barco es Andrés Manuel: él lo llevará a buen puerto o será el responsable del naufragio. Los demás sólo son pasajeros o, parafraseando el título del nuevo disco de Serrat y Sabina, serán como la orquesta del ‘Titanic’, como esos músicos que siguen tocando mientras el barco se hunde.

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