lunes, enero 09, 2012

PRD DF, franquicia el peligro

Carlos Ramírez / Indicador Político

En la militancia media y de base del PRD del DF comienza a crecer la irritación por la posibilidad de que el registro del partido sea una franquicia al mejor postor. El ex procurador Miguel Ángel Mancera podría ser el candidato perredista a la jefatura de gobierno sin darse de alta como militante.

La negativa de Mancera a hacerse perredista contrasta con la militancia efectiva de cuadros perredistas que se la han jugado por el partido y que quieren la nominación: el senador Carlos Navarrete, Martí Batres como la carta más fuerte y sólida del perredismo militante y la diputada Alejandra Barrales.

La decisión a favor de Mancera, además de ser un dedazo al estilo priísta de Ebrard y que reproduce el dedazo al estilo priísta en el 2006 de López Obrador a favor de Ebrard, confirmaría la desarticulación del PRD del DF y probaría su existencia sólo como un aparato de control y acarreo del voto y no como una estructura de organización de bases. Pero se trata del mismo Ebrard que se rebeló al dedazo de Carlos Salinas a favor de Luis Donaldo Colosio.

Asimismo, la decisión a favor de Mancera y no por un candidato de probada militancia perredista aportaría elementos para entender que el PRD en el DF sólo anda en busca de quien gane las elecciones y no quien represente los intereses de los perredistas. Ebrard fue el primer candidato externo del PRD; aunque se afilió al partido antes de ser candidato, su formación fue priísta y sus comportamientos políticos han sido siempre priístas.

Mancera carece de formación política y social, su especialización ha sido el derecho y la burocracia del poder, aunque podría ser ungido como adalid de izquierda una vez que Ebrard opere el dedazo a su favor. Pero lo mismo le ocurrió a Ebrard, quien se forjó en el PRI de Carlos Salinas y hoy no desaprovecha la oportunidad para asumirse como de izquierda, aunque a su favor corre el hecho de que la izquierda perdió su contenido ideológico socialista y marxista y se rebajó sólo a un neopopulismo desclasado y sustentado en la movilización del lumpenproletariado bajo control de los programas asistencialistas.

El problema de Mancera, sin embargo, radica en su negativa a afiliarse al PRD, pero frente a contendientes que, con todo, se la han jugado por el partido. El asunto, en todo caso, no tiene mucho que ver con la militancia sino con la decisión de las élites que controlan al partido en el DF --Ebrard y López Obrador-- para decidir la candidatura no en función de quien represente los intereses de la organización partidista sino de quien gane las elecciones capitalinas. Ahí definió el PRD su condición de franquicia al servicio de tribus de poder.

La decisión de Ebrard a favor de Mancera se sustenta en dos razones: por primera vez en veinticuatro años, el PRD enfrenta la posibilidad de perder su hegemonía en la capital de la república. Si se recuerda, los sectores progresistas impusieron su dominio en el DF en las elecciones del DF de 1988 porque, dijo en su momento un candidato priísta derrotado, los electores capitalinos “piensan”: Cárdenas arrasó en 1997, López Obrador estuvo a punto de perder ante el panista Santiago Creel y Ebrard en realidad no tuvo rival enfrente.

El hecho de que el PRD comience a tambalear su poder en el DF tiene referentes: como priísta Ebrard perdió las elecciones locales en 1988 pero como priísta salinista recuperó el dominio de la ciudad para el PRI aplastando al PRD cardenista; luego de salirse del PRI por la derrota de Manuel Camacho en la selección del candidato presidencial en 1993, Ebrard dio tumbos, intentó crear un partido y finalmente se alió al PRD cuando declinó a la candidatura a la jefatura de gobierno en el 2000 a favor de López Obrador; en el 2006 Ebrard no era cuadro del PRD pero sí el único que podría ganar las elecciones.

A lo largo de su sexenio como jefe de gobierno, Ebrard nunca ha podido entenderse con los perredistas; el despido humillante de Martí Batres como secretario de Desarrollo Social por las críticas al reconocimiento de Ebrard al gobierno de Calderón a pesar de la orden de López Obrador de no hacerlo fue el primer signo de manotazo de Ebrard contra el PRD capitalino; representó también la primera señal de Ebrard de que la decisión de la candidatura perredista a la jefatura de gobierno para este año se haría en función de los protocolos priístas del dedazo y no a partir de esa candidatura como una oferta de ética política del PRD a los electores.

La imposición de Mancera como candidato del PRD y sus chiquialiados del PT y Movimiento Ciudadano dejaría a Ebrard como una réplica de Plutarco Elías Calles en sus tiempos de jefe máximo o como el Salinas que puso a Colosio como su candidato en 1993. Eso sí, lo obligaría a someter autoritariamente a los liderazgos perredistas a la voluntad del nuevo caudillo capitalino. En el 2006, el dedazo de López Obrador a favor de Ebrard derrotó al otro aspirante perredista, Jesús Ortega Martínez, cuya tribu controla hoy el PRD nacional.

La elección de jefe de gobierno tendría algunos elementos repetidos del 2006: Ebrard le ganó al panista Demetrio Sodi y a la priísta Beatriz Paredes, los dos últimos como posibles candidatos para el próximo julio. De ahí la decisión de Ebrard de violar todos los discursos perredistas y aplicar en el DF una elección de Estado para que no pierda su candidato Miguel Ángel Mancera porque en el DF podría darse una restauración del reinado priísta.

El peligro de perder el gobierno del DF ha llevado a Ebrard a recuperar su formación priísta y operar su sucesión al viejo estilo priísta; por eso despidió a Batres del gobierno del DF cuando se atrevió a criticarlo, por eso quiso poner como candidato al ex rector unamita Juan Ramón de la Fuente y por eso negoció con López Obrador la candidatura presidencial a cambio del dedazo en el DF. Lo menos que quiere el ex priísta Ebrard es entregarle el gobierno del DF al PRI.

Pero lo paradójico es que la fuerza del PRD en el DF es por los perredistas, pero Ebrard les impondrá al no-perredista Mancera como candidato. A ver si los perredistas se portan como priístas y aceptan sumisamente el dedazo.

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