miércoles, enero 11, 2012

Oscuro como la tumba de los sexenios

José Carreño Carlón

La petición del presidente Calderón para que Washington le otorgue inmunidad al ex presidente Zedillo por los crímenes de Acteal le abre tres frentes al actual mandatario: si se le otorga será un triunfo envenenado con la percepción de complicidad en delitos de lesa humanidad; si se le niega será una derrota agravada por la misma percepción de complicidad con delitos mayores. Y en los dos casos prevalecerá la percepción de que el Presidente busca con ello la inmunidad para sí mismo, dentro de 10 meses y 19 días que termine su gestión.

Adicionalmente, respecto de los costos que resultaban previsibles para el PRI por la exhumación de la matanza de 1997, el Presidente parece haber decidido compartirlos con su gobierno panista al lanzarle esta tabla de salvación al ex presidente priísta. La noticia surge la misma semana del debate por la muy retrasada, muy cuestionada y casi clandestina inauguración en 2012 de una oscura estela de luz percibida como fallido emblema del Bicentenario del 2010.

Y el presidente Calderón aparece así, en esta primera quincena de 2012, viviendo el capítulo final del libro que México está escribiendo sobre estos años, y que podría titularse Oscuro como la tumba donde yacen los sexenios, en referencia, sólo a primera vista forzada, a Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, novela de Malcolm Lowry escenificada en la primera mitad del siglo XX mexicano, como su obra maestra Bajo el volcán.
Infierno y paraíso

“Estoy viviendo el libro que debería estar escribiendo”, observa Sigbjørn Wilderness, el personaje-narrador-autor de Oscuro como la tumba…. Y aquí aparece menos forzada la referencia. Porque aquel México atormentado que este atormentado autor encontró paradisiaco e infernal, hace décadas, sigue de la mano de este México también atormentado del siglo XXI, viviendo el libro que ahora está escribiendo sobre el solar paradisiaco promocionado y las realidades infernales obtenidas tras la primera década de la transición.

El libro completo de esta transición tendrá muchas lecturas, incluida la que suele hacer el Presidente sobre el paraíso alcanzado sólo en su discurso, y el infierno representado por los gobiernos anteriores, si bien ahora parece optar por identificarse con uno, ante el escenario de enfrentarse, como él, a acusaciones internacionales.

Pero volvamos al capítulo de la estela: ni su inauguración escapó a la oscuridad de sus costos, sus materiales y sus tiempos de construcción. Los medios vieron allí un “sabadazo”, por el apresurado cambio para el sábado de la inauguración programada para el domingo, a fin de eludir las manifestaciones de protesta. Pocas horas antes —dicen las crónicas— se citó a los periodistas y se les dijo que se trataba de un ensayo.

¿Nuevo monumento a la peste?

Son crónicas que pesarán como losas sobre el sexenio, particularmente en el pasaje en que relatan que la inauguración del emblema del Bicentenario de la nación transcurrió en la privacidad de los miembros del gabinete presidencial y sus familias, en un acto de menos de una hora en que el Presidente quiso minimizar la exigencia de cuentas de los ciudadanos a “las naturales controversias que este tipo de obras suelen generar”, así como maximizar el alcance de la estela hasta presentarla como un “ícono de la ciudad” y “un símbolo de la historia de México”.

Sí. Pero como un ícono de la ciudad asumido como espacio para la protesta y como un símbolo de la historia del México de estos años: un monumento a la opacidad de la gestión pública, de acuerdo con la mayor parte de las reacciones de los medios. O como un memorial a las decenas de miles de muertos dejados por la profunda crisis de inseguridad del sexenio, a la manera de los impresionantes monumentos de varias ciudades europeas, conmemorativos de las pestes que aniquilaron generaciones.

En todo caso, estela de luz envuelta en nubarrón oscuro como la tumba donde yacen los sexenios de esta enturbiada transición mexicana.

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