jueves, enero 26, 2012

ISSSTE

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

La edad sin salud es un castigo sencillo, pero si a los años y la enfermedad añades la jubilación, la penalización se convierte en tortura, y si a ésta sumas que la pensión proviene del ISSSTE, el dolor del torturado se transforma, de inmediato, en sentencia de muerte, cuando menos anímica, porque nada hay peor que el maltrato y la humillación a la que la mayoría de los empleados administrativos y médicos de ese Instituto someten a los derechohabientes, pero sobre todo a los jubilados.

Me cuenta, el informante, que es paciente externo de neumología del hospital Darío Fernández, pero que desde noviembre no puede surtir en la farmacia de ese nosocomio la receta de Seretide; la última vez que intentó hacerlo pescó una complicada infección respiratoria que le duró dos semanas, pues tuvo que fletarse por más de 180 minutos en una larga cola a la intemperie, y casi con certeza se convirtió en víctima de una inversión térmica. Ahora acude los sábados y los domingos, porque no hay gente, pero sí se enfrenta al desabasto.

El mismo informante narra que acude a la clínica familiar Álvaro Obregón del ISSSTE, donde la atención funciona a pedir de boca con el médico tratante y los empleados de la farmacia, pero se complica con las secretarias del turno matutino de la Coordinación Médica y de la Dirección General, las que se pasan por el arco del triunfo el decálogo de atención al derechohabiente, sobre todo cuando la víctima de su rencor y resentimiento social es un inerme jubilado que carece de respaldo y de ánimos para mandarlas a paseo. En ellas el maltrato a sus semejantes es la norma, las mantiene vivas en su parcelita de poder, afirma quien ha sido uno de los testigos de esa conducta, por fortuna no su víctima.

“Pero el colmo”, confía quien narra sus experiencias en el ISSSTE, “es la manera en que administran los medicamentos de esa clínica, ya que muchas veces el paciente no puede surtir la receta el mismo día en que es evaluado por su médico familiar, y debe regresar dos, tres y cuatro veces, porque las medicinas se entregan en el día y en la hora en que lo decide la doctora María Elena Hernández, directora general de esa clínica Álvaro Obregón, a decir del subdirector de la misma, el médico Alberto Valdespino Paredes, quien no conforme con imponer su criterio y su pequeño poder por sobre la razón y la guía del decálogo del Instituto para beneficio de los pacientes, maltrata a quienes con todo comedimiento le solicitan que no los haga regresar, que instruya a los empleados de la farmacia para que surtan las medicinas, pues están en poder de ellos”.

Pero no, el doctor Valdespino Paredes afirma que en esa clínica únicamente se hace lo que su jefa, la directora general, ordena, porque así es como debe ser, por sobre las necesidades de salud de los derechohabientes, sean o no jubilados.

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