viernes, enero 27, 2012

El Puente más largo

Jorge Alejandro Medellín

En su edición de ayer, el periódico El Universal mostró en primera plana la foto de uno de los ingenieros encargados de la construcción del puente Baluarte, el más grande del mundo, que une a los estados de Sinaloa y Durango sobre cañones, serranía abrupta y tierra prohibida.

La obra es majestuosa y ha entrado al libro de records Guinness por su complejidad y portento. Lamentablemente la construcción también podría pasar a la historia como el monumento al fracaso de la lucha antidroga del panismo calderonista. La foto de El Universal va enmarcada por un texto de tres párrafos cuyo contenido de fondo es demoledor y seguramente causará revuelo y más de dos reflexiones al respecto.

“Puente récord Guinness, con permiso del narco”, señala el título de la imagen en la que se aprecia el rostro del ingeniero y como fondo, en perspectiva diurna, la construcción que está en sus últimos toques. El texto que acompaña a la imagen señala lo siguiente: “El puente Baluarte se levanta sobre la más grande zona de producción y operación del narco, y no ha escapado a esta situación. Antes de iniciar la obra, los grupos advirtieron: Va a construir cuando levantemos la cosecha. Los ingenieros cumplieron y desde entonces se respetan, relatan.”

Aunque de manera inexplicable el artículo no aborda el tema anunciado en portada, el dato es revelador y contundente por una razón: la construcción duró cinco años. Entonces, ¿Qué hicieron los gobiernos estatal y federal ante las amenazas y órdenes del narco?

¿Cuándo -en sus festinadas y espectaculares presentaciones sobre capturas o ejecuciones de capos- el gobierno federal infirmó a la sociedad mexicana sobre las vicisitudes de los ingenieros, proyectistas, obreros y soldadores que participaron en la obra amenazados por los cárteles que dominan la región?

¿De qué manera combatió con éxito el gobierno panista a los cárteles que exigieron y consiguieron no ser molestados mientras las cosechas de mariguana y amapola eran levantadas por ejércitos de campesinos, sicarios y operadores en al serranía?

¿Cuándo y cómo fuimos informados por la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), la Procuraduría Genera de la República (PGR), la Secretaría de Gobernación (Segob), la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) o incluso la Secretaría de Marina (Semar) o tal vez el eficaz y efectivo Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) sobre las amenazas y el dominio territorial de los cárteles de la droga que operan en el llamado Triángulo Dorado (la confluencia entre los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua)?

¿Cuántas operaciones, enfrentamientos, despliegues, capturas y aseguramientos de droga se hicieron en la zona que rodea al puente Baluarte en los cinco años que ha tomado su construcción?

¿Cuántas bases de operaciones y efectivos de Sedena, de Marina, de la Policía Federal fueron desplegados en esa región para enfrentar y detener a los cárteles que se atrevieron a amenazar a los constructores de la obra para que los dejaran trabajar en paz?

Al parecer no hay respuestas para ninguna de estas interrogantes. Si alguien alguna vez se atrevió a hablar de pactos o negociaciones con el narco para bajar la violencia y fue tildado de insano o quizá de defensor de intereses ocultos, hoy puede estar tristemente tranquilo. Cinco años de una mega obra sexenal le dieron la razón y algo más: el monumento a la estrategia antidrogas, festinada por la administración como la vía correcta para combatir el fenómeno del narcotráfico a contracorriente de críticos y opositores.

El puente Baluarte terminó construyéndose en silencio. Las anécdotas sobre su levantamiento y presencia se quedarán para los adentros de quienes le dieron vida mientras el narco advirtió, ordenó, cosechó y dispuso.

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