lunes, diciembre 26, 2011

El fracaso de la nación de Felipe Calderón Hinojosa

Raúl Abraham López Martínez

El año 2006 se encuentra marcado por el ilegitimo acceso al poder de Felipe Calderón Hinojosa y sus respectivos aliados. El costo de esta forma poco democrática de apoderarse de la presidencia no lo han pagado precisamente los que llevaron a la cúspide a este terrible personaje. Desafortunadamente la factura de la ilegitimidad la encontramos pagando la mayoría de los mexicanos.

Este pago de factura se traduce en el desmantelamiento gradual de la cohesión social entendida como “la relación dinámica que se establece entre mecanismos de inclusión y de exclusión social, como los que proporciona el sistema político, y las respuestas, percepciones y disposiciones de la ciudadanía frente a la forma como operan estos mecanismos. Dichas percepciones reflejan: grado de confianza, adhesión y respaldo al sistema político, y aceptación de la estructura socioeconómica; refuerzan la acción colectiva y sientan bases de reciprocidad en el trato. La falta de cohesión social está asociada con la desaparición de lazos tradicionales y con la consecuente formación de vacíos en la interacción social, con el agravamiento de desigualdades, el surgimiento de identidades autorreferidas, una racionalización económica exagerada, el individualismo exacerbado y el debilitamiento de lo público.” (Comisión Económica para América Latina).

Dentro de los principales mecanismos, de inclusión y exclusión, que la actual coalición gobernante implementó desde la llegada de Calderón a Los Pinos se sintetiza en la “declaración de guerra” contra el narcotráfico.

El principal propósito de esta declaración de guerra fue el de intentar arropar a Calderón de una legitimidad que no logró obtener en las elecciones de 2006.

En términos políticos este es el genuino trasfondo de una guerra que ha costado la vida de miles de mexicanos.

En el momento que Felipe Calderón y sus asesores pusieron en marcha esta estrategia, esperaban lograr la neutralización de sus principales críticos, de manera especial la expectativa del calderonismo era minimizar la presencia política y mediática de Andrés Manuel López Obrador y de frenar las movilizaciones sociales que señalaban a Calderón como un espurio.

Para esto sirven los discursos políticos que invocan a la “guerra”, para silenciar a los críticos con el pretexto de que hay un enemigo que amenaza la paz y la estabilidad del reino.

Otro objetivo que se persigue al invocar el pretexto de la “guerra”, es la construcción subjetiva de un “nosotros” y de un “ellos”.

Quedando enmarcado en el “nosotros”, a un conjunto de ciudadanos, empresas, políticos, medios de comunicación, que cumplen a cabalidad con la definición de “amigos” del gobernante impuesto.

En el otro grupo, en el de “ellos”, el gobernante va a etiquetar a las voces que se atrevan a cuestionar su presencia en el poder como aliados de esos enemigos que atentan contra el “orden”.

De esta manera ha estado operando esta estrategia para investir de una falsa legitimidad a Calderón Hinojosa.

Los costos de esta “guerra” han sido mayúsculos para el conjunto de la sociedad, se habla de más de 60 mil muertos en este sexenio, también se presentó un crecimiento de mexicanos que viven en pobreza, el asesinato de periodistas ha ido en aumento, y el espiral de violencia promovido por las instituciones públicas parece no tener fin.
Este es el fracaso de un modelo de nación que Calderón se ha dedicado a forjar. Una nación fragmentada por su desmedida ambición de poder. Una nación que en los dos gobiernos emanados de la derecha sólo ha beneficiado a unos cuantos.

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