jueves, octubre 20, 2011

Narcofosas, levantones, desaparecidos

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

El horror y la iniquidad padecidos por los mexicanos carece de antecedentes, supera toda proporción, no importa que se esfuercen por establecer analogías con la violencia con la cual se muere en Brasil, Colombia, Perú, Centro América o en algunos barrios estadounidenses, pues en ninguno de los lugares mencionados se dieron a la tarea de enterrar un autobús de pasajeros con todos adentro, como sí ocurrió en San Fernando, Tamaulipas.

No es una volada, ni deseo expreso de endilgarle al panismo más culpas o responsabilidades de las que puede administrar sin padecer en la consciencia. El hecho está documentado por José Reveles, reportero fiable que en su larga carrera sólo ha padecido un pronto de Gustavo Díaz Ordaz, pues nadie nunca ha podido desmentirlo, aunque inquietos e indignados se encuentren quienes son “encuerados” por su trabajo de investigación.

¿Qué se necesita para enterrar un autobús con todos sus pasajeros a bordo? Trascabo, palas mecánicas y complicidades, muchas complicidades, pues de qué otra manera puede trasladarse esa maquinaria sin que se note, cuánta tierra puede removerse sin que los lugareños se den cuenta, con cuánto silencio hay que trabajar para matar con tamaña saña a tanta gente.

El más reciente trabajo de Reveles, Levantones, narcofosas y falsos positivos, prologado por Edgardo Buscaglia, es muestrario de lo padecido por los mexicanos que habitan en las entidades del norte del país, en esa tierra de nadie donde desaparecer sin dolor es el menor de los problemas, pues también está documentado que los propietarios de los despojos encontrados en las fosas clandestinas de Tamaulipas y Durango fueron ejecutados con saña inaudita, ninguno murió a balazos, sino lentamente, a golpes, por asfixia, pero todos con un denominador común: no supieron por qué, como tampoco lo saben las autoridades cuya tarea era protegerlos, quizá únicamente estén enterados de las razones quienes determinaron cómo y cuándo debieron morir.

Sólo una discrepancia con Reveles. Él usa el término narcofosas. Creo que éstas no existen, son fosas clandestinas, los allí enterrados no son víctimas de los conflictos entre cárteles o entre sicarios de diversas organizaciones criminales. Me inclino más a la posibilidad de que dichas muertes obedezcan a la imperiosa necesidad estadounidense de inhibir la migración, legal e ilegal, a su territorio, y qué mejor argumento que la posibilidad, la casi certeza de que se puede morir en el intento, pero no de cualquier manera, sino ejecutado.

Antes, el año pasado, Reveles publicó Las historias más negras de narco, impunidad y corrupción en México, que recupera desde El Mocha orejas hasta La banda de La Flor. No hay cuento de terror, guión cinematográfico que se parezca a la terrible realidad por él descrita.

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