miércoles, octubre 12, 2011

Efectos psicológicos de la guerra al narco

Raúl Tortolero

Es absurdo que midamos la gravedad de una guerra por el número de muertos que arroja, sean quienes sean. Hoy algunos conteos suman ya cerca de 50 mil asesinados en lo que va del sexenio. Un sólo asesinato ya es demasiado, y claro, que haya 50 mil es signo no sólo de un país depredado por la egolatría del crimen, sino de que el Estado ha perdido hace mucho el monopolio de la violencia legítima que debería ostentar. Pero, por supuesto, detrás de los 50 mil muertos hay millones de daños que no han sido publicados. Si ha sido posible que 50 mil personas mueran en este país es porque antes han muerto, perdieron vigencia, criterios, apreciaciones, acuerdos, costumbres, pactos, valores, que servían como referente para mantener un país en concordia, en paz.

Los 50 mil muertos no han sido asesinados por un solo cártel, o por las autoridades. Un cruce extraordinario de luchas de poder territoriales ha hecho posible este caos. No nos engañemos: la sociedad mexicana es la que ha creado las condiciones de este fenómeno agobiante y penoso. Así que el problema de fondo no está ciertamente ubicado en los cárteles, ni en los gobiernos, sino en el seno de la sociedad mexicana. ¿En dónde?

Si tuviéramos una guerra entre el gobierno y una poderosa guerrilla, todo podría explicarse en términos de dos pensamientos opuestos, de dos roles, de dos modelos de vida que chocan entre sí, y que reciben apoyo -uno y otro- de la sociedad de forma parcial.

Pero ése no es nuestro escenario. Aquí, por decirlo de manera maniquea, reduccionista, pero bien clara al fin, se trata de una supuesta guerra “entre el bien y el mal”…

Sólo que hay un problema. Que el representante en esta obra de teatro del “bien”, está bastante infiltrado, mezclado, con el “mal”. Y que el “mal” está compuesto, en un porcentaje altísimo, por gente que en teoría representa al “bien”, como políticos, diputados, gobernadores, jueces, ministerios públicos, policías, empresarios, taxistas, estudiantes…

Por eso es que esta guerra no termina. Porque pelea gente “buena que no es tan buena”, contra “gente mala que no es tan mala”… Es una paradoja real del México actual. Es una guerra, como todas, fraticida. Nadie es ejemplo de una moral bien clara. Nadie representa el bien de forma auténtica. La crisis empieza por los gobernantes. Sin duda.

Los cárteles representan la especialización del beneficio para unos pocos, a costa de quien sea, a costa de los enemigos particulares, a costa de la sociedad en su conjunto y del bien común. Son proyectos del egoísmo en su máxima expresión de violencia. Exactamente como un virus agresivo que podría llegar a aniquilar el cuerpo que habita.

Pero si hay gente que se une todos los días a un cártel-virus, es porque la sociedad-cuerpo ha descuidado su formación, su educación, su integración.

Sólo quienes jamás tuvieron oportunidad de integrarse a una conciencia de comunidad, que les apoya y que ellos apoyan, son “carne” para los cárteles. Esta situación es cotidiana, lo cual habla de un claro fracaso de los mexicanos como unidad.

Si hay 50 mil muertos en esta guerra, y este número es la punta del iceberg, la punta visible, la cara impresentable, podemos calcular lo que no es aparentemente tan notorio, los daños comerciales, educativos, políticos, sociales, y sobre todo, psicológicos, del peor evento en México en décadas.

Creo que nadie aún ha hecho el corte de caja más allá de los muertos. Pero me queda claro que esta guerra, que está lejos de terminar, dejará cicatrices, traumas, por décadas. Sólo pensemos en los miles de cierres de negocios en al menos 10 entidades, el cierre de escuelas en ciudades importantes y turísticas, los huérfanos de cientos de familias de las Fuerzas Armadas, los huérfanos de miles de policías federales, estatales y municipales, los huérfanos de víctimas “colaterales” inocentes, los inocentes huérfanos de los sicarios, las viudas de todos los asesinados, las familias que no conocen el paradero de sus desaparecidos, los periodistas asesinados, sus familiares, amigos y compañeros, y además, las lesiones graves a la libertad de expresión, la desconfianza en las policías, en gobernadores, secretarios estatales, procuradores, ministerios públicos, los diputados, en los alcaldes, regidores, síndicos… los desplazados a otros estados o países… la fuga de capitales…

Y más aún, los daños psicológicos a toda la gente de bien. El sentimiento de inseguridad al caminar por las calles, al viajar en camiones en las urbes, en taxis que quizá sean narcomenudistas o “halcones”, al usar cajeros automáticos, al ir a una disco o antro… al rondar por la colonias en las noches, las sospechas y el miedo a los boleros, a los meseros, a las prostitutas, a los cajeros… a los vehículos con vidrios polarizados, sin placas… el miedo simplemente a toda camioneta de lujo, a las Hummers, a las Cheyenne, a las Lobo, a las Suburban… a viajar en carretera…

El miedo bien fundamentado y razonable a ir a Acapulco, Chilpancingo, a Cuernavaca, a Torreón, a Saltillo, a Monterrey, a Cd. Victoria, Matamoros, a Cd. Mante, a Reynosa, a Tampico, a Chihuahua, a Cd. Juárez, a Culiacán, a Mazatlán, a Badiraguato, a Los Mochis, a Tijuana, a Veracruz, a Zacatecas, Valparaíso, Fresnillo, Calera, San Luis Potosí, la Huasteca completa, Monterrey y municipios conurbados, a Huixquilucan… a Michoacán completo…y un largo etcétera.

Miedo a ir a la escuela… miedo a ir al trabajo… miedo a conocer gente nueva… miedo a que cualquiera sea narco, lavador de dinero… miedo a ser secuestrado, extorsionado, a ser mutilado, a sufrir una violación, a ser involucrado en un crimen… miedo a que se cumplan las amenazas de los extorsionadores, miedo a que explote una bomba en el transporte público, en un mall, miedo a que los políticos resulten narcos… miedo a que nuestros hijos se enreden con el mal… a que “levanten” a nuestros hijos, hasta por error…

El índice de consultas psicológicas y psiquiátricas a raíz de esta guerra ha crecido en todo el territorio. El miedo, la angustia, la zozobra, la depresión, la desconfianza, la falta de esperanza, de fe, de entusiasmo, de expectativas, de seguridad… la irritabilidad, el insomnio, la neurosis, la psicosis… ¿Qué hace el gobierno para contrarrestar todo este descompuesto panorama de la psicología de la población?

Acabar con el narco es obvio que no es una cuestión sólo de desarticular a numerosos grupos armados. Ni siquiera es sólo un asunto de combatir sus finanzas y dejarlos fuera de combate, sin dinero.

Hay aspectos profundos mucho más atrás de la operatividad de los grupos del crimen organizado. Que no se están atendiendo. Y no son sólo, claro está, pertinencia de los gobiernos, sino de las familias, de las escuelas, de las iglesias, de las ong´s, de las sociedades de vecinos, los sindicatos, los partidos políticos, de los artistas, de las televisoras y sus programas, de los medios en general, de los escritores y periodistas… de todos un poco, o un mucho, pero de todos al fin…

En el fondo, el concepto clave es combatir el egoísmo, el beneficio individualista o de grupo, por encima del bien colectivo, del bien común. Para echar atrás este acendrado pensamiento, habrán de hacer falta ejemplos heroicos, mártires incluso, que estén dispuestos a sacrificarse, por el bien común. Personas simples y sabias, sin asomo de duda sobre su actitud, gente sin mancha, gente impecable, generosa, buena, elevada… Gente austera, transparente, sencilla, educada, generosa, noble…
Ellos serán, sin duda, a la postre, los nuevos héroes de la Patria. Brillarán, anónimamente en su mayoría, por encima de este muladar.

Porque, por ahora, este país ha dejado de ser habitable…

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