lunes, septiembre 26, 2011

Zedillo, siervo de EEUU

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

La huella de Ernesto Zedillo en el anecdotario popular es inmodificable: el no cash man es fiel a él mismo, ahorra incluso en las palabras, no las encuentra o no las sabe, pues no podrá explicar su comportamiento, su compromiso, su proceder y responsabilidad en la matanza de Acteal.

El tema de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los gobernantes resulta opaco, porque hay testigos pero se carece de pruebas, o viceversa, cuando los testimonios ceden ante el miedo o la codicia. En cuanto a conocer del mecanismo racional que determina esas decisiones cruentas desde el poder, quienes las toman siempre argumentan, para autojustificarse, las razones de Estado.

Se fortalece la idea de que Ernesto Zedillo recorrió la ruta larga para lograr su único, verdadero objetivo en la vida: vivir en Estados Unidos, ser miembro de los directorios de los consorcios y servir a los estadounidenses. Para lograrlo tuvo que convertirse en Presidente Constitucional de México. Hoy, dadas las características ideológicas y puritanas de sus patrones, es muy posible que su sueño sea convertido en añicos, pues qué alumno de Yale quiere tener como maestro a quien está acusado de tamaña monstruosidad; qué magnate quiere tener a su lado, o en frente y en sesión de Consejo a tal personaje, acusado en Estados Unidos por crímenes de lesa humanidad cometidos en México.

En cuanto saltó la liebre zedillista en un juzgado de Estados Unidos, un culto, inteligente y estudioso corresponsal, me hizo llegar un correo del que transcribo lo medular: “En aquellos días (1997) era asesor externo del secretario de Gobernación. Mi amigo Giovanni Zenteno se desempeñaba como secretario de Hacienda del gobierno de Chiapas. Habrá sido quizás a principios del mes de octubre de ese año cuando me habló por teléfono y me dijo que le urgía verme; se encontraba en la ciudad con una agenda muy cargada y el único momento adecuado para encontrarnos fue hacer una cita en el aeropuerto antes de que tomara su vuelo de regreso a tierra chiapaneca. Giovanni es un hombre sensato y profesional, así que un llamado de urgencia suyo lo tomaba muy en serio.

“En nuestra reunión en un café del aeropuerto fue al grano, tenía conocimiento de cómo estaba creciendo el conflicto entre indígenas en la zona de Los Altos. Se quejó de la poca atención del gobernador (Julio César Ruiz Fierro) al problema y me encareció para que le informara al Secretario acerca de un inminente estallido, ya había habido varias muertes, ‘se está cocinando ahora una masacre’, dijo. Además de su puesto, él era oriundo de la región y me quedó claro que conocía del asunto. Me entregó unos documentos que podían servirme. Conocía bien a Giovanni, un hombre preparado, honesto, exitoso, con una linda esposa universitaria. No ocultó su preocupación, la cual me contagió.

“Revisé los papeles, se relataba muy bien la disputa por la mina de Majomut, incluía copia de actas ministeriales sobre asesinatos cometidos por zapatistas y un reporte de la creación de grupos de autodefensa antizapatistas. Él me dijo que los odios habían crecido y que las vendettas se podían transformar en fuertes enfrentamientos o incluso venganzas en gran escala. Recientemente yo había discutido en una reunión con asesores de Gobernación al exponer mi punto de vista acerca de un urgente desarme regional en Chiapas, me refería a la zona norte donde operaba la milicia zapatista Abu Xu enfrentada al grupo Paz y Justicia. Algunos de estos asesores me callaron diciendo que esto no era posible por la ‘ley de amnistía’ que le permitía a los zapatistas, según ellos, andar armados.

“Así pues, ya tenía yo una postura sobre el tema, pero lo de Giovanni era la descripción anticipada de algo muy fuerte. Con el material en la mano preparé unas tarjetas, lo más sintéticas, objetivas y, al mismo tiempo, dramáticas posibles. Armé con el material un expediente anexo y lo entregué en la oficina del secretario, encareciendo al secretario particular de que se lo diera con carácter de urgente.

“Años después supe que, con base en distintas fuentes de primera mano, el secretario de Gobernación había informado del problema al presidente Zedillo, quien optó por la indiferencia basado en su tesis de que a los zapatistas había que dejarlos se pudrieran solos y, por lo tanto, para lograr eso no se debería hacer nada.

“Cuando grabé el documental La cara oculta del zapatismo, se recogieron testimonios de los asesinatos y las arbitrariedades de los zapatistas en Los Altos, particularmente en el municipio de Chenalhó, que fueron creando el conflicto, también de la indiferencia de las autoridades. Por supuesto, el grupo que cometió esa masacre contra gente indefensa no tiene perdón, pero se sabe que los milicianos zapatistas huyeron al monte y no defendieron a esa comunidad que se encontraba rezando porque ya sabían del ataque inminente; ¿por qué se fueron los milicianos zapatistas, por cobardía o por qué? Lo peor fue la omisión de las autoridades competentes, estatales y federales”.

Todo esto volverá a ventilarse en un juzgado estadounidense. Desde el punto de vista legal, es muy posible que nada ocurra a Ernesto Zedillo Ponce de León. No será así con su entorno social y profesional, que será una manera para hacerle pagar todas las que hizo.

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