miércoles, septiembre 14, 2011

El discurso ardió en Casino Royale

Rubén Cortés

La exigencia del PAN para que renuncie Fernando Larrazabal, alcalde panista de Monterrey, es una jugada política de tres bandas, ese término del billar que consiste en una ejecución bella y espectacular, que exige mucha paciencia y horas de dedicación.

Pero será difícil que lo consiga el partido gobernante, en el cual la operación y la coordinación políticas dejaron de ser fuertes desde que Diego Fernández de Cevallos y sus discípulos dejaron de ser actores en el partido.

La jugada busca:

1.- Una respuesta a las presiones de los hombres más ricos de Monterrey, Adrián Sada (Vitro), Armando Garza Sada (Alfa), Eduardo Garza (FRISA), Enrique Zambrano (Proeza), Eugenio Garza Herrera (Xignux), Federico Toussaint (Lamosa), Francisco Garza Zambrano y Lorenzo Zambrano (Cemex), José Antonio Fernández (FEMSA) Ricardo Martín Bringas (Soriana) y Tomás González Sada (CYDSA10), y presionar al PRI a deshacerse del gobernador Rodrigo Medina.

2.- Permitir al PAN retomar los ataques al PRI como símbolo del “pasado” que generó la fuerza descomunal alcanzada hoy día por el crimen, y contra su dirigente, Humberto Moreira, por la “deuda” acumulada como gobernador de Coahuila.

3.- Acotar los daños a la imagen de Ernesto Cordero, pues Larrazabal es el operador en Monterrey de su campaña para la candidatura del PAN a la presidencia en 2012.

En este contexto, es improbable que haya sido fortuita la declaración del Presidente: “Si un alcalde o gobernador es malo, tiene que acabar su carrera política… que lo corran”.

Sí, sería una “tres bandas” bella y espectacular, pero con malos jugadores, pues Larrazabal mandó a volar al líder nacional, Gustavo Madero, quien le pidió dejar el cargo.

Porque el alcalde tuvo una ocurrencia digna de La ley de Herodes: convocará una consulta ciudadana para definir si pide licencia porque su hermano recibía miles de pesos de dueños de casinos en la ciudad que él gobierna.

Pero su daño al PAN y al Ejecutivo no se los quita nadie, pues anuló el discurso oficial que atribuye al pasado priísta el actual auge del narcotráfico: ese discurso acabó con las cenizas del Casino Royale.

Porque demostró que la complicidad y la extorsión casinos-crimen es de un gobierno panista, el de Larrazabal, integrante de una red panista que recibió aportaciones electorales a cambio de favores al narco, según Estados Unidos.

Y el fenómeno de sembrar el terror, como el incendio del Casino Royale, no viene del pasado: es una mutación criminal del presente y sus juicios son actualísimos.

Además, la voluntad para atrapar a los autores de la masacre fue del gobernador priísta: en tres días detuvo a cinco.

Así que el PAN debería castigar a Larrazabal, no sólo por corrupción, sino por destruirle al gobierno el discurso del “pasado”.

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