martes, agosto 02, 2011

Poder y saber gobernar

Antonio Navalón

Todo lo importante tiene una base sencilla que no quiere decir simple. La política es el arte de lo posible.

Alejados por la fuerza de la realidad de una etapa tan negra, desesperanzada y complicada como la que hemos vivido en los últimos años, ahora tenemos pendientes que resolver y tareas concretas que llevar a cabo.

Los partidos políticos con independencia de que ocupen el tercer, segundo o primer lugar, y del número de senadores y diputados que tengan, deben empezar a dirigir su trabajo político hacia la búsqueda de la gobernabilidad.

Durante el salinismo, el zedillismo y hasta la oportunidad perdida de la alternancia pacífica de Fox, tuvimos como espejo el modelo manoseado español. No había político mexicano que se preciara de serlo, que no hubiera dicho por lo menos tres veces: “pactos de La Moncloa”. Naturalmente, España tenía una problemática muy diferente a la nuestra, porque en los últimos 50 años México no sufrió una dictadura militar como el franquismo.

Los mexicanos nos hemos conformado con exigir que no nos roben el voto, somos un pueblo poco demandante de resultados de nuestro gobierno: mayor eficiencia, seguridad, empleo, mejor educación y seguridad social.

Se nos puede prometer lo que sea y no cumplirnos sin que pase nada. Ha desaparecido de la vida política mexicana un concepto fundamental: los resultados.

Peña Nieto inevitablemente estará cada vez más presente ahora con su ceremonia del adiós al Estado de México. Después estará ocupado, quizá, con la bienvenida al país en conjunto. Me parece importante que si de verdad cumplió los 600 compromisos que prometió, se tome de ejemplo para algo elemental como el decir: “yo le voto, pero usted me cumple y si no lo echo, protesto y ocupo la calle”.

En cualquier caso, la gran lección de 2006 fue que ya no es posible que no estemos alertas y aceptemos una presidencia irrebatible. Aunque necesitemos a un presidente, el país se gobierna desde la política, y ésta ha ido desapareciendo.

Así, la tarea de limpiar la mancha de la sangre de la guerra-no guerra se basa en construir el pacto de la gobernabilidad que incluye saber que aunque sea muy popular el próximo presidente también es posible que tenga una debilidad parlamentaria que provocará que aunque sean muy legítimas las ambiciones de siete, 70 o 700 aspirantes en el PRI, PAN o PRD se construya hacia adentro una estructura que permita que el próximo mandatario gobierne a su propio partido para poder después gobernar el país.

Ya no debemos tolerar que —como es legítimo que todos quieran ser presidentes, aunque nadie haya explicado para qué— los candidatos olviden que su obligación es garantizarnos la gobernabilidad en un país que hoy la ha perdido.

El problema que tienen el candidato (¿?) panista, Peña Nieto si finalmente es investido por el priísmo y López Obrador es demostrarnos que, además de llegar a Los Pinos, saben cómo, con qué y para qué van a gobernar.

¿Van a gobernar pasando por encima del Ejército como hizo Calderón? ¿Van a gobernar gracias al senador Beltrones, como se ha podido hacer a pesar de la debilidad extrema del aparato político y con independencia del número de diputados que asistan a San Lázaro?

No sólo nos deben dar lo que prometen, asimismo debemos pedirles que sepan ser políticos y eso significa que sean capaces de hacer alianzas y tengan la habilidad para darnos un país donde ellos hagan su tarea y nosotros podamos volver a confiar en ellos.

Hoy los políticos son un mal necesario. Solamente aquel que tiene un problema grave se quiere dedicar a eso. Sin embargo, los políticos deben recordar que hay que gobernar y que, como dice el slogan priísta de su actual presidente, “o sirven para servir o no sirven para nada”.

P.D. Y Marcelo cogió su presupuesto. El problema nunca fue Ebrard, el problema es López Obrador. Marcelo enseñó los dientes, aunque aseguró que no es contra nadie. Busca el 40% de “independientes” que en México han hecho posible el milagro democrático. Para llegar a una guerra tan desigual no tendrá más remedio que cortar el grifo del presupuesto (bis) de López Obrador.

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