martes, agosto 02, 2011

Obama engaña

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Algunos de los presidentes estadounidenses, los que con su labor, imaginación y empeño se transformaron en hombres de Estado, dejaron escuela. Posiblemente uno de los más destacados fue Franklin D. Roosevelt. Como político fue ave de tempestades, hasta que la muerte lo visitó el 12 de abril de 1945. Fue él quien motivó a sus gobernados para ir a la guerra.

Hoy, Barack Obama procede de idéntica manera. Crea y motiva elementos de distracción, con el propósito de que los problemas reales de su país no sean sujeto de análisis. Su verdadero desafío interno, el que quedó determinado en la manera en que el Tea Party negoció o impuso el techo de endeudamiento y el destino de los derechos civiles -porque lo que también está en juego es una reelección envuelta en consideraciones raciales-, fue escondido detrás del imaginario colectivo que elije un enemigo común: los que se iniciaron como violentos sicarios de los barones de la droga mexicanos, señaladamente los “Z”, hoy identificado como cártel.

Dichos narcotraficantes, que lo mismo actúan como sicarios, mercenarios o grupo de paramilitares, quedó convertido en objetivo de las nuevas órdenes ejecutivas de la administración del presidente de Estados Unidos, que buscan limitar el poder de penetración de algunas de las redes criminales internacionales más peligrosas o violentas.

La orden ejecutiva emitida el último 25 de julio, se inscribe en la nueva Estrategia contra el Crimen Organizado Transnacional; prevé -de idéntica manera a como lo determinó la administración de justicia mexicana, sin llegar a la extinción de dominio, que de acuerdo a las circunstancias puede ser un abuso- el congelamiento de los bienes que individuos de estas organizaciones puedan tener en Estados Unidos, así como cualquier transacción con ellos. Barack Obama calificó a Los “Z” como una “inusual y extraordinaria amenaza a la estabilidad de los sistemas políticos y económicos internacionales”.

El presidente de Estados Unidos, como Roosevelt, aprendió a mentir sin que siquiera se le moviesen las pestañas. En el esfuerzo por crear y dar identidad a un enemigo común de su pueblo y de los esfuerzos de la globalización, necesita ocultar que su reelección estará determinada por dos temas: el racial y el económico.

El asunto de los derechos civiles va de la mano con el de los derechos humanos. Debió haber cerrado Guantánamo y resuelto lo del Acta Patriótica, con el propósito de no luchar en dos frentes. Al regresar a los presos de Guantánamo el derecho a la vida, y al resolver en el Congreso el dilema anticonstitucional del Acta Patriótica, hubiese cerrado el paso al racismo. El problema económico es de índole filosófico, porque es la confrontación de su concepto de Estado y la idea que los padres fundadores de Estados Unidos se hicieron del destino de su nación, contra las exigencias de la globalización, cuyas consecuencias salieron a la superficie con la crisis de 2008.

Tim Weiner, premio Pulitzer 2007, deja escrito en el epílogo a su obra, lo siguiente: 'El mundo está empezando a dudar de la base moral de nuestra lucha contra el terrorismo', ha advertido Collin Powell… '¿Cuál es la mayor amenaza a la que hoy nos enfrentamos?' -se preguntaba recientemente el general-. La gente dirá que es el terrorismo. Pero ¿hay algún terrorista en el mundo que pueda cambiar el modo de vida o el sistema político de Estados Unidos? No. ¿Puede echar abajo un edificio? Sí. ¿Puede matar a alguien? Sí. Pero ¿puede cambiarnos? No. Solo nosotros podemos cambiarnos… Lo único que de verdad puede destruirnos somos nosotros mismos. Pero no debemos hacernos eso, ni debemos utilizar el temor con fines políticos, asustando de muerte a la gente para que te vote, o asustando de muerte a la gente para que podamos crear un complejo industrial de terror.

Pensar en que los “Z”, los barones de la droga y el tráfico de estupefacientes son un peligro para Estados Unidos, es algo más que un despropósito. Para ellos el trasiego de toda sustancia ilegal, la industria de las armas y el trabajo ilegal son parte sustancial de su proceso económico, de allí que como se señaló ayer, hayan decidido hacerle llegar a Joaquín El Chapo Guzmán las armas del operativo Rápido y furioso, pues este mexicano trabaja en beneficio del poder estadounidense.

¿Qué pensar, cuando en un esfuerzo por resolver las contradicciones internas de su gobierno, evitar el perfil racial de la embestida en su contra, y determinar, de una vez por todas, que sí y qué no es bueno de la globalización para su economía, Barack Obama sostiene que “estas organizaciones se han convertido en entidades cada vez más sofisticadas y peligrosas para Estados Unidos; están cada vez más arraigadas en las operaciones de gobiernos extranjeros y en el sistema financiero internacional, debilitando instituciones democráticas, degradando el estado de Derecho y minando los mercados”?

El presidente estadounidense engaña y se engaña él mismo. El futuro de su nación no será influenciado ni determinado por la violencia de la guerra mexicana contra la delincuencia organizada -esfuerzo bélico alimentado por la política de seguridad nacional de Estados Unidos-, sino por la manera en que se resuelvan sus contradicciones económicas, raciales y sociales exacerbadas por la globalización, incluso exigidas como tributo a la desaparición del concepto de Estado y de la idea de nación, para ceder la cohesión nacional o el nacionalismo, a esa “solidaridad” y disciplina determinada por las corporaciones industriales, comerciales y financieras. Lo demás, es la lechuga de la ensalada.

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