miércoles, agosto 31, 2011

Entre el terror y la náusea

Ricardo Rocha / Detrás de la Noticia

El crimen múltiple da escalofrío. Lo que hay detrás da asco. Primero, horroriza no sólo la estadística de los 52 muertos, sino su infierno de llamas y humo. Pero, sobre todo, llena de rabia el saber que una tragedia así era absolutamente evitable. Y no hablo sólo de las cerradas salidas de emergencia. No. Lo que hay que discutir son las que, en estos años recientes, generaron un escenario tan violento y maloliente: “Señoras y señores, con ustedes ¡el terror!”.

Ya el propio presidente Calderón calificó de “verdaderos terroristas” al grupo de criminales que estremeció Monterrey, sacudió a la nación y escandalizó al mundo. Así que se reconoce ya una etapa de colombianización a la mexicana en la que el terror puede estallarnos en la cara en cualquier lugar y en cualquier instante. Con la diferencia de que allá el Gobierno estaba consciente de librar una durísima batalla y el de aquí insiste en que vamos ganando la guerra. Aunque a ese optimismo oficial se opongan las cifras y datos incontrovertibles: 50 mil muertos, 30 mil desaparecidos, más de 100 mil desplazados y un México secuestrado por el miedo.

Pero lo que provoca no sólo indignación sino náuseas extremas es la cadena de corrupción y complicidades que se inició con Vicente Fox como presidente y Santiago Creel en Gobernación. Ambos repartieron 450 concesiones de casinos a diestra y siniestra, siempre buscando una complicidad con los poderes fácticos y sin importarles el terreno minado que estaban sembrando.

¿O de verdad nadie le dijo a Felipe Calderón que los casinos, además de esquilmar a los jugadores –sobre todo mujeres–, son las grandes lavanderías de los cárteles de la droga, que llegan con maletas de billetes sucios y salen con cheques limpísimos luego de un moche de 15%? ¿Qué son, por eso, territorios disputables a sangre y –como se vio– fuego?

Hay, además, gravísimos daños colaterales que se añaden a la violencia nuestra de cada día. El más alarmante es un México dividido y hasta confrontado: de un lado los “patriotas” que se suman sistemáticamente a todas las decisiones oficiales y ahora piden que se intensifique la guerra y se aprueben las reformas a la Ley de Seguridad Nacional, tal cual la envió el Presidente; del otro los “apátridas” que hemos cuestionado el método oficial –que nunca ha llegado a estrategia– y esa propuesta de ley que lo único que pretende es legitimar la militarización del país.

Yo, la verdad, no creo que la espiral de violencia se vaya a detener con el envío de otros 3 mil federales a Nuevo León ni con la aprobación fast-track de una ley más que cuestionable, ni siquiera con la desconexión efectista de miles de maquinitas esquilmadoras. En cambio, sí ayudaría que el Gobierno nos diga quiénes y en qué proporción se benefician con los casinos de este país, con toda su cauda de corruptelas. Y luego tener el valor –como lo tuvo Lázaro Cárdenas en su tiempo– de cerrarlos y convertirlos en escuelas. No sobraría tampoco anteponer la inteligencia a la violencia no sólo para desarticular financieramente a los grandes capos, sino para limpiar la casa detectando, expulsando y juzgando a quienes en nuestros órganos castrenses, policiacos y de justicia están en la nómina del narco.

En cualquier caso, y como acaba de exhortar el rector de nuestra UNAM, es urgente un acuerdo nacional contra el crimen organizado en el que participen todos los poderes y los grupos ciudadanos. Y yo añadiría que el único eje convocante posible en estos momentos es el propio documento emanado de nuestra UNAM: una Propuesta sobre Seguridad y Justicia en Democracia que es la única alternativa realmente integral, que ha sido muy bien recibida por legisladores de diversos partidos y que no merece el menosprecio interesado de algunos, por el hecho de provenir de una escuela pública, aunque se trate de la más alta del país.

Ojalá no sea el caso del presidente Calderón, quien argumenta el seguimiento puntual del crimen múltiple de Monterrey para posponer la anunciada reunión con el rector Narro. Y yo que había pensado que ese encuentro era más necesario que nunca.

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