lunes, agosto 22, 2011

¿En dónde está la maldita seguridad?

Juan Bustillos / Sólo para iniciados

Centenares de personas presas por el pánico invaden el campo de futbol de Torreón, Coahuila, a causa de un cruce de fuego entre criminales y policías en las afueras del estadio TSM ‘Corona’; algunas de las instalaciones sufren el impacto de balazos provenientes quién sabe de dónde; jugadores y árbitros huyen despavoridos buscando refugio en los vestidores, y todo transmitido en vivo, en directo y a todo color por TV Azteca, desmiente el mayor de los mitos del comisionado Alejandro Poiré, el decimoprimero: México no es un país violento.

Por verdadero milagro nada hubo que lamentar en el estadio del equipo Santos’, a pesar de la estampida por minutos incontrolable de los aficionados, pero éste hecho que debemos celebrar no tapa el hecho fundamental: los mexicanos vivimos asustados.

El sonido de los balazos, que es posible identificar en el video de la transmisión de TV Azteca, fue suficiente para desatar el pánico. Los primeros en correr en busca de refugio fueron los jugadores; luego, el público buscó protección en el rectángulo de césped abandonado a toda velocidad por los deportistas.

El terror es evidente en cronistas y camarógrafos: “¡hay balazos! ¡hay balazos!.. ¿qué está ocurriendo?”, se preguntan los narradores. “¡Se escucharon algunas denotaciones... algo ocurre!”.

Un cronista recomienda a su compañero que “cubre” el campo: “Juan Carlos, resguárdate. ¡Sí, señor... muy desagradable”.

Otro cronista recomienda: “vamos a meternos”.

Los camarógrafos de “campo” corren con el público; las cámaras sin dirección graban el césped, pies corriendo, las gradas vaciándose, aficionados tirados en el suelo buscando refugio, los micrófonos reproducen los gritos de los niños. Una voz: “¡tranquilícense!”.

Un camarógrafo se percata del peligro de estar en el campo de juego por el frenético movimiento de la afición: “no mames, buey”, dice a su compañero, “vamos pa’arriba... ¿aquí qué hacemos, buey?”.

Una señora apura a su hijita “¡vente, Anita!, ¡vente!”.

El altavoz reproduce la fría voz del locutor oficial: “amables aficionados, les pedimos por favor permanezcan dentro del estadio”, mientras el camarógrafo dice a su colega: “¡se escuchó bien culero... siguieron jugando cuando ya habían empezado los balazos!”.

El locutor sigue con fingida calma: “El problema ya está controlado... por favor regresen a sus asientos... toda la gente acudir a sus lugares... retirarse del campo con calma y tranquilidad...”

Los cronistas, hay que decirlo, reaccionaron como debían mientras les permitieron narrar los hechos: “¡esto lo estamos viviendo en México... en Torreón ocurre a diario... es desesperante ver este tipo de cosas que están pasando en México... en la vida habíamos visto este tipo de cosas... qué desagradable situación estamos viviendo en todo nuestro país... somos rehenes de la delincuencia en nuestro país... dónde está la maldita seguridad... lo que estamos padeciendo por la maldita inseguridad...”

El comisionado podrá decir a la afición de Torreón, a los jugadores de Santos y Monarcas, a los árbitros y a cronistas y camarógrafos, que la inseguridad en México sólo es un mito.

Igual podrá decir a quienes no pudieron disfrutar los últimos días de vacaciones en el puerto de Acapulco, en donde los taxistas son degollados y sus cabezas aparecen en bolsas en la entrada del Maxitúnel.

Pero la inseguridad es sólo un mito más.

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