miércoles, agosto 10, 2011

Desaparecidos: cifra negra

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Hace tiempo las estadísticas dejaron de ser elemento del <>, de la rendición de cuentas y la transparencia, para convertirse en instrumento político de índole electoral, de la administración del conocimiento y la conciencia de la sociedad, en la idea de hacerla gobernable.

Cuando quienes hoy mandan se dieron cuenta de que la premisa nazi de la mentira una y mil veces repetida era convertible en verdad se cuestionaba, y además dejaba de ser fácilmente aceptable, decidieron redefinir el concepto y dotarlo de <> elementos que le regresaran la credibilidad: las estadísticas y las encuestas, supuestamente sustentadas en lo cierto, en lo probable y en la voz de integrantes de esa sociedad que empezó a reclamar cuentas claras. Hoy, como cuando Goebels tripulaba la conciencia de Alemania, las sociedades gustosas se tragan los resultados proporcionados por las encuestas y las estadísticas, pues éstas prácticamente se han convertido en instrumento de gobierno, de conducción de la opinión pública, son consideradas incuestionables.

The Wire, una serie de televisión que duró cinco temporadas, es muestra clara del uso que el alcalde y la policía de la ciudad de Baltimore dieron a las estadísticas, con propósitos políticos y electorales. ¡Claro! que maquillar esas cifras del delito, del crimen, de la violencia, no nada más es asunto de quienes las tienen en sus manos, sino de especialistas para hacerlas creíbles. ¿Quién, en su sano juicio, puede aceptar las cifras y declaraciones de Alejandro Poiré, cuando el presidente de la República, en su última visita a Michoacán advirtió, a quien quiera escucharlo, dado que su hermana es candidata al gobierno de esa entidad, que a mayor violencia, la respuesta de la autoridad será, también, más grande?

Es la declaración presidencial la que da un nuevo e irreflexivo impulso a la espiral de la violencia, porque en un país como México, la voz desde la Presidencia de la República tiene idéntico efecto a la voz que procedía de la zarza ardiente en lo alto del Sinaí. Acá, la voz de Felipe Calderón Hinojosa es ley, guste o no.

La otra fuente de investigación sobre las estadísticas en el crimen, son los textos de Rafael Ruiz Harrell, publicados en Reforma hasta que el inteligente jurista falleció.

Las cifras sobre los desaparecidos en México durante el sexenio de Felipe Calderón no son verificables, de idéntica manera como no puede tenerse certeza sobre el número de fallecidos como producto de la guerra <> contra la credibilidad del sistema y el modelo político y económico que sobrevive de milagro, por una sencilla razón: las actas ministeriales y las averiguaciones previas que certifiquen tanta muerte, así como la identidad de los asesinados, ejecutados o víctimas colaterales, son inexistentes.

No debe resultar extraño ni alarmante, que el director de investigación del Secretariado Internacional de Amnistía Internacional (AI), Javier Zúñiga, advirtiese que el país podría regresar o estar ya en una situación idéntica, en materia de violación a los derechos humanos, a lo ocurrido en las dictaduras militares del cono sur en las décadas de los 70 y 80, sobre todo por la supuesta responsabilidad de las Fuerzas Armadas en las desapariciones forzadas; también dijo que México está al borde de experimentar una represión sistematizada, con especial gravedad en los hechos probados por desaparecidos a manos de militares.

Zúñiga reconoce que en una situación de enfrentamiento y encono como la que se vive, la sociedad mexicana es susceptible de tolerar esas <> selectivas de los supuestos criminales, pero advirtió que esta actitud costó miles y miles de vidas y años de oscuridad en materia de derechos humanos en el cono sur; en México existe el peligro de que haya esa reacción de la población en demanda de seguridad y que, paradójicamente, esté en favor de la inseguridad creada por el Ejército, lo que “los puede llevar en una espiral descendente a un escenario muy preocupante”, sostuvo.

Lo cierto es que nadie tiene cifras confiables sobre el número de desaparecidos, porque los responsables no quieren atreverse a reconocer que son muchos más de las sumadas por las organizaciones no gubernamentales o los organismos de derechos humanos, ya no se diga de los números considerados oficiales y por ello ciertos, fidedignos.

En medio de esa incertidumbre circulan consejas, leyendas urbanas que dan por ciertas crueles modalidades de tortura, como el <>, consistente en dotar a una tabla larga, angosta y flexible, de puntas finísimas de clavos, para golpear nalgas y muslos.

O la usada para dejar ciegos a los secuestrados, o a los que tienen idéntico destino al de los gladiadores: la muerte, pero antes los impiden ver su realidad poniéndoles gotas de kolaloka en los ojos, para cerrarles los párpados, sean incapaces de ver su destino.

Y la más cruel, violenta y feroz, consistente en decir al secuestrado que para que no se sienta solo, deprimido ni mal, le llevarán una mascota. Entonces lo encierran con un tigre recién alimentado, ahíto, pero juguetón, por lo que mientras se lo almuerza o no, al desgraciado que está con la fiera, las garras le destrozan los músculos, con la advertencia de que la negociación terminará cuando el tigre tenga hambre de nuevo.

Desconozco si lo contado es verificable. Puede ser, repito, leyenda urbana, pero con credibilidad creciente dada la inseguridad que la sociedad tiene en su gobierno y en la protección del Estado.

Esta es la verdadera cifra negra de los desaparecidos: cada día se cree menos en el gobierno.

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