miércoles, julio 13, 2011

Poder Judicial y globalización

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Alegres, los gobernantes se montaron en la globalización concebida e impuesta por los poderes fácticos (¿los llamaríamos universales?) que determinan la dirección que han de seguir los Estados. Creyeron, o quisieron creer que era la solución a todos sus problemas de políticas públicas, de hambre, desempleo, humillación… sin detenerse a considerar los enredos para implementarla, sus consecuencias y las variables implícitas en cada origen étnico, nacionalidad o idea de patria que es necesario borrar, para que sea total.

Entusiasmados, asumieron que era un mero asunto de integración comercial y económica, sin detenerse a estudiar la manera en que es necesario superar las asimetrías existentes entre el Norte y el Sur. Me refiero a las que definen a una sociedad, una cultura, una civilización, señaladamente a lo que concierne a la administración patrimonial de los bienes, la seguridad jurídica, la socialización entre las diferentes clases sociales en un marco judicial y constitucional definido, determinado de acuerdo a la idiosincrasia y, en algunos lugares, de acuerdo a la fe.

Es el único, el auténtico choque de civilizaciones, pues de otra manera no puede comprenderse lo que sucede en el norte de África y la manera en que decidieron resolver el terrorismo islámico, al crear un marco legal de emergencia -en el Acta Patriótica-, al establecer cárceles fuera de territorio estadounidense, determinar la identidad de quiénes sí y quiénes no pueden o debieron ser secuestrados. Con una ingenuidad o una perversidad absurda, los ideólogos de la globalización, los teóricos de los poderes fácticos, se empeñan en creer que la cultura surgida de la fe del Islam, podrá quedar sujeta al dictum de la cultura judeo cristiana. Nunca ocurrirá.

Es en este contexto que los gobiernos de Vicente Fox, primero, el de Felipe Calderón, después, con la complacencia del Poder Judicial de la Federación, deciden borrar las asimetrías entre uno y otro de los sistemas de procuración y administración de justicia, lo que a pesar de los esfuerzos y las reformas constitucionales penales iniciadas, jamás podrá concretarse, incluso con la anuencia, sumisión o complicidad de los integrantes del Pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Para comprender y aceptar que borrar las asimetrías jamás sucederá, sólo es necesario poseer sentido común y conocer las características que determinan las nacionalidades, el sentido de pertenencia, e incluso la fe profesada por las distintas sociedades.

Veamos. Le pretensión de universalidad del catolicismo, que va más allá de la idea de globalización, nunca ha podido concretarse, aunque llevan poco más de dos mil años en el empeño. La globalización tampoco sucederá.

No ha ocurrido porque, como dice el proverbio, cada cabeza es un mundo, y en éste hay, por ejemplo, una idea generalizada de lo que es o debe ser la administración de justicia -meramente subjetiva, al contrario de la aplicación de la ley, sujeta a normas legales, códigos, constituciones, todo un marco de referencia que determina qué y por qué ha de procederse de tal o cual manera-, pero es imposible que se establezca una percepción única de cómo debe hacerse, a pesar del tonto esfuerzo para imponer los juicios orales, porque no es oralidad lo que se necesita para que los jueces, magistrados, consejeros y ministros sean transparentes y ajenos a la corrupción.

La oralidad únicamente significa ahorro, lo que no es sinónimo de transparencia, de justicia recta, de aplicación de la ley. Para que esto suceda, es necesario proceder como lo hizo Mariano Azuela Güitrón y tomar el toro por los cuernos, para que de igual manera a como en la Suprema Corte de Justicia de la Nación se determinó hacer públicas algunas de sus sesiones, los juzgados y tribunales trabajen de cara a la sociedad.

No es una aventurada hipótesis sobre la eficacia de hacer públicos los juicios, pues lo que exhibió a Héctor Palomares Medina fue precisamente que se filmó el juicio y se abrió el acceso al público.

Son estos dilemas los que tienen escindido a México en su camino hacia el futuro, en la toma de decisiones para entrar, de lleno, a la transición, que debe ser total, pues el modelo político en que se vive en el país no es funcional y está sistémicamente lesionado.

Por ejemplo, ese estúpido empeño de igualar, empatar o incluso subordinar los acuerdos internacionales en materia de procuración y administración de justicia, cuando quienes desean imponerlos no los cumplen en sus propios territorios nacionales, por un lado, y por el otro, cuando México todavía es multiétnico para cuestiones de administración pública y administración de justicia, y hay algunos millones de mexicanos que se rigen por sus usos y costumbres. ¿A ellos también se les impondrá un acuerdo internacional, por sobre sus usos y costumbres?

Si algo quiere hacer bien el Poder Judicial de la Federación en el tema de la oralidad, es corregir a tiempo y modificar el proyecto para rehacer la reforma en el sentido de hacer públicos los juicios y que todos, absolutamente todos, sean videograbados, para que puedan consultarse en caso de apelación, pues en muchas ocasiones dice más el lenguaje corporal que la palabra.

Nunca como ahora -cuando la estulticia de los gobiernos de Acción Nacional se convierte en pesada lápida para el futuro; cuando las pretensiones de la globalización aspiran a trascender lo económico para incursionar en el control del pensamiento, y cuando el Poder Judicial de la Federación procede con sencilla humillación- se hace clara la idea sembrada por el Demonio de Sócrates que hace lustros me acompaña: “Este siglo que apenas inicia -bajo la influencia de la crítica histórica del siglo pasado, de la manía biográfica, del psicoanálisis, de la obsesión por el 'secreto' y la globalización- se dedica con empeño a 'desenmascarar' a todo el mundo. Pero no se 'desenmascara' a un impostor, no se desenmascara a alguien que nunca ha pretendido ser otra cosa que lo que era. Pero precisamente ya no se concibe esa integridad ni, por lo demás, esa conformidad consigo mismo. Y tal vez ese tipo de fidelidad ya no sea, efectivamente, posible”.

Es el principio del fracaso de la civilización, o cuando menos de la idea de nación en torno a México y lo mexicano.

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