martes, julio 05, 2011

No es el narco, dicen

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

El ruido causado por las piedras arrastradas dentro del torrente de la realidad obliga a detenerse, buscar el asidero de la reflexión, porque de ser ciertas las hipótesis circulantes, las historias detrás de las fosas clandestinas, de las muertes a tubazos o por estrangulación, de la inexistencia de las actas periciales y averiguaciones previas que hagan constar cómo y por qué tanta muerte, así como la identidad y nacionalidad de los ejecutados, habrían de sumar a la sociedad a la opinión de quienes sostienen que es verídica la imposición, a raja tabla, del esquema de seguridad nacional estadounidense, y que el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa la cumple al pie de la letra.

No es asunto de conjurados y complotados, sino la posible confirmación de un murmullo pertinaz que desalienta, causa estupor y disminuye la permanencia de lo que permitieron que sobreviviera de la identidad nacional, de lo que en un mexicano pudo ser causa de orgullo y hoy es referente de la derrota.

Tony Garza y los filibusteros del Departamento de Estado la pescaron al vuelo, en medio de su propia confusión causada por el gobierno de George W. Bush y la entronización del Acta Patriótica por sobre el sentido común y la razón. México, país de paso hacia Estados Unidos -desconozco las estadísticas, pero por territorio mexicano llegan a la frontera norte una gran parte de los consumibles de los estadounidenses; me refiero a los recreativos y a los necesarios, a los migrantes legales e ilegales, como a la trata; a alimentos y petróleo, como estupefacientes y productos básicos para su industria y sus servicios- adquiere, debido al desaguisado legal para justificar el atropello de los derechos humanos en el mundo, la importancia bélica y territorial que necesitan los gringos para combatir al terrorismo.

En ese contexto, se determina liberalizar la venta de armas de alto poder, para defensa interna, y para que sirva a los diseños de su geopolítica de seguridad nacional, al armar a grupos que operen en territorio mexicano, y para hacer responsable a su gobierno de una política genocida para detener, en la medida de lo mediáticamente posible, a todo extranjero que sea considerado un riesgo, un peligro, una amenaza para su seguridad interna.

No se entiende de otra manera el que las policías municipales o estatales, o las autoridades migratorias, pongan en manos de los sicarios a los migrantes; por cierto, sicarios nunca totalmente identificados, siempre operando con complicidades, cubiertos los rostros, con tácticas militares, como si los desmovilizados de las guerras de Irak y Afganistán (los mercenarios contratados por los servicios privados obedientes a Dick Chaney) hubiesen sido enviados a limpiar la frontera sur de Estados Unidos, sin importar que operen más allá de su territorio.

Pero quizá lo más alarmante sea que, como lo apunté, Tony Garza y los filibusteros del Departamento de Estado la pescaron al vuelo, se sirvieron del conflicto poselectoral padecido por Felipe Calderón Hinojosa y toda la nación mexicana, para comprometerlo, venderle la idea de servir a los superiores intereses del Imperio, disfrazando el genocidio de latinoamericanos, fundamentalmente mexicanos y centroamericanos, de una cruenta lucha, guerra, enfrentamiento con los barones de la droga, armados ya hasta los dientes.

Digo, repito, lo grave es que el presidente constitucional de México les comprase el cuento -si así fue-, y que éste se las ingeniara para venderlo a sus gobernados, cuya mayoría y con todo desparpajo se muestra satisfecha y hasta contenta porque, al fin, alguien decidió ponerse al tú por tú con la delincuencia organizada, sin detenerse a pensar siquiera en que las cifras, las verdaderas, las reales, muestran que los malos vencen a los buenos.

Es cierto, hay más consumidores mexicanos, más exportación o trasiego de estupefacientes a Estados Unidos, más violencia, más muertos, más secuestros, trata, desaparecidos, pero el presidente Calderón, como el Maestro Limpio, arrasa con todo lo podrido, sin considerar tampoco que la corrupción y la impunidad de las autoridades, es la que facilita el éxito de los malos, pero muy malos.

Tengo en las manos la extraordinaria investigación de Yves Ternon, L’Etat criminel, les genocides au XX siécle. No tiene desperdicio. Si durante el primer gobierno de Acción Nacional consideraron convertir en genocidio las políticas públicas que condujeron al 2 de octubre y al 10 de junio, los analistas sólo tienen que cumplir con la obligación de detenerse a pensar e investigar lo que hoy sucede en esta aterida nación, y exigir, demandar, pedir que se hagan públicas y se permita el acceso a todo público para consultarlas, las actas ministeriales completas y sus respectivas averiguaciones previas, que documentan las muertes producto de la guerra al narco, incluidas las de las fosas clandestinas.

En el capítulo 6 de la obra referida, titulado Psicosociología del genocidio, hay un apartado referido a Los espectadores; es decir, todos los que no participamos de una política pública cuyo resultado es la muerte.

Apunta el autor: Queda el espectador –el Bystander, como lo califica Leon Sheleff. Con frecuencia, la mayoría de la población de un Estado criminal cierra los ojos y las ventanas y asiste pasivamente a la ejecución del genocidio. El testigo del desamparo del otro carga una pesada responsabilidad. Su indiferencia y su apatía contribuyen a crear el clima moral necesario a la perpetración del crimen. Aún sin riesgo, sin miedo a la persecución o sanción contra él y su familia, no manifiesta ninguna indignación… Más tarde, esos espectadores de un genocidio sólo tendrán conflicto con su conciencia y podrán argumentar ignorancia y la confusión con la cual el Estado, a través de su propaganda política, alimentó su razón, su espíritu.

Pero no, eso no puedo ocurrir en este México tan lacerado, tan Guadalupano, tan católico y tan cristiano, lo prueba el hecho de que comparto esta preocupación y nada ocurre, porque nada pasa, la política pública es clara, refiere a una guerra presidencial contra el narcotráfico, que reactiva la industria armamentista de Estados Unidos, pero de allí a entregarles a los mercenarios “gringos” a los centroamericanos, a los ilegales para que los maten, no es cierto, están de broma, ¿verdad?

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusta tu analisis, solo que olvidastes decir la pregusta y ¿tu que estas haciendo? ¿para cambiar la realidad de explotacion en la que nos tiene estos neoliberales de mierda? Mexico debe despertar de este letargo historico de estar de rodillas ante estos enemigos de la patria. ¡libertad!