viernes, julio 08, 2011

Mitos electorales

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Sorprenden las cifras y los comentarios en ocasión de la contienda electoral del 3 de julio último. Quizá el dato más importante, de mayor trascendencia, es el menos festinado, porque descobija las intenciones presidenciales en torno a su sucesión, desmiente a los augures del panismo, a las plumas compradas, a los analistas superficiales, por más esfuerzos realizados en el escenario michoacano y al norte de la república.

Sí, las elecciones fueron pacíficas, ajenas a la violencia de la guerra declarada por el presidente Felipe Calderón Hinojosa a la delincuencia organizada, lo que de inmediato fue registrado por los estrategas de su cuarto de guerra, porque si él no puede conservar el poder para el PAN inoculando miedo, en pésima copia a la estrategia de Ernesto Zedillo, intentará hacerlo con el uso ilegítimo del presupuesto, inmerso en el clientelismo electoral, porque de otra manera no se entiende el prematuro anuncio de la cancelación del ilegal y anticonstitucional impuesto a la tenencia de automóviles, ni su esfuerzo por sumarse a la lucha por el ahorro de energía, para lo que regalará focos a manos llenas.

Algunos considerarán que estiro la liga del análisis más allá de la razón y del sentido común, pero resulta que el sábado 2 de julio, 24 horas antes de la contienda electoral, en Babelia leí un excelente texto de Antonio Muñoz Molina, titulado Burocracia del crimen, en el que encontré lo siguiente: Necesitamos magnificar las causas de los hechos trágicos. Porque si algo es inaudito o atroz nuestra imaginación supersticiosa requiere que sus motivos estén a la altura de su resonancia: que los grandes estafadores o los mayores tiranos sean muy inteligentes y muy retorcidos, que los causantes de las guerras actúen empujados por formas extremas de maldad, que los peores crímenes respondan a conspiraciones muy organizadas. Nos espanta el horror, pero quizás nos espanta más todavía la sospecha de que quienes lo han desatado actuaran por motivos mezquinos o triviales, incluso con cierta distracción.

Necesitamos que las cosas hayan sucedido de acuerdo con algún plan grandioso, que haya proporción entre las causas y las consecuencias. Somos herederos de la idea cristiana de la predestinación y de la mecánica de Newton: si algo sucedió, era porque tenía que suceder, y el historiador ha de trazar la línea de puntos de sus causas, como el astrónomo calcula la órbita de un cuerpo celeste, o como el teólogo descubre con reverencia el plan divino. La posibilidad de la indeterminación, del azar, del caos, de que hechos muy graves se puedan desatar por una combinación casual de circunstancias mínimas, de proyectos fragmentarios, nos produce la misma desazón, en el fondo religiosa, de quienes no podían aceptar hace cinco siglos que la Tierra gira en torno al Sol.

Se lo aprendieron bien, lo han aplicado, pero deben tomar en cuenta que si la actual administración insiste en inocular miedo -¿pueden demostrar, judicial y pericialmente, que suman ya 40 mil muertos?- con el propósito de conservar el poder para Acción Nacional, Felipe Calderón corre el riesgo de que la violencia que él legítimamente puede administrar, por ser la encarnación del Estado -con fecha de caducidad-, se le salga de las manos y, entonces sí, además de suspender las elecciones pudiera darse el caso de que México se quede sin un gobierno legítimo.

Otro mito es el de una supuesta involución democrática, en la que los analistas consentidos por el PAN y los cortos de miras, ven como resultado inmediato al 3 de julio. ¡Vaya falsedad! Cuando los gobiernos de Acción Nacional se ven superados por la oposición, no encuentran manera de explicarlo, por lo que recurren a la impostura, la mistificación o, simple y llanamente a la mentira.

Si, como tituló Denise Maerker Salmón su texto, México está amenazado por una involución democrática, que nos expliquen, tanto el presidente constitucional de México, Felipe Calderón, como los consejeros del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, las plumas compradas y los analistas convencidos -porque los hay-, si no fue una involución democrática, como lo reconoció Vicente Fox, inclinar los votos en una elección inequitativa porque consideró necesario que Andrés Manuel López Obrador no llegara a la presidencia de este país; que nos expliquen también, como ya lo advirtió el citado tribunal, si no violó la constitución Felipe Calderón, al esforzarse por incidir en su elección intermedia, o en la de apenas el domingo último, falseando las cifras en la propaganda política de toda su obra de gobierno. Pero no, lo que los panistas y sus simpatizantes realizan es políticamente correcto, lo hecho por la oposición, además de aberrante, resulta ser un retroceso.

El colmo del desaguisado racional y analítico lo alcanza Andrés Manuel López Obrador, quien en un grito de rabia y resentimiento, afirma que es el regreso de Antonio López de Santa Anna, si en lo que va de hoy a julio de 2012, el PRI termina por hacerse con la Presidencia de la República; pero el caudillo tabasqueño es incapaz de ser autocrítico y ver en lo que ha convertido al Distrito Federal, que es una ciudad insegura, con pésimos servicios, salvo por el óvolo para los de la tercera edad y el aborto gratuito.

Otro mito es que Enrique Peña Nieto -tan sabe que no la tiene segura, que urge al PRI a que se defina, ya, para elegir candidato- puede considerarse, desde ya, el nuevo habitante de Los Pinos, porque así lo garantizan los 40 puntos porcentuales que Eruviel Ávila sacó de ventaja sobre Alejandro Encinas.
Festejan por anticipado sus partidarios, hay quienes se reparten los cargos o disputan por ellos, como Emilio Gamboa Patrón y Jesús Murillo Karam; otros, menores, se sienten embajadores en algún país europeo o en Argentina, y hay quien dice que ya sabe qué hará con Consuelo Saizar, una vez que lo hagan titular del Conaculta.

Que el PRI haya arrasado el domingo último, no significa que el camino a julio de 2012 sea para los partidarios de Enrique Peña Nieto puro coser y cantar, o que el maestro Humberto Moreira vaya a ser secretario de Educación Pública y la maestra Elba Esther Gordillo secretaria de Desarrollo Social.

No pueden, no deben olvidar que Felipe Calderón Hinojosa se conducirá como un animal político herido, que Enrique Peña Nieto no es su candidato externo; él, como Ernesto Zedillo pensó en Vicente Fox, piensa en un priista al que pudiese apoyar con los recursos del poder, y del Estado.

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