miércoles, junio 29, 2011

Morir en Tamaulipas

Gregorio Ortega Molina / La Costumbre Del Poder

Alejandro Gertz Manero, quien es hombre sensato y se desempeñó como funcionario probo, decidió invitar a un muy reducido grupo de periodistas al comedor privado del Secretario de Seguridad Pública, en la calle de Liverpool. El evento fue en marzo de 2001; en esa fecha comentó –se negó a dar el nombre del lugar- que había una población del norte del país donde la policía no podía funcionar, porque tenía prohibida la entrada.

Durante ese sexenio, a 50 días de iniciada la alternancia, Joaquín Archivaldo “El Chapo” Guzmán Loera, salió de Puente Grande por su propio pie, disfrazado de policía, pero no se precipitó la descomposición social que hoy, contra todo pronóstico, parece reconducir al gobierno a la autocracia y a la negación de las consecuencias de sus políticas públicas en materia de seguridad.

Lo que actualmente sucede rebasa los anuncios de los augures, revela aspectos de las consideraciones políticas que determinan las decisiones del presidente Felipe Calderón Hinojosa. Todo indica que la solidez macroeconómica y la cifra récord de las reservas, en nada sirven al gobierno para darle solidez e independencia ante las pretensiones geopolíticas y de seguridad nacional de Estados Unidos, por lo que el futuro de México parece necesitar ajustarse a lo determinado por las necesidades del Imperio y las de los poderes fácticos.

Con el cambio de estafeta, con la llegada de una segunda administración panista, la impericia y la realidad decidieron pasar factura, sobre todo en lo concerniente a la relación que la sociedad tuvo establecida con el Estado y su gobierno, pero que hoy está rota, como desgarrado aparece el tejido social. Como se expuso el jueves de la semana pasada: el Estado y las leyes son, actualmente, enemigos de los gobernados.

De allí que no extrañe que desde la época de Adolfo de Jesús Constanzo, “El Padrino”, y Sara Aldrete, “La Madrina”, por los crímenes cometidos en el Rancho Santa Elena, la ciudad fronteriza de Matamoros resuma lo peor de lo peor -como lo expresó Carlos Pascual en cable confidencial y vedado para extranjeros (clasificado como noforn con el número de identificación 09MEXICO3018), que integra parte del paquete de despachos diplomáticos entregados por Wikileaks a La Jornada- incluso comparado con lo que ocurría en Ciudad Juárez y Tijuana en octubre de 2009, en términos de la falta de coordinación entre policías y militares para combatir al narcotráfico.

La nota de Blanche Petrich expone: “En este despacho con fecha 19 de octubre de 2009, Pascual reprueba sin atenuantes la actuación de las corporaciones mexicanas en Tamaulipas, incluido el Ejército. En las condiciones imperantes en la frontera del noreste, asegura, esta lucha (contra el crimen organizado) es insostenible.

“Después de reunirse e interrogar a un general de la Secretaría de la Defensa Nacional, a un vicealmirante de la Secretaría de Marina, al procurador estatal, al alcalde y a otros funcionarios, Pascual describe así la situación: El rendimiento de las fuerzas de seguridad es muy bajo. No generan información de inteligencia útil; no existe ninguna coordinación entre las diferentes agencias de seguridad, no patrullan en forma conjunta y, si lo hacen, no actúan de manera efectiva. No logran consignar a los delincuentes. Agrega: No desarrollan medidas para proteger a la población ni para impedir que los ciudadanos se integren a las organizaciones del narcotráfico”.

Lo sucedido después, fue más allá de lo anticipado por el entonces embajador de Estados Unidos: fosas clandestinas, ciudades enteras amenazadas por los sicarios -Ciudad Camargo, Ciudad Alemán, San Fernando, Valle Hermoso-, el asesinato de Rodolfo Torre Cantú, candidato del PRI a la gubernatura de la entidad, la gesta inútil de don Alejo Garza Tamez, por mencionar algunos de los sombríos sucesos que describen el perfil de la poca o mucha fuerza del Estado en las entidades federativas.

De lo que se trata, entonces, es de escuchar, no obcecarse en lo que demostró ser inútil. Combatir el narcotráfico a sangre y fuego no puede reducirse a la suma y resta de bajas, a la compra y venta de armas, al gasto bélico y a la deficiente inversión en inteligencia; no, se requiere escuchar para enterarse de que hay otras opciones, que nada tienen que ver con la absurda idea de hacer pactos con la delincuencia organizada, pero sí con la urgente necesidad de sustituir las balas y las denuncias, con ideas e investigación, porque el costo social para los mexicanos todavía es incuantificable.

Años después y por otro conducto, supe que Alejandro Gertz Manero se refería a una ciudad tamaulipeca -en 2001 pensé en Sásabe-, precisamente al lugar donde sentaba sus reales Heriberto Lazcano Lazcano, el Lazca, quien en 2001 ya determinaba qué sí y qué no podía hacerse al norte de Tamaulipas, donde morir puede ser un mero accidente, resultado de un enfrentamiento para defender la dignidad y lo que es de uno, o consecuencia del vacío de poder. De cualquier manera, lo que sucede debe obligar a una profunda reflexión, porque la autoridad actual, y la que llegará el 2012, ni idea tienen de lo que deberán recomponer.

Un inteligente amigo que no desea ser citado, me explica -una vez conocido lo encontrado en las fosas clandestinas-: “¿Cuál es la auténtica razón de la crueldad? ¿La represión sicológica?… La molécula no es cruel. Pero esa misma molécula en su variante humana, evolucionada, ya lo es… ¿Por qué? Ningún otro organismo distinto del humano es propenso a la crueldad. ¿Acaso la razón de la crueldad es el pánico causado por la conciencia de nuestra muerte, al poder estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado? ¿No quieren que salgamos a la calle?

“No sabemos nada, todos los seres vivos estamos condenados a morir, somos unos condenados a muerte que vagamos en un país cuyo gobierno es indiferente y que tiene un proyecto oscuro, en el que la suerte alcanzó cotas de porcentaje inimaginables. En esta guerra al narcotráfico el destino dejó de ser un asunto personal, para convertirse en accidente, en consecuencia de una bala perdida”.

Hoy, todo puede ser cierto. Tan cierto, como lo que ocurre en Tamaulipas.

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